Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, MA
“Todo lo que hago, lo hago con alegría.”
Michel de Montaigne (trad. en 2007, p.588)
La cuestión de cómo continuar los procesos terapéuticos nos interpela en tanto y en cuanto nos remite a las relaciones con los otros, porque el cómo continuar puede hallar respuestas tentativas solamente cuando incluye el “con“. No es posible continuar si no es un continuar relacional.
La orientación relacional genera el espacio, vínculo, conexión y contexto relacional que inaugura, cada vez, el encuentro con una pregunta nueva. La pregunta que involucra la corresponsabilidad en cuanto el presente relacional y la construcción que la valida por lo que aporta a los participantes de esta relación.
Cuando comenzamos un diálogo, sea este terapéutico o no, no sabemos su destino, nos abrimos a su luminoso fluir con la curiosidad de aprender a conocer y reconocer, desde el asombro, cada palabra como si fuese un lugar al que entramos por primera vez. Libres de equipaje, contentos de lo que está por venir; confiados en el lenguaje, que nos encuentra conversando de significados, que un momento antes no existían y que un momento después, serán distintos.
Se trata de proponerse ir lento, de tomarnos el tiempo de escuchar mucho, de notar mucho, de encontrar la posibilidad de hacer algo útil. El diálogo terapéutico es tal, porque hay interlocutores que otorgan sentido a su participación conversacional, porque se responden unos a otros de forma creativa, saliendo de la convención que impondría las fórmulas propuestas por la técnica tradicional del experto de turno.
La premisa de que el diálogo es generativo (que la transformación ocurre en el diálogo y a través de él) es el fundamento de mis pensamientos y acciones en las comunidades colaborativas de aprendizaje (…) Quiero que cada persona genere sus propias simientes de novedad, y que las cultive en su vida personal y profesional más allá del contexto organizado de aprendizaje (…) Quiero asegurarme de que cada participante tenga una voz, contribuya, cuestione, explore, se sienta inseguro y experimente (Harlene Anderson, 1999. p. 321).
El diálogo abre las posibilidades creativas y nos ubica en que todo comienza en lo social y en lo relacional. Lo creativo deviene del proceso de diálogo entre las intenciones de los participantes y las acciones pragmáticas que realizan. Significa la generación de un espacio conversacional para las distintas voces, la apertura de un tiempo conjunto de reflexión crítica (preguntas distintas que generan respuestas significativas); y la movilización de los recursos propios de esta comunidad dialógica que expanden, con acciones transformadoras, las posibilidades futuras.
Es el proceso de diálogo colaborativo el que nos conecta, humaniza y transforma. John Shotter afirma -en nuestra adaptación-:
La conversación es un viaje, movimiento creativo (incertidumbre, caos, complejidad); significa que no podemos controlar nada. Imaginemos un barco que va a navegar en un océano con aguas turbulentas. Parte desde un lugar, con una brújula, con la intención de alcanzar otro lugar. En esa travesía, en corrientes cruzadas que no controla -que es imposible controlar- atraviesa un espacio y un tiempo -que tampoco controla-, dejándose llevar, acompañado por la incertidumbre, que aprenderá a habitar y, probablemente, llegará a un lugar nuevo, desconocido, impensado. Es otro lugar. En esas turbulencias, que son caos, la brújula no sirve y solo podemos dejarnos llevar, confiando que se creará alguna posibilidad que siga dando sentido al trayecto. Entregados al movimiento, a las sutiles vibraciones de lo que se abre. En un desplazamiento, en un movimiento de sentido, de significados, entre la incertidumbre y lo que está en devenir, lo que no existe aún. Como un barco que, en su navegar, va dando forma al recorrido, en el dejarse llevar por la corriente de agua, las turbulencias, su necesidad de seguridad (la brújula) y su propia imaginación que construye el lugar -su destino- al que, en principio, quería llegar.
Todo diálogo creativo es una travesía en la que nos acompaña la incertidumbre, en la que el lenguaje, que nos va haciendo distintos, también nos construye, comprometiéndonos en la diferencia. Se trata de la complejidad e incertidumbre de entender que cada conversación es un recorrido en el que seremos transformados y nos encontraremos con la otredad que nos habita y nos relaciona con la voz de lo que no se conoce aún y se crea conjuntamente. Es el privilegio de tocar, en cada encuentro con el otro, el misterio de la condición humana que es otra forma de decir poesía.
El lenguaje nos humaniza y crea formas, estilos y proyectos de vida. ¿Cómo construimos, a partir de estos lenguajes, nuevas posibilidades relacionales? ¿Cómo generamos procesos sociales liberadores, con palabras liberadoras, en procesos de construcción social?
Los terapeutas construccionistas logramos comprender y al hacerlo entendemos y legitimamos, cuando participamos en la construcción de los diferentes campos de sentido y somos responsables, con el otro, en la generación conjunta de nuevos significados. Participamos al hacer escuchar nuestras propias múltiples voces en permanente metamorfosis y estamos abiertos a invitar y recibir todas las otras voces presentes en el proceso conversacional, capaces de reflexionar significativamente y de actuar diferente; en un proceso relacional guiado por la curiosidad, la imaginación, la creatividad, la flexibilidad y la apertura.
Al preguntar, desde el socioconstruccionismo, nos cuestionamos con los otros; lo que implica que serán interrogantes significativas que nos interpelan para movilizar recursos propios, capacidades inéditas, posibilidades distintas; y que nos comprometen a ser terapeutas que entretejen palabras, diálogos, conversaciones, encuentros, que abren las relaciones, las perspectivas, los contextos y los mundos.
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