Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)
Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.
“Dejar la vida en vida, hacer revivir, saludar la vida, “dejar vivir”, en el sentido más poético. Saber “dejar”, y lo que quiere decir “dejar” es una de las cosas más bellas, más arriesgadas, más necesarias. Muy cerca del abandono, el don y el perdón. La experiencia de una “desconstrucción” nunca ocurre sin eso, sin amor”.
(Jacques Derrida, 2003, p. 13)
Nos basamos para esta serie, en esta tesis, de la que extraemos -adaptándolas- las propuestas e invitaciones a una postura relacional distinta para la construcción del proceso de diálogo terapéutico transformador.
¿Cómo el construccionismo social y las prácticas colaborativas y dialógicas son útiles para la co-construcción relacional de un espacio de formación y supervisión terapéuticas? Tapia Figueroa, Diego, Tesis (2018) para el Ph.D. con la Universidad Libre de Bruselas (VUB) y el TAOS INSTITUTE de Estados Unidos.
La ética es una invitación a la construcción relacional, a decidir elegir quienes nos gustaría ser con los otros, en qué tipo de personas nos queremos convertir mañana.
Optamos por cuestionar las maneras jerárquicas tradicionales de relacionarse, de conversar, los estilos de vida en los cuales hay quienes tienen el poder y privilegios y deciden lo que deben vivir los demás. Cuestionamos esas jerarquías en las que se imponen creencias, teorías, categorías, prácticas, verdades y perspectivas.
Siempre hay muchas maneras de mirar una situación; uno de los desafíos es cómo vamos a participar en diferentes contextos relacionales, buscando entender la diversidad de formas en que los participantes explican, interpretan y dan sentido a sus acciones y discursos. A través del diálogo se promueve una actitud de curiosidad sobre las diferencias. El construccionismo hace posible una forma de ser con los otros en el mundo, que es útil porque nos permite hacernos preguntas nuevas que nos posibilitan entregarnos a la curiosidad.
De acuerdo con Sheila McNamee, la responsabilidad relacional y la coordinación de la multiplicidad: “…no tiene que ver con las cosas que no debamos hacer, sino cómo las hacemos. Y, más allá de eso, tiene que ver con quienes somos en las relaciones. Es la manera cómo la conceptualización dominante de la ética no nos deja relacionarnos con la gente”. (Recogido en mi diario de campo junio, 2015).
Se trata de una invitación a atravesar las categorías del deber ser y de los prejuicios sociales y culturales e interrogarnos sobre cómo somos con los otros y con nosotros, sobre cómo elegimos hablar y actuar entre los demás. Significa que la ética no es un tema de creencias, valores o principios individuales, sino que es una construcción relacional contextualizada en una cultura local y en un tiempo histórico específico. El individuo no existe en sí mismo, existe como parte de las relaciones y se crea a través de las relaciones con los demás.
Si nos apegamos a una ética relacional, podemos movernos hacia adelante, pues nos damos cuenta que en cada momento tenemos la posibilidad de coordinar nuestras actividades de nuevas maneras, que crearán nuevos significados…teniendo claro las situaciones de respeto o no respeto, y a partir de allí crear las condiciones para el diálogo. (McNamee, recogido en mi diario de campo junio, 2015).
El significado está en permanente movimiento, metamorfosis, en constante devenir. A través de una curiosidad respetuosa contribuimos a esos movimientos que generan puntos de vista y perspectivas diferentes. Porque con el diálogo vamos diseñando posibilidades de crear espacios que nos permitan conversar reflexivamente sobre nuestras diferencias, respetándonos en la relación y siendo responsivos, que significa mantenerse en el diálogo.
La ética es una invitación a la construcción relacional, a decidir elegir quienes nos gustaría ser con los otros, en qué tipo de personas nos queremos convertir mañana y las formas distintas e innovadoras en que podemos aportar para que los demás sean en las relaciones con nosotros, con los otros y con ellos mismos; es decir, el tipo de seres humanos que nos gustaría ser y devenir.
Es una invitación a aportar en la creación de estos futuros posibles a través de la colaboración y a promover una constante pregunta -a nosotros mismos- sobre cómo y para qué transformar un statu quo que cierra las conversaciones, para qué propiciar prácticas que expandan nuestros diálogos y que se reconozcan en una perspectiva relacional.
Jacques Derrida sugiere:
Si la responsabilidad tiene ética revolucionaria es porque innova la convención dominante y cuestiona, desde la pretensión de la necesidad de esa norma, la “verdad” de quien se atribuye su propiedad. Toda ruptura de los saberes, discursos y prácticas dominantes supondrá consecuencias que deben ser asumidas precisamente con una responsabilidad ética, que ni se soslayan, ni evaden, ni invisibilizan.
Lo revolucionario será siempre lo imposible y, al serlo, abre las posibilidades de lo que podría ser por la creación de actos sociales que lleva a cabo el lenguaje, que no son controlados ni previstos, ni programados, sino coordinados, porque quienes sí se arriesgan a expresar lo no dicho, libre y abiertamente, y, además, ponen nombre a los intereses que están tras toda norma son los que encarnan lo distinto.
Jacques Derrida afirma (2003, p. 13):
Dejar la vida en vida, hacer revivir, saludar la vida, “dejar vivir”, en el sentido más poético. Saber “dejar”, y lo que quiere decir “dejar” es una de las cosas más bellas, más arriesgadas, más necesarias. Muy cerca del abandono, el don y el perdón. La experiencia de una “desconstrucción” nunca ocurre sin eso, sin amor.
Jacques Derrida profundiza sobre el hecho de que uno es responsable ante lo que lo precede, pero también ante lo venidero que aún está delante de uno. Esta responsabilidad ética e histórica nos sitúa en un campo de sentido distinto, en la complejidad de los tiempos que se encuentran en nosotros cada vez que nos hacemos una pregunta, que es una flecha que se lanza para asumir de lo que estamos hechos, para aceptar lo que nos gustaría y que podríamos, finalmente, comenzar a construir si pensamos que necesitamos otros futuros. Según Derrida, este es un proceso para recibir o hacer surgir lo que viene, lo que vendrá, bajo los nombres de otra ética, de una repolitización a la medida de otro concepto de lo político.
La vida vivida, el ser con la vida y el entretejer como en un rizoma del dejar, hacer, saludar, dar, nos llevan a la celebración generosa y poética del “dejar vivir” sin normas, sin colonizaciones. Arriesgándose a soltar como una forma responsable de darse, de donar, sin la expectativa de la reciprocidad. Libres del resentimiento de un no sin sentido y con la capacidad de perdonar desde la apertura del ser. Significa encarnar la experiencia del amor con el otro: no debes, ni te lo piden. Es una ética relacional en la que “dejar vivir” es aceptar que los otros son responsables también de vivir sin tu mundo, tus conocimientos e inclusive sin tu amor: en libertad.
En palabras de Roger-Pol Droit (2010, pp. 92-93):
Este filósofo -Emmanuel Lévinas- afirmó que la sola presencia del rostro del otro es, para cada uno de nosotros, una exigencia y una interpelación. Antes de la preocupación por nosotros mismos, que todos sentimos legítimamente, la ética nos invita a preocuparnos de los otros y exige que nos comportemos de forma responsable con ellos…La presencia del otro que no es como nosotros, la hospitalidad, el respeto a lo que no comprendo, la receptividad a lo que no espero, la incertidumbre, la diferencia. Lo desconocido habita entre nosotros, siempre. Esta preocupación por los otros, que se llama ética, es siempre el interés por lo otro.
Luego del Holocausto, el filósofo judío -Emmanuel Lévinas- renueva el discurso de la ética, dándole una dimensión de profundo compromiso humano a favor del otro. Su sola existencia nos significa una responsabilidad relacional y nos interpela desde su alteridad, a la que invitamos con respeto, desde la hospitalidad, asumiendo la incertidumbre. Es la responsabilidad con el otro, la responsabilidad en la construcción de una relación con lo distinto, lo que nos permite encarnar la ética de la diferencia; y al hacerlo, reconociendo y aceptando la diversidad comienza la construcción política del futuro con quienes son diferentes. En esa construcción conjunta de futuros múltiples se generan las posibilidades éticas y políticas de nuevas relaciones humanas.
La ética se relaciona con el lenguaje, pero con sus límites; no con lo que podemos decir, sino con lo que se muestra en lo que decimos. Accedemos a la perspectiva ética cuando comprendemos que el mundo es el correlato de nuestro lenguaje.
Siguiendo a Marcelo Pakman (2011, p. 399):
Y que en todo trabajo ético y estético de la memoria haya una posibilidad poética de emergencia de un evento que rompa la micropolítica cotidiana que nos domestica. En la dimensión poética…para vivir de nuevo, para vivir más, para comprender el misterio inmediato de lo que somos, y de quiénes somos.
Nos situamos en el lugar del actor social pragmático, que lo es porque se ha dotado de su capacidad de pensar reflexivamente (y la ejerce), que eso es pensar para actuar. Y, la totalidad del ser se despliega efectivamente cuando de las relaciones sociales, de los actos de lenguaje, de coordinaciones sociales innovadoras se generan reflexiones para entretejer con prácticas que nutren las futuras ideas que transformarán las prácticas de interlocutores creadores de sentido.
Se piensa lo ético y lo estético como maneras de conectar con la política que se rebela a todas las formas de domesticación y control social. Un proceso político liberador de momentos poéticos que nos permitan recuperar nuestra voz, que creen las condiciones de posibilidad relacional para que las múltiples voces se comprometan en estas complejas conversaciones que crean nueva vida social, en la que podamos llegar a ser lo que como humanos nos gustaría ser.
La palabra “ética” es un sustantivo que indica un tipo de ejercicio práctico. Nos permite reconocer la responsabilidad que tenemos todos en la producción y sostenimiento de los significados que manejamos. Esta perspectiva de cuidar las relaciones supone una nueva ética, que permite tomar decisiones frente a los complejos dilemas de ser con los otros y seleccionar aquellas que permitan vivir dignamente, con equidad y justicia.
En la reflexión que compartimos con Marcelo Pakman (2011, pp. 438-439):
…la ética… es un lugar que se habita, la singularidad que conlleva el evento poético, como el lenguaje de significar esto o aquello…Elegir de manera ética y justa -política- es hacer que suceda lo que nos es ajeno, haciendo que trabaje para un bien con frecuencia no fácil de asegurar ni definir.
En estas reflexiones para la acción, que se generan desde la acción social, y que producen otras reflexiones surge la pregunta sobre cómo el diálogo colaborativo y generativo enriquece sus posibilidades de significados, si hay acciones con los otros, que les dan sentido. Sentidos en movimiento, el de la vida conjunta, que es continua ambigüedad y pregunta reflexiva.
El diálogo tiene una dimensión pragmática, el diálogo es acción en el mundo. Y es con el diálogo que podemos desarrollar una reflexividad crítica. Diálogo que abre ese mundo al darle sentido. Diálogo que cuestiona cada monólogo, todo monólogo del poder, que evidencia su mistificación y al preguntarse la legitimidad de su unilateralidad, enfrenta su hegemonía, generando alternativas culturales y sociales de lo deseable, de lo posible.
En palabras de Marcelo Pakman (2011, pp. 37-38), psicoterapeuta argentino: La comprensión de los contextos culturales, de sus especificidades y particularidades, que se ven y se escuchan -se sienten y comparten- en el lenguaje, nos acerca a la posibilidad del encuentro con el otro, con el distinto. Comienza con el deseo de conocer, escuchar, comprender, para luego entender y desplegar las conversaciones, hechas con preguntas, que se conectan y sintonizan con una cultura local y unos intereses concretos.
Comienza entonces un proceso de apertura, por este compromiso con el otro -esta responsabilidad relacional- que va a ir cocreando una nueva cultura entre los interlocutores, que se reconocen como tales, que se legitiman en su aceptación de las diversidades asimiladas como riqueza y como expansión de los significados del estar juntos, para que el proyecto que nos une, se construya con las múltiples voces de quienes aprenden a ser con el otro.
Es un juego -de lenguaje- que construye socialmente, en coordinaciones culturales, las alternativas a las viejas formas de decir, que expande una y otra vez, las posibilidades de crear e imaginar cómo serán las conversaciones que queremos y necesitamos para generar una cultura del buen trato, que ponga al diálogo como primera opción.
El conversar es una práctica integradora, una filosofía que convoca la confianza y el respeto; que modela una ética relacional, que construye un vínculo. Que permite al otro comenzar a ser, a ser distinto, como desea ser: con voz propia, y responsable de movilizar creativamente sus propios recursos para un proceso social liberador.
¿En qué mundo queremos vivir, y qué posibilidades abre ese mundo?
Siguiendo la reflexión de Edgardo Morales, (tomado de mi diario de campo, 2014) la pregunta no es si algo es cierto o no, sino en qué mundo queremos vivir, y qué posibilidades abre ese mundo. Morales (2014), recordando a Gergen, afirma: “En los diálogos construccionistas la atención pasa del actor individual a las relaciones coordinadas”. Morales, sostiene: “futuros alternos pueden ser imaginados y diseñados y nuevos escenarios y formas de relación pueden ser iniciados en la vida cotidiana”.
No es lo más importante el que yo descubra algo que no sabía (o, que, tal vez no sabía que sabía), sino la oportunidad de -conjuntamente- prefigurar las posibilidades relacionales nuevas, potenciando la capacidad de interrogarnos con honradez humana e intelectual, de sostener con consistencia esta búsqueda y de resistir (porque de resistir a todas las formas de poder abusivo, también se trata) desde la imaginación y la creatividad. Despertando, recuperando y movilizando nuestra mutua capacidad para asombrarnos.
Una de las fortalezas del discurso socioconstruccionista es que ofrece recursos para la acción entre las personas, la posibilidad de construir coordinadamente compromisos éticos y políticos que generan bienestar social -que transforman las condiciones culturales y sociales- manteniendo activa la reflexividad crítica de todos los que se comprometen con los intereses de sus comunidades, participando en las conversaciones sobre los nuevos horizontes que sus diálogos harán posibles.
Contextualizar las interpretaciones de nuestras miradas y discursos, las relaciones que esos discursos crean; contextualizar como una forma responsable de dialogar con las diferencias y de comprometerse con las relaciones y las culturas es parte de los desafíos que se necesitan asumir para prevenir las improvisaciones, la superficialidad y la falta de consistencia.
Diálogo aquí es entendido como procesos interactivos dinámicos que ocurren en las conversaciones, teniendo claro que el foco está en el potencial de las múltiples perspectivas traídas para estas conversaciones, que pueden ser reflexionadas y articuladas, ampliando las posibilidades de acción (…) Según la aproximación construccionista social, el diálogo invita a la diversidad, en el que las distintas formas de entender y de tomar una realidad son siempre bienvenidas (…) En el diálogo, el interés reside en la conformación de formas fructíferas de conexión entre los participantes. (Camargo-Borges, 2014, p. 353).
El diálogo significa un nexo, una conexión, un movimiento a favor de la relación, una manera de estar con los otros gracias a las conversaciones; abriendo un espacio para la polisemia y para que las múltiples voces, con sus propias posiciones, puntos de vista y perspectivas, se comprometan en estas conversaciones, propiciando la reflexión crítica que permita elegir las formas útiles para actuar relacionalmente.
Al ser el diálogo una invitación a la diversidad, se reconoce el derecho de que cada protagonista narre su historia en primera persona, comparta sus recursos, entre en conversación con las otras diferentes historias y aprenda y se enriquezcan mutuamente con la potencia transformadora de sus fortalezas convertidas en recursos positivos y constructivos para la acción contextualizada que les ha permitido logros y resultados en favor de sus comunidades.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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