Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.
(mayo, 2020)
“La libertad no es una condición del individuo sino de la relación entre los individuos”
(Franz Kafka)
Es inquietante notar cómo, a raíz del confinamiento social y la cuarentena, se ha evidenciado en las redes sociales, la proliferación exponencial de ofertas de todo tipo de capacitaciones, formaciones y titulaciones ad hoc, para convertirse en terapeutas expertos, (esta es la receta técnica: “un poco de polvo insulso, batir con aspaviento propagandístico y usufructuar con cinismo”) en las más diversas especialidades, más relacionadas con lo que el mercado demande y con el control social, o eso parece, que con un acompañamiento responsable, consciente y ético a los profesionales “del área de la salud mental”. Pareciera, por los mensajes que se presentan y las promesas que se ofertan que se pusiera en juego un trueque perverso entre quienes organizan estos procesos y quienes compran el respectivo certificado o diploma para inflar su curriculum. En esta lógica del comercio académico todos ganan, excepto los actuales y futuros consultantes, comunidades y terapeutas.
En el campo psicoterapéutico, como en otros de las ciencias sociales, es evidente que existe una gran diferencia entre contenidos, los que no se desarrollan con calidad ni rigor académico o teórico y los otros, que requieren un esfuerzo del “aprendiz” y un seguimiento constante del facilitador y que están contextualizados a la realidad concreta de las personas y al tiempo que vivimos. Los primeros suelen ser procesos poco prácticos, superficiales, mediocres, negligentes y con nula consistencia, que ofrecen más de lo que es posible dar y están armados desde la improvisación y la olímpica ignorancia (no la del “no saber” legítimo y fructífero, si no, la de la ceguera prepotente). Los segundos, en cambio, implican preparación, experiencia probada y ética profesional, de los facilitadores y la predisposición y curiosidad de quienes quieren conocer y contribuir a otros estilos de vida, a favor de los derechos humanos de las personas y comunidades.
La fórmula ganadora del negocio educativo (no solo con certificados, diplomados, incluso con maestrías de todo tipo), es la participación de docentes mercenarios que “hacen como que enseñan” y estudiantes obtusos, que “hacen como que aprenden”. Una estafa, una farsa acordada protagonizada por organizadores (instituciones, empresas privadas, ONG, particulares, etc.), que, en el papel (o la pantalla), parecen serios y en la realidad son una trinca de oportunistas, hipócritas y advenedizos, convenientemente enmascarada con muchas buenas intenciones.
Si bien esto se ha mencionado ya antes, es útil reflexionar con responsabilidad sobre las “ventas de humo”, es responsable cuestionarlas, ejercitar la crítica sobre el statu quo corrupto, que se aprovecha de la necesidad de actualización de profesionales de tercer y cuarto nivel y que contribuye a perpetuar y naturalizar la miseria humana y social de esta época y sociedad. Personas con más y más títulos y diplomas, y con el cerebro vacío o lleno de basura; moviéndose en el empobrecimiento de la vida y la domesticación social; ansiosos de poder y privilegios; ningún deseo de crear algo nuevo o de contribuir con algo útil, de expandir la complejidad y aceptar la diferencia; burócratas de la vida, ‘sin agradecimiento ni alegría’; sin interés genuino en el diálogo ni en una conexión relacional que transforme el contexto; sin amor y sin sentido.
En situaciones y contextos como el presente, a nivel nacional y global la importancia de articular preguntas nuevas que generen espacios de conversación distintos, con participantes comprometidos en procesos de aprendizajes conjuntos, en diálogos creativos y transformadores es y será urgente y prioritaria y requiere de nuestra ética relacional, de nuestra presencia radical y capacidad reflexiva para la construcción de bienestar social.
La pragmática reflexiva para trabajar con personas, familias, instituciones, organizaciones y comunidades necesita e invita a profesionales con deseo de aprender, con solidez teórica, epistemológica, filosófica; con una postura respetuosa y curiosa; con una perspectiva crítica y autocrítica auténticas; también con apertura y humildad y honestidad intelectuales y humanas, además de experiencia y una práctica abierta a la innovación y la transformación permanentes, más que oportunistas y explotadores que sigan el juego de otros oportunistas, para lucrar con el dolor, el miedo y la angustia de quienes están en situación de mayor vulnerabilidad. Ser profesionales abiertos a comprender que la hospitalidad significa que de muchas maneras yo soy responsable del otro, de entretejer una conexión con la diferencia, una responsabilidad ética-relacional, social y política.
Como todo proceso, implica desafíos, ruptura de convenciones y prejuicios (sin técnicas, sino con creatividad e imaginación; honrando las historias y con dignidad); investigaciones que aporten; confianza y flexibilidad, curiosidad, pasión por aprender lo significativo; capacidad de reflexionar distinto; entusiasmo por dialogar con interlocutores respetuosos; generar nuevas maneras creativas de relacionarse, con uno mismo y con los demás; compromiso, cultura e inteligencia y ética relacional; entendiendo que la forma en que nos proponemos en las relaciones y en los contextos hace la diferencia; y la consciencia que teorías, ideas y prácticas están en continua evolución. Si el lenguaje construye la realidad, es evidente que el lenguaje de lo que podría ser en la sociedad ecuatoriana -y de quiénes nos gustaría ser este momento y en el futuro con los demás: libres, alegres, responsables- está todo por construirse.
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