Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.
(octubre, 2019)
“Quien no sabe vivir con compasión y abrazar el dolor de los demás, es castigado sintiendo con violencia intolerable el propio. El dolor sólo puede ser acogido elevándolo a suerte común y compadeciendo a los otros que sufren.”
(Cesare Pavese)
El arte de la liberación personal
El deprimido grave debe ser tratado fundamentalmente como una persona adulta, dotada de dignidad y responsable; su dolencia debe tratarse con respeto. Debe ayudársele a restablecer relaciones significativas con la realidad; debe poderse sentir necesario a los demás, y al mismo tiempo hacer valer su propio papel; que pueda recuperar una situación de igualdad con las personas con las que convive.
La responsabilidad del terapeuta es ayudar a que las personas puedan hacer emerger los motivos que han desencadenado el sufrimiento, de darles coraje para liberar, en el encuentro especial del proceso terapéutico, todo el dolor, la rabia y la agresividad escondidos atrás de la máscara de la depresión. Lo que no es nada fácil. Es importante comprender que no hay transformación sin dolor. Y que la responsabilidad de las transformaciones en su contexto relacional está en la persona que pide ayuda y no en ningún “experto”.
La depresión es un síntoma. Se trata de comprender el contexto en el que la depresión se manifiesta. El desafío es ayudar a que la persona entienda los motivos de su depresión, que encuentre las razones profundas de su malestar, y que empiece a sentirse mejor a través de esta concienciación. Que pueda “sanarse” buscando dentro de sí mismo y de la comprensión de cómo construye las relaciones con los demás.
Quien entra en una crisis depresiva, logrará encontrar alternativas, desde el momento en que pueda encontrar un compromiso entre la propia autonomía organizativa y la aceptación de un proyecto vital propio. El desafío es ayudar a la persona deprimida a desarrollar su capacidad de confrontarse con aquellos comportamientos y pensamientos que tienen menos relación con sus relaciones significativas. Que desarrolle la capacidad de utilizar sus propios recursos internos de acuerdo y en relación a las exigencias que le plantea la vida común.
Para lograr un equilibrio personal, seguramente es mejor vivir la depresión tratando de darle un sentido. Se trata de apoyar a las personas a descubrir y desarrollar la fuerza y la madurez de mirarse verdaderamente dentro de sí mismos, así como el estilo de sus relaciones con los otros; de saber más de sí mismos. El arte de la transformación, en el proceso terapéutico, tiene que verse como un arte de liberación personal de la persona que pide ayuda.
Alice Miller: sentido de la depresión
Veamos varias ideas de Alice Miller, para reflexionar (tomen lo que sirva y sea útil y lo que no, pues no) en una breve sistematización de su libro, “El drama del niño dotado, y la búsqueda del verdadero yo”.
Dice Miller: La mayoría de personas deprimidas, han tenido por lo general, madres inseguras en grado sumo que a menudo padecían ellas mismas de depresiones y contemplaban a ese hijo o hija, como su propiedad.
Lo que se denomina depresión y se siente como vacío, absurdo existencial, temor al empobrecimiento y soledad, se presenta siempre como la tragedia de la pérdida del YO o de la extrañación frente a uno mismo, que se inicia en la infancia…por miedo a perder el amor durante la infancia. La depresión nos acerca a las proximidades de la herida de la infancia, pero sólo el duelo por lo perdido, por lo que se perdió en el momento decisivo, conduce a la auténtica cicatrización.
La persona está libre de depresiones cuando el sentido del propio valor arraiga en la autenticidad de los sentimientos propios y no en la posesión de determinadas cualidades. En el fondo, la persona no deprimida es envidiada porque no tiene que esforzarse de continuo por merecer admiración, porque no necesita hacer nada para producir tal o cual efecto, sino que, con toda tranquilidad, puede permitirse ser como es.
Mientras una persona no pueda enfrentarse a sus padres en un diálogo interno, expresar la rabia e indignación almacenadas en su cuerpo, reclamar sus derechos y elaborar los abusos a que fue sometida; mientras no viva este proceso, mientras no viva su propia tragedia ni comprenda la de sus hijos, no se liberará ni disfrutará la alegría del amor espontáneo por sus propios hijos.
La liberación no será posible sin un profundo trabajo de duelo sobre la situación de la propia infancia. La capacidad de vivir el duelo, es decir, de renunciar a la ilusión de la propia infancia “feliz”, y de percibir emocionalmente toda la magnitud de las heridas padecidas, devuelve al depresivo su vitalidad y creatividad, y puede liberar al grandioso de los esfuerzos y la dependencia de su trabajo de Sísifo.
Si una persona puede darse cuenta, a través de un largo proceso, de que nunca fue “querido” por haber sido el niño que fue, sino utilizado por sus rendimientos, éxitos y cualidades, si puede darse cuenta de que sacrificó su infancia por este supuesto “amor”, dicha constatación le producirá hondas conmociones internas, pero un buen día sentirá el deseo de poner fin a su maniobra publicitaria. Descubrirá en sí mismo la necesidad de vivir su verdadero SER y no tener que seguir ganándose ese amor, un amor que, en el fondo, lo deja con las manos vacías porque su objeto era ese falso SER al que él mismo ha empezado a renunciar.
Sostiene Alice Miller, que un niño querido aprenderá desde el principio lo que es el amor. Un niño descuidado, despreciado y explotado no podrá aprenderlo. Si la persona deprimida presta atención a su contexto, podrá sacar provecho de su depresión: ésta le permitirá enterarse de una serie de provechosas verdades sobre sí misma. Podemos descubrir que no tenemos que seguir forzosamente el esquema inicial (desilusión-represión del dolor-depresión), pues en adelante tendremos otra posibilidad de tratar con las frustraciones: la vivencia del dolor. Sólo así se nos abrirá el acceso emocional a nuestras vivencias tempranas, es decir, a las zonas ocultas de nuestro SER y de nuestro devenir.
No son sólo los sentimientos “bellos”, “buenos” y complacientes los que nos permiten estar vivos, dan profundidad a nuestra existencia y nos proporcionan ideas decisivas, sino a menudo aquellos que nos resultan incómodos e inadecuados, precisamente aquellos que preferiríamos evitar: impotencia, vergüenza, envidia, celos, confusión, rabia y duelo. En el espacio de la terapia, estos sentimientos pueden ser vividos, comprendidos y procesados. En este sentido, dicho espacio constituye un espejo del mundo complejo propio, que resulta mucho más rico que el “rostro hermoso”.
La liberación de la depresión no conduce a un estado de alegría permanente o de carencia total de sufrimientos, sino al dinamismo vital, es decir, a la libertad de poder vivir los sentimientos que afloren de manera espontánea. Es propio de la pluralidad de lo vivo el que estos sentimientos no siempre sean alegres, “hermosos” y “buenos”, sino que pongan de manifiesto toda la escala de lo humano, es decir, también la envidia, los celos, la ira, la indignación, la desesperación, la nostalgia y la aflicción.
Dice Alice Miller, tanto el grandioso como el depresivo reniegan plenamente de la realidad de su infancia al vivir como si aún pudieran salvar la disponibilidad de sus padres: el grandioso, en la ilusión del éxito, y el depresivo, en el miedo a perder por su propia culpa la atención hacia su persona. Pero ninguno de los dos puede dar cabida a la verdad de que en el pasado no existió amor alguno (la madre y el padre que merecían: amorosos, respetuosos, protectores, con amor incondicional, que los aceptaban por el solo hecho de ser y existir: esos padres nunca existieron ni existirán) y de que ningún esfuerzo del mundo podrá cambiar nunca este hecho.
A veces, el acceso a nuestro verdadero SER (y ser con los otros) sólo nos es posible si ya no hace falta tener el mundo afectivo (idealizado) de nuestra infancia. Cuando éste haya sido vivido ya no nos resultará extraño ni amenazador. Nos será conocido y familiar, y ya no tendrá que continuar oculto tras los muros de la cárcel de la ilusión. Sabremos entonces quién y qué nos “encerró”, y precisamente este saber nos liberará, también, por fin, de antiguos dolores.
Retomamos (por su utilidad) estas reflexiones de Alice Miller, ya publicadas en este espacio (viernes, 7 de septiembre de 2018): Los adultos se niegan a prestar atención a los sentimientos de sus hijos porque han tenido que olvidar sus propios sufrimientos. Cuanto más hayan sufrido, más se negarán a identificarse con el malestar de la situación de dependencia y no querrán ponerse en contacto con el dolor. Negando su propio dolor, niegan el del niño. Repiten tontamente los comportamientos abusivos como para demostrarse que no obran mal. Mientras un padre o una madre no estén dispuestos a cuestionar a sus propios padres, no querrá recordar lo que ha vivido. Hay personas que no conocen sus verdaderas necesidades porque no han tenido derecho a tenerlas. Nunca les han dicho NO a su madre o a su padre. Por eso no saben muy bien quiénes son. Alice Miller (insistimos, busquen sus libros, léanlos reflexionando honestamente, urgente), propone estas preguntas liberadoras, con su profunda sabiduría:
¿Qué me atormentó durante mi infancia? ¿Qué es lo que no me permitieron sentir?
Explica Miller: un niño, desde que nace, necesita el amor de sus padres; necesita que éstos le den su afecto, su respeto, su aceptación, su atención, su protección, su cariño, sus cuidados y su disposición a comunicarse con él. Cuanto menos amor haya recibido el niño, cuanto más se le haya negado y maltratado con el pretexto de la educación, más dependerá, una vez sea adulto, de sus padres o de figuras sustitutivas, de quienes esperará todo aquello que sus progenitores no le dieron de pequeño. No significa que tengamos que pagar con la misma moneda a nuestros padres, ya ancianos, y tratarlos con crueldad, sino que debemos verlos como eran, tal como nos trataron cuando éramos pequeños, sin idealizarlos ni mentirnos, para liberarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos de ese modelo de conducta. Es preciso que nos desprendamos de los padres que tenemos interiorizados y que continúan destruyéndonos; sólo así tendremos ganas de vivir y aprenderemos a respetarnos, aceptarnos, sentir confianza y querernos.
El adulto ya no necesita esta ilusión para sobrevivir. Puede renunciar a la ceguera y así, con los ojos abiertos, decidir lo que va a hacer. El desafío sigue siendo crear con los demás las condiciones materiales y espirituales para el pleno desarrollo de las capacidades de los hijos propios y ajenos; es el desafío de la alegría.
Sugerimos los siguientes textos de Alice Miller para su consulta:
- “La soledad”: https://www.youtube.com/watch?v=n3Xv_g3g-mA
- Miller, Alice. (2007). El cuerpo nunca miente. Barcelona, Tusquets.
- Miller, Alice. (2009). Salvar tu vida: la superación del maltrato en la infancia. Barcelona, Tusquets.
NOTA: Nos han pedido artículos (algunas personas nos retroalimentan privadamente, sobre los textos de este blog, con sus reflexiones críticas, sus aportes y sugerencias) sobre la investigación relacional desde el construccionismo social (para la terapia, la educación, las organizaciones y comunidades); sobre los miedos en los niños; sobre la sexualidad en la pareja; sobre cómo formar terapeutas diferentes; sobre los estilos de hacer terapia de algunos terapeutas construccionistas famosos; sobre supervisión clínica; sobre política; etcétera.
En el próximo post, comenzaremos con lo distinto y significativo de la investigación relacional desde el construccionismo social.
Gracias por leernos y compartir estos textos con sus contactos y redes. Confiamos que les sirvan.
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