Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.
“Confianza, afecto, casto interés: éste es el papel de los padres… La responsabilidad de los adultos es educar con amor a los hijos para la libertad; tener confianza en la vida”.
(Françoise Dolto)
“A lo largo de nuestra vida nos daremos -y aceptaremos- el mismo trato que recibimos cuando éramos niños y niñas”.
(Alice Miller)
Ya se ha dicho que sin amor, alegría, responsabilidad, libertad y confianza no hay posibilidad de transformaciones creativas. Verbalizar, decir la verdad, libera. Se trata de liberar la verbalización de los afectos y posibilitar la libre expresión de los sentimientos y emociones. Comunicar es poner en común; y poner en común es el acto que nos constituye. La primera condición de toda comunicación es el respeto.
Todo comportamiento aprendido lo puedo desaprender y puedo aprender algo nuevo, digno de mí.
El niño, la niña no son un juguete ni un muñeco, no son un animalito doméstico, no son un enano amaestrado, no son un subalterno adiestrado, no son un parásito o un esclavo complaciente, no son propiedad ni extensión ni prolongación ni apéndice de sus padres, no son un ser de segunda categoría ni ciudadanos a los que se invisibiliza o silencia, no son un objeto con el que los adultos se pueden permitir cualquier cosa, sin consecuencias, en total impunidad. El niño es una persona, un sujeto, un ser humano y merece respeto.
Cuando a los adultos se les recuerda que el niño es una persona, un ser humano, un sujeto que merece respeto, suelen ponerse a la defensiva. La sexualidad adulta, libre y responsable depende en gran medida del respeto que el mundo adulto ha sabido tener para el cuerpo y la sexualidad en desarrollo del niño, de la niña.
Si un adulto quiere compañía para dormir, que se arriesgue, que se busque una pareja adulta y no proponga una relación de cama incestuosa al niño/niña. Que enfrente la responsabilidad de construir una relación adulta; que no abuse ni se aproveche de la dependencia, vulnerabilidad y generosidad de los niños/niñas. Este discurso se refiere a un contexto: la relación casta entre adultos y niños/niñas.
Adultos durmiendo con niños o niñas están narrando su propia insatisfacción sexual, matrimonial y familiar; sus miedos, traumas y carencias. Narran sus problemas relacionales, sexuales; su soledad, abandono e inmadurez. Están usando a los niños y niñas y el uso es abuso.
Un niño que duerme solo en su propia cama es un niño que siente y sabe que tiene un espacio de intimidad propio en el mundo, que su cuerpo es respetado, que tiene derecho a un lugar autónomo en la vida; derecho espiritual y corporal.
Las investigaciones sobre el abuso sexual demuestran que un gran porcentaje de niños y niñas víctimas de abuso sexual son quienes no habían aprendido el pudor, que eran manipulados eróticamente por sus padres y parientes, que no sabían ni podían poner límites adecuados entre su propio cuerpo y el de los otros. Confundidos, buscando aceptación y aprobación, regalan su cuerpo al abusivo de turno.
También las investigaciones demuestran que las víctimas de abuso sexual, a menudo, han sido “amaestradas” en la complacencia del deseo de los adultos, de la autoridad. Deben decir sí a las órdenes de los adultos; tienen prohibido el no, no saben decir no, deben ser obedientes y disciplinados, así los han educado sus padres y parientes, hacen el trabajo sucio para que los seres más vulnerables sean presas de los predadores, de los pedófilos.
Las caricias deben ser castas. Cuando decimos esto estamos diciendo no al incesto. La confusión surge tal vez de la visión blanco o negro, bueno o malo, de una perspectiva maniquea de las relaciones humanas. Niños y niñas necesitan (como todo ser humano) de expresiones físicas (a más de las verbales) de amor y de ternura, de aceptación, comprensión, reconocimiento y valorización.
Y respecto de besar, en casa o en público, en la boca a los niños y niñas, y de dormir en la misma cama con ellos, Françoise Dolto aclara que los niños/as comprenden desde muy pequeños que sus padres tienen una intimidad que a ellos les está prohibida; por eso, los niños son niños y los padres son adultos.
Cuando a los adultos se les recuerda que el niño es una persona, un ser humano, un sujeto que merece respeto, suelen ponerse a la defensiva. La sexualidad adulta, libre y responsable depende en gran medida del respeto que el mundo adulto ha sabido tener para el cuerpo y la sexualidad en desarrollo del niño.
Los comportamientos sexuales de los adultos echan sus raíces en la historia relacional de cada uno de sus padres, en las modalidades de ligazón con la madre y el padre.
La prohibición del incesto
Como explica Jean-Claude Liaudet, para Dolto la prohibición del incesto es una necesidad capital en el proceso de humanización. Es el padre quien debe verbalizar, al decir al chico, utilizando las propias palabras de Dolto: “Te prohíbo a tu madre, porque es mi mujer y porque te trajo al mundo. Ambas cosas son importantes. Asimismo, tus hermanas te están tan prohibidas desde el punto de vista sexual como tu madre”. A la niña deben decírsele frases equivalentes.
La madre ha de corroborar con claridad tales palabras, de lo contrario la situación se vuelve perversa. Si, por ejemplo, el padre enuncia dicha ley y la madre sigue prodigando excesivas y equívocas caricias a su hijo, le está dando a entender que la ley podría tener una excepción…
El progenitor deseado queda vedado para el niño porque está casado con el otro progenitor. Esto es lo esencial de la prohibición del incesto. La prohibición de las relaciones sexuales entre adultos y niños constituye una extensión de la prohibición del incesto. Es, asimismo, importante enunciarla con claridad, decir que está prohibido por la ley.
Es preciso que el adulto que aplica la prohibición esté animado de respeto, de casto amor, que pueda servir de ejemplo y haga algún día accesibles su poder y su saber. No se trata de “reprimir” la expresión de las fantasías del deseo incestuoso del niño, sino simplemente de no responder a ellas en la realidad. El adulto responde e informa al niño tanto con la palabra como con el ejemplo.
La prohibición no se establece porque “el rey dice”; no es para imponer su voluntad y su deseo por lo que el progenitor la formula, aun cuando deba mostrarse firme y no transigir, sino porque él, a su vez, se halla sometido a esa ley, que no hace más que representar.
No se trata de andar imponiendo prohibiciones cada momento. La prohibición carece de sentido si no vale igualmente para los padres, de no ser así el niño no confiaría en esos adultos que la imparten. No sirven –y además son abusivos- los castigos, los sermones y cualquier forma de culpabilización.
Michel H. Ledoux explica sobre la concepción de Dolto: que los adultos den el ejemplo asumiendo su propio deseo, deseo del uno por el otro. El niño no debe constituir la única ocupación mental de los padres. Estos deben demostrarle que al margen de él tienen también su propia vida.
Corresponde a los padres dar explicaciones acerca de sus negativas, y que también ellos se asuman como sujetos que sostienen sus respectivos deseos. Confianza, afecto, casto interés: éste es el papel de los padres; ni discursos moralizadores que culpabilicen, ni familiaridades eróticas demasiado amplias; sí, en cambio, gradual desprendimiento de la dependencia parental.
Así que cuando papá y mamá se besan en la boca y el niño quiere que hagan lo mismo con él hay que besarle en la mejilla y decirle: “Eso no, a ti te quiero mucho. A él, que es mi marido, o mi mujer, lo amo”.
Una mamá (o papá, o adulto a cargo del cuidado del niño) no besa a su hijo en la boca. Si el niño tiene una abuela o abuelo puede agregarse: “no beso a mi madre ni a mi padre como beso a tu padre (o a tu madre). Y tampoco lo hace él (o ella) con sus padres”.
Dolto insiste en que tampoco los padres deben ejercer la crueldad de jugar a darles celos a sus hijos. Esto, a más de ser muy cruel, es confundir los roles de cada quien. Por el contrario, ella recomienda que si el niño o la niña siente celos y dice: “Cuando sea grande me casaré con mamá o papá”, nunca hay que burlarse o decirle que sí es verdad.
Esto heriría profundamente al niño. No hay que alentar esta fantasía, sino ayudarlo a crecer, con salud psíquica y emocional, diciéndole: “No, eso nunca ocurrirá. Cuando seas mayor, encontrarás una esposa (o un marido, o bien una compañera o un compañero) fuera de nuestra familia, como hice yo, como hace todo el mundo. Encontrarás una mujer (u hombre) fuera de nuestra familia, a quien amar y con quien vivir como tu padre y yo. Pero yo no me he casado con mi madre (o padre), ni tu padre tampoco”. Plantear así las cosas supone poner en contacto al niño con una ley que rige para todos los humanos.
Supone, asimismo, invitarle a salir de la familia, a descubrir el mundo para encontrar en él una relación amorosa; el acceso a una autonomía mucho mayor; la esperanza que podrá satisfacer adecuadamente su deseo.
Corresponde a los padres dar explicaciones acerca de sus negativas, y que también ellos se asuman como sujetos que sostienen sus respectivos deseos.
Confianza, afecto, casto interés: éste es el papel de los padres. Ni discursos moralizadores que culpabilicen, ni familiaridades eróticas demasiado amplias; sí, en cambio, gradual desprendimiento de la dependencia parental.
Castidad física, emocional y psíquica en la relación con los niños y niñas
Besuquear en la boca a los niños, manosearlos, toquetearlos, estimularlos, dormir con ellos, crea una excitación sexual tramposa, es incestuoso; las caricias físicas a niñas, niños y adolescentes deben ser castas.
Bañarse desnudos, después de sus dos años, con niños y niñas es traumatizante para ellos y desarrolla sentimientos de inferioridad. Basta ayudarles a bañarse, no se necesita sobre erotizarlos.
Los niños merecen (y necesitan) de contacto físico, de caricias, de afecto físico permanente, de muestras verbales y físicas de amor, sólo que este sano y humanizador contacto no debe ser incestuoso, sino respetuoso de su cuerpo, de sus límites, de su integridad, pudor y dignidad; debe ser casto.
Al niño hay que respetarlo, amarlo profundamente y manifestárselo. Los padres y madres deben percatarse del significado que las cosas pueden tener para su hijo, y basándose en ello, hacer lo que sea más útil para todos.
Los niños que no reciben permanentemente caricias, besos y abrazos castos de sus padres sienten que no tienen piel. De allí que sea muy frecuente ver a tantos adolescentes que a cambio de un mínimo de caricias y contacto físico aceptan en su ansiedad, carencia y vacío, relaciones sexuales deshumanizantes, destructivas. Tantos embarazos precoces, tanta expansión del sida entre los jóvenes responde a esta carencia de contacto físico afectivo. Los adolescentes se sienten cosas.
Sin contacto físico amoroso y respetuoso (amar significa respetar) el niño, la niña se deshumaniza; aprende a odiarse y despreciarse a sí mismo; se ve como basura y así se tratará, aceptará ser tratado y tratará al resto. Las caricias y todas las manifestaciones de amor físico casto de padres a hijos construyen la autoestima positiva de los niños y niñas; dan alegría a su corazón, les otorga seguridad, confianza y ganas de vivir.
Esta castidad física, emocional y psíquica da libertad para amar y ser amado; permite a los niños y jóvenes su acceso a una vida social de sujetos responsables de sus palabras y actos, volviéndose moralmente autónomos.
Lo más importante es lo que pasa entre los padres; si la relación y conexión amorosa y respetuosa de los padres es auténtica, los límites están claros.
Es fundamental que los niños y niñas piensen y sientan que tienen el derecho de decir sí cuando de verdad quieran decir sí, y decir no cuando de verdad quieran decir no, independientemente de que guste o no a los otros, por importantes y queridos que sean. Y que su palabra y sus necesidades sean respetadas, que se les escuche y se les crea.
La escuela relacional y límites amorosos
Quien no pone límites tiene una vida frágil; sólo enfocada en los demás; carece de vida propia. Es que sin límites hay riesgo de perder el propio espacio como individuo, de desaparecer en el rebaño.
¿Si alguien no es individuo, cómo tendrá auto intimidad? Si es parásito de otro, si se deja de ser uno mismo y se convierte en apéndice de otro, ¿dónde se comienza y dónde se termina como persona?
Sin límites se pierde el espacio propio, se renuncia a la independencia y a la autonomía. Sin límites la sensación de vacío no tiene límites.
¿De dónde viene la idea de que los hijos son sólo una prolongación, una extensión, un apéndice y un esclavo de mamá y papá? ¿Ni siquiera me doy cuenta que piso el pie de mi hijo porque no veo que es otro pie?
¿Qué pasaría si a quien no respeta mi derecho a poner límites le decimos: la responsabilidad es suya; me duele, sin embargo, no es mi responsabilidad el dolor que cargo; mi responsabilidad es poner los límites, respetarlos y hacerlos respetar, aceptando el costo de esta decisión?
Sin límites no hay diálogo transformador con el otro, sólo hay la resignación al monólogo vacío de la imposición o la subalternidad.
Las palabras, discursos, acciones y prácticas que toman abiertamente partido por la causa y los derechos de niños, niñas y adolescentes aparecen en general, para el mundo adulto, como exagerados y excesivos, francamente inútiles y perniciosos. Parecen sostener la tesis de que es mejor no hablar de lo que se irrespeta, pues para qué perder poder y privilegios.
Ver a los padres y madres como a Dios trae consecuencias nefastas e infames en las relaciones sociales. La autoridad éticamente legítima es democrática; se basa en el respeto y la apertura a la diferencia, al desarrollo de nuevas posibilidades relacionales, más justas.
Insultos, golpes, humillaciones, abuso y explotación a los niños y niñas son actos criminales; es un crimen ser cruel con seres vulnerables que no debe quedar en la impunidad. Toda forma de silencio cómplice, de comodidad cobarde, lo único que hace es legitimar esa violencia y esa explotación.
Padre y madre son los referentes significativos afectivos fundamentales (después se suman, por ejemplo, los docentes) que estructuran, modelan y nutren a su descendencia. Su relación hace escuela en sus hijos.
Maltratar, golpear, violar, abusar físicamente, psicológicamente, sexualmente, verbalmente, emocionalmente de las niñas, niños y adolescentes es un crimen que no se debe hacer y no debe quedar en la impunidad. Pegar o humillar (en la casa o en el aula) a un niño o abusar sexualmente de él es un crimen, porque significa dañar a una persona para toda la vida. Abusar sexualmente de un niño significa hacer que se le pudra su humanidad.
Como explica Dolto: La responsabilidad de los adultos es educar con amor a los hijos para la libertad; tener confianza en la vida. Los hijos no son de la madre, no son del padre. Son en sí mismos. Y no le deben nada a nadie. El niño, la niña es una persona, un sujeto, un ser humano. Hay que considerar importantes las necesidades del niño, ponerlas en primer lugar.
Al niño hay que respetarlo, amarlo profundamente y manifestárselo. Los padres y madres deben percatarse del significado que las cosas pueden tener para su hijo y, basándose en ello, hacer lo que sea más útil para todos. Padres y madres solo tienen deberes, obligaciones y responsabilidades en relación con sus hijos e hijas, y ningún derecho, hasta que sus hijos sean mayores de edad, lo cual no implica que deban sacrificarse. El deber más importante que tenemos hacia nuestros hijos, después de alimentarles y protegerles, es el de ser felices.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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TAPIA Figueroa, Diego, Cambiar para crecer y ser felices, Editorial Abya Yala, Quito, 2002.
VILLEGAS-KENT, Puberman, Villegas Editores, Bogotá, 2007.
¿Qué pasa cuando tus hijos no quieren dormir solos? Maritza Crespo Balderrama, M.A.:
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2 Comments
Elizabeth Moncayo
Estimados Maritza y Diego, el tema de dormir en la cama con los niños, así como los besos en la boca de los niños y la conclusión con los límites amorosos, me ha parecido muy interesante; son temas que debe interesar a todos los padres y madres para saber como llevar a nuestro hijos / hijas rumbo a esa verdadera familia que a más del derecho de alimentarlos y protegerlos es el de ser felices.
Gracias por su vocación y sus aportes significativos.
Elizabeth
irysecuador
Gracias Elizabeth, tienes razón, son temas sobre los que hay que reflexionar (y actuar distinto), sobre todo en realidades como la nuestra en que el abuso sexual infantil no es una excepción, sino, tristemente, la regla.
Saludos y gracias por leernos.
Maritza y Diego.