Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)
Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.
En las terapias, en los talleres, en las clases, supervisiones y en las consultorías que realizamos, se hace evidente una extraña paradoja: muchas personas parecen elegir vivir tontamente en lugar de decidir vivir con inteligencia, en sus distintos contextos relacionales.
Obviamente, es su responsabilidad; sin embargo, al mismo tiempo, al menos en la sociedad ecuatoriana, las convenciones sociales, las creencias en que las jerarquías opresivas y abusivas son el modo de interrelacionarse en la vida privada y laboral, lleva a aceptar lugares cotidianos de convivencia enajenantes, poco productivos -en el sentido de producir futuros-, y son más crueles e injustos.
La posibilidad de generar encuentros dialógicos con sentido, se empobrecen por la ausencia de espíritu crítico, no digamos de espíritu autocrítico (cada vez más, las personas están convencidas de que sus peores defectos y miserias humanas son sus mejores cualidades y que hay que aplaudirles su mediocridad y vulgaridad); quienes alcanzan algún tipo de poder, en lugar de utilizarlo para contribuir con criterio a democratizarlo, para construir bienestar común, lo usan de maneras corruptas en lo humano, en lo relacional, lo profesional, económico, social y cultural.
El poder, que no merecen tener y que no saben honrar, del que abusan, les pudre por dentro y lo usan para violentar los derechos humanos de los demás, en especial si son niños, niñas, adolescentes y mujeres.
¿Cómo nos vemos, cómo vemos a los otros, cómo nos imaginamos que nos ven los otros a nosotros, cómo nos gustaría vernos y ser vistos? Retornamos a la reflexión acerca de cómo nos proponemos en las relaciones, desde qué lugar y para qué. ¿Cómo aportamos distinto en el proceso de construcción conjunta de nuevos significados? ¿Estamos abiertos a que el proceso conversacional, el diálogo mismo nos transforme? Trabajar desde una pragmática reflexiva nos desafía constantemente a realizar preguntar, a interpelar con respeto y afecto, a escuchar sin interrumpir, para comprender.
La muerte definitiva es no dejar ninguna huella de nosotros en nadie, en nada; que nuestros amores profundos, nuestras pasiones genuinas, nuestras responsabilidades sinceras, nuestros deseos, nuestros sueños no trasciendan, se acumulen como basura, se desgasten en el vacío.
La muerte final es cuando deja de interesarnos (la ausencia de curiosidad, imaginación y creatividad, la carencia de amor, la renuncia a las pasiones), deja de importarnos seguir buscando nuestro propio camino; no el recorrer los caminos de los otros, si no el encontrar un camino nuevo, que es para nosotros, un camino con sentido.
La inteligencia relacional crea lo distinto, cuando habla como bondad.
Cuidar las relaciones significa ser generosos para transformarlas, conscientes que implica elegir y decidir entre encubrir siendo cómplices de un estado de cosas violento o asumir el derecho de manifestar, desde la memoria, desde el deseo y desde la resistencia la necesidad responsable de disentir y proponer otras formas de ser con los demás.
Cuánto potencial y posibilidades desperdiciados por conformismo, cobardía y comodidad; cuanto tiempo irreversiblemente muerto por no comprometerse con los propios deseos; cuántas relaciones desgastantes, que no aportan, no son útiles, no generan alegría ni libertad.
La vida y su presente que no acepta el después a condición de torcer cualquier futuro merecido de gozo y paz. Probablemente, hay que decidirse a atravesar el bosque, caminando entre los árboles, donde no existe un camino.
Escuchar historias buscando aportar otros niveles de cultura, que generen dignidad para comenzar a restaurar la ternura, para que las historias dejen de ser aburridas porque son contadas desde el mismo lugar, con la misma mirada, sin que importen.
Cuando la rosa de los vientos nos acompañe para hacer nuestro trabajo y en un proceso de diálogo infinito seamos ese devenir en estas metamorfosis de sentidos, las conversaciones abrirán y crearán conexiones con rizomas de asombro, las preguntas y las respuestas se podrán abrazar, desde la confianza, con nuevas posibilidades de gozo, de encuentros inteligentes en cada diálogo distinto con el otro.
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