Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.
Cada 15 días propondremos breves frases de 1 o 5 autores significativos -a veces, distintos- que, sean disparadores de sentido, para nuestros diálogos reflexivos.
William Shakespeare
I. –Hamlet, acto III, escena I
“Ser, o no ser; ésa es la cuestión:
¿Si es más noble sufrir en el ánimo
Los hondazos y flechas de la ultrajante Fortuna,
O tomar las armas contra un mar de problemas,
Y, oponiéndonos, ¿acabar con ellos? Morir, dormir;
No más: y con un sueño decir que acabamos
Con el dolor del corazón, y los mil golpes naturales
Que son herencia de la carne; ésa es una consumación
Piadosamente deseada. Morir, dormir;
Dormir, tal vez soñar: sí, ahí está el obstáculo;
Porque en ese sueño de muerte, qué sueños pueden sobrevenir
Cuando nos hayamos desprendido de nuestras tribulaciones mortales;
Eso es lo que nos detiene: ésa es la consideración
Que da tan larga vida a la calamidad;
¿Porque quién aguantaría los latigazos y desprecios del tiempo,
El agravio del opresor, la afrenta del soberbio,
Los espasmos de dolor del amor desairado, la tardanza de la justicia,
La insolencia de la autoridad, el mal trato
Que de los indignos recibe el mérito paciente,
Cuando él mismo podría saldar todas sus obligaciones
¿Con una daga desnuda? ¿Quién soportaría cargas,
Gruñendo y sudando bajo una vida fatigosa,
Si no temiera algo después de la muerte,
Ese país sin descubrir, de cuyos confines
Ningún viajero retorna, que desconcierta la voluntad,
Y nos hace soportar los males que nos afligen
¿Antes que lanzarnos hacia otros que desconocemos?
Así la conciencia nos hace cobardes a todos,
Y el matiz propio de la resolución
Se debilita con la palidez con que la reflexión lo cubre;
Y empresas de gran importancia y alcance
Con esta consideración tuercen su curso,
Y pierden el nombre de acción”.
II. –Macbeth, V, i
“La vida no es más que una sombra andante,
un pobre actor que se pavonea y se retuerce
sobre la escena en su momento y después
nadie lo recuerda. Es un cuento contado
por un idiota, lleno de ruido y furia,
que no significa nada.”
III. Monólogo de Ricardo II
“No importa dónde. Nadie hable de consuelo.
Hablemos de tumbas, gusanos y epitafios,
hagamos papel del polvo y, con ojos de lluvia,
escribamos el dolor en el seno de la tierra.
Elijamos albaceas, hablemos de testamentos.
Aunque no, pues, ¿qué podemos legar
al suelo sino un cadáver destronado?
Nuestras tierras, nuestra vida, todo es de Bolingbroke;
nada podemos llamar nuestro, salvo la muerte
y el pequeño molde de la yerma tierra
que sirve de masa y cubierta a nuestros restos.
Por Dios, sentémonos en tierra a contarnos
historias tristes de la muerte de los reyes;
depuestos unos, otros matados en la guerra
o acosados por las sombras de sus víctimas,
o envenenados por su esposa, o muertos en el
sueño,
todos asesinados. Pues en la hueca corona
que ciñe las sienes mortales de un rey
tiene su corte la Muerte, y allí, burlona,
se ríe de su esplendor, se mofa de su fasto,
le concede un respiro, una breve escena
para hacer de rey, dominar, matar con la mirada;
le infunde un vano concepto de sí mismo,
cual si esta carne que amuralla nuestra vida
fuese bronce inexpugnable; y así, de este
humor,
llega por fin, con una aguja perfora
el muro del castillo y, ¡adiós rey!
Cubríos, y no os burléis con grave reverencia
de lo que sólo es carne y hueso. ¡Fuera respeto,
tradición, formas y lealtad ceremoniosa,
pues conmigo siempre os engañasteis!
Yo vivo de pan como vosotros, siento privaciones
y dolor, necesito amigos. Así, tan sometido,
¿cómo podéis decirme que soy rey?”.
IV. -Como gustéis, Rosalinda
“Todo el mundo es un escenario,
y todos los hombres y mujeres meros actores:
tienen sus salidas y entradas;
y un hombre en su vida interpreta muchos roles,
siendo sus actos en siete edades. Al principio el infante,
que llora en brazos de la nodriza.
Luego el quejoso escolar con su cartera
y su brillante cara matutina, arrastrándose
de mala gana a la escuela, con paso de caracol.
Después, el amante, suspirando como una fragua
con una triste balada
compuesta para la reja de su amada.
Luego soldado, lleno de extrañas bravuconadas,
bigotudo como el leopardo,
celoso de su honor, súbito y pronto en la lucha,
buscando la efímera reputación
hasta en la boca del cañón. Más tarde, juez
de redondo y prominente abdomen
de mirada severa y barba cortada formal,
lleno de sesudos dichos y modernas citas:
y así desempeña su papel. En la sexta edad
cambia al flaco y suelto Pantalón,
calzado de chinelas,
con anteojos en la nariz y el saco al costado,
y con juveniles calcetines, bien conservados
flotando en anchos pliegues sobre sus encogidas piernas;
y su voz varonil vuelve otra vez al infantil agudo resopla
y silba en su sonido.
La última escena de todas,
que termina esta extraña y nutrida historia,
es la segunda infancia, el mero olvido
sin dientes, sin ojos, sin palabras, nada”.
V. -La Tempestad. Acto IV. Escena 1.
“¡Alégrate!
El juego ha terminado, y estos actores,
como les decía, son espíritus.
Se han fundido en el aire, en el aire que no se palpa.
Y, similares a la fábrica de esta
visión, que no tiene ningún fundamento,
las torres coronadas de neblinas,
los palacios suntuosos, los grandes templos
solemnes, y hasta la inmensa esfera de este mundo,
y todos los que le hereden y gobiernen,
se disolverán, y, al igual que se ha desvanecido
esta fantasía sin cuerpo,
no dejarán ni humo, ni grito, ni rastro.
Estamos tejidos de idéntica tela que los sueños, y nuestra corta vida no es más que un sueño”.
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