Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, MA
“Todo lo que hago, lo hago con alegría.”
Michel de Montaigne (trad. en 2007, p.588)
(…) La psicoterapia puede pensarse como un proceso de semiosis: la forja de un significado en el contexto de un discurso de colaboración. Se trata de un proceso en el que el significado de los acontecimientos se transforma a través de una fusión de los horizontes de los participantes, se desarrollan modos alternativos de narrar los acontecimientos y evolucionan posturas respecto al yo y los demás.
(Kenneth Gergen, 1996, p. 219.).
Una postura socio construccionista cuestiona y desmitifica el carácter de “experto” del terapeuta. La experticia de un terapeuta estriba en su capacidad para crear y facilitar espacios y procesos dialógicos; el foco no está en el contenido (lo que cada consultante trae como anécdota), sino que la responsabilidad está en las formas de relaciones que surgen en los procesos y los amplían. Esta posición se describe mejor como una postura filosófica -un modo de reunirse, de reflexionar juntos, de hablar con las personas con las que trabaja un terapeuta. Se trata de una postura caracterizada por una manera de obrar auténtica, espontánea y natural. Mediante esta actitud, tono y posición, le estamos diciendo al otro: “Yo te respeto”, “Tú tienes algo valioso que decirme” y “Yo quisiera oírlo”” (Harlene Anderson, 2013, p. 64).
Tom Andersen (1994, p. 176), dice: “…estar con el otro de tal manera que el otro sea la persona que quiere ser en esa situación y en ese momento”. Se trata de la expresión encarnada de la gentileza relacional. Esta voluntad de hablar con el otro con una actitud de radical presencia y novedad que se manifiesta en una generosa apertura para un proceso de diálogo en que se hace escuchar una voz auténtica e invita a que sus interlocutores hagan igual. Salimos de cualquier paradigma asistencialista y damos vida a la relación construyendo el espacio conjunto del “con” y es, desde este “con” que se puede desplegar una ética relacional distinta.
La ética nos permite ofrecer una escucha profunda capaz de comprender las múltiples voces presentes en todo diálogo transformador que, al ser legitimadas (porque son incorporadas en el propio ser relacional), protagonizan el proceso dialógico. Significa también el reconocimiento de que los recursos de los consultantes, sus saberes, enriquecen el proceso terapéutico, pueden imaginar alternativas creativas, proponer nuevos futuros posibles y desarrollar la capacidad de afrontar y resolver las dificultades que atraviesan.
Como lo ha explicado, Harlene Anderson (1999, p. 111) “La nueva perspectiva sugiere una colaboración entre terapeuta y consultante que tiende a ser menos jerárquica, autoritaria y dualista, y más horizontal, democrática e igualitaria…es una conversación entre compañeros…”.
La idea de un terapeuta interesado en preguntar para comprender y generar conocimientos distintos sobre cómo las personas se comprometen en sus relaciones y con sus vidas, establece una diferencia cualitativa en la producción de nuevos significados y, por lo tanto, en el estilo de prácticas sociales que se eligen.
El proceso terapéutico se sostiene en la relación, confía plenamente en el diálogo y va articulando posibilidades en estos intercambios; busca la construcción conjunta de significados generadores de sentido frente a la complejidad de los contextos relacionales, privilegiando la sensibilidad y la innovación. Se busca diálogos críticos, reflexivos, y que cuestionen las versiones oficiales -en tanto que opresivas-; conversaciones que, al explorar nuevas posibilidades, permiten imaginar futuros alternativos y responsabilizarse con acciones que solucionen los dilemas existentes.
El conversar con preguntas reflexivas, por parte del terapeuta y del propio consultante, una y otra vez sobre un hecho, sobre una relación, le permite la deconstrucción del texto de su historia, tal como se la ha contado hasta ahora, validando lo que considera importante, “…lo importante es el proceso por el cual uno habla acerca de algo, no su contenido…” (Anderson, 1999, p. 134). Esta relación o alianza terapéutica que se crea entre el terapeuta y el consultante es, entonces, un aprendizaje mutuo: sin dar interpretaciones, ni instrucciones, ni juicios de valor, ni transmitir nuestras creencias como verdades sanadoras de lo que a ellos les aqueja.
Anderson (1999, p. 167), caracteriza así esta terapia: “Un proceso de formar, decir y expandir lo no dicho y lo que necesita ser dicho -un desplegarse por medio del diálogo, de nuevos significados, temas, narrativas e historias- por medio de las cuales nuevas auto descripciones pueden surgir”.
La novedad puede surgir generando procesos nuevos. Dialogamos para encontrarnos con quienes nos podemos convertir en un futuro; luego del diálogo, cada pregunta regresa como una nueva reflexión. Desde una perspectiva distinta, con una actitud reflexiva que construye prácticas también diferentes, entregados a un proceso relacional comprometido en la expansión de múltiples contextos sociales, porque la novedad se produce en el diálogo colaborativo.
Proponemos estos procesos terapéuticos sólo con preguntas, reflexiones, explicaciones, sugerencias y posibilidades que se mezclan en un intercambio dialógico significativo, en un juego de lenguaje en el que hay respeto, curiosidad y colaboración. Una danza, con sus pausas, su ritmo, su tiempo. Porque la terapia significa aprender conjuntamente (terapeutas y consultantes) a co-crear en el diálogo transformador, nuevas posibilidades.
En 15 días, “La a terapia como una práctica colaborativa”. Confiamos en estar construyendo con ustedes lectores curiosos una relación generadora. Escríbannos aquí sus preguntas, opiniones, sugerencias, perspectivas. Son bienvenidos sus aportes y reflexiones.
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