Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.
(septiembre, 2021)
CONFIANZA, ACEPTACIÒN Y LIBERTAD
Dra. Graciela Frascino y Diego Tapia Figueroa, Ph.D.
(Quito-Buenos Aires, 2014-2021)
Confianza, aceptación y libertad en la crianza de los hijos (y en la relación educadores y alumnos): lo más importante. Yo fui educada con criterios rígidos, donde el miedo, la culpa, y el castigo eran modos comunes de disciplinar a los hijos. Incluido el chirlazo, el grito, los castigos, el no decir y explicar, o la paliza. Esta modalidad también se aplicaba en el colegio donde concurría (no la paliza), un colegio católico. Haber estudiado psicología (y, sobre todo, el tomar consciencia de que no quería repetir esos maltratos), me ayudó a saber con más claridad cómo evolucionan los niños y niñas y las necesidades cambiantes, que tienen en las diferentes etapas. Lo que más sufrí en mi crianza fue el excesivo control y las múltiples prohibiciones, por lo tanto, sabía que eso no lo quería en mi función de madre. Cuando digo “libertad” lo entiendo (de acuerdo a la maduración de los niños y niñas) como brindar alternativas, con suavidad. No sólo prohibir algo sino ofrecer posibilidades para hacerlo: en otro momento, de otro modo, en otro lugar, etc. Invitando a la creatividad.
Escuchar las necesidades de los hijos y ayudarlos, progresivamente, a que aprendan a pensar reflexivamente sobre sí mismos. Construir un contexto relacional seguro y confiable, para que los niños y niñas hagan escuchar su propia voz, y tomarla en serio, darle importancia. Que el ejercicio de la libertad implica responsabilidad; cada conducta y actitud, tiene consecuencias (más leves o más graves -jamás de mal trato, humillaciones, abusos o violencia-), que hay que saber asumir. Cuando hablo de confianza, sería más apropiado decir “confianza en sus propios recursos” (nuevamente según el grado de maduración en el que se encuentren). No adelantarse a pensar por ellos, no hacer por ellos, si pueden hacerlo solos. Que sientan que cuentan con nosotros cuando lo necesiten. La experiencia, demuestra que lo que necesitan los hijos, es no sentirse juzgados por sus padres y maestros. El niño, la niña y el adolescente confía, y se siente seguro, cuando no se siente juzgado ni le delegan responsabilidades de los adultos. Lo que crea y lo que construye un vínculo significativo a favor del crecimiento de los niños, niñas y adolescentes, es expresarles con palabras justas los sentimientos; y, no juzgarlos, sino, aceptarlos como son. Con palabras, que aportan y contribuyen, guiadas desde el amor.
Lo importante: amarlos, respetarlos, aceptarlos, apoyarlos, preguntarles y escucharlos. Es, conversar, dialogar con ellos, de lo significativo, para ellos, y hacerlo disfrutando, como un placer. Es ubicarse como adultos con afecto, y ubicarlos como seres responsables. Legitimarlos como sujetos con derechos. En un acompañamiento respetuoso, que significa vivir la vida adulta, con autonomía e independencia; disfrutando de la propia vida -manteniendo la alegría, la dignidad, la solidaridad, la congruencia y la generosidad-; y, también, darles el permiso, a los hijos y niños, y estudiantes, para que hagan lo mismo.
INTELIGENCIA RELACIONAL CON LOS NIÑOS Y NIÑAS
(Sistematización: Quito, 2002-2021)
Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.
¿Qué es inteligencia emocional-relacional? La inteligencia emocional-relacional se traduce en la capacidad de ser con los otros, de conectarse de maneras significativas, de no dejarse dominar y oprimir por la adversidad, de asumir con responsabilidad la propia vida y de construir relaciones basadas en la ética relacional con los demás. No basta con potenciar el coeficiente intelectual del niño y niña, debemos comprometernos, asimismo de aportar de maneras creativas y amorosas con su ser relacional, y más si tenemos en cuenta que numerosas dificultades intelectuales y escolares tienen su origen en bloqueos emocionales y en la cultura del mal trato (todo aquello que no pone en primer lugar el diálogo significa maltrato y exclusión). Los padres deben escuchar esto: deja de preocuparte por ser “una buena madre” o “un buen padre”, y procura estar atento a las necesidades de tus hijos (…y los maestros y maestras de sus alumnos).
La inteligencia emocional-relacional se la reconoce de inmediato porque pone en contacto con lo que hay de plenamente humano en una persona. El que está habitado por ella penetra más allá de la superficie de las cosas, escucha las motivaciones profundas. Para responder al desafío de nuestra época, la persona debe restablecer el contacto con unas emociones de las que la educación lo ha alejado, y ser realmente sí misma, un individuo distinto/a de todos los demás.
El Cociente Intelectual (C.I.) no mide la inteligencia, sino el conformismo social. La nota de un solo examen no tiene por qué ser representativa de las cualidades permanentes del individuo. Este paradigma obedece al ideal de una razón liberada de la presión de la emoción. La invitación es a construir congruencia y consistencia, a aceptar la incertidumbre y abrazar la complejidad.
“Usted no es solamente lo que está acostumbrado a ser; puede transformarse y convertirse en quien tenga ganas de ser”.
Respetar las emociones de un niño, de una niña significa permitirle sentir quién es, tomar conciencia de sí mismo aquí y ahora. Significa situarle en posición de sujeto, autorizarle a mostrarse diferente a nosotros, distinto de nosotros. Considerarle como una persona y no como un objeto, darle la posibilidad de responder a su manera particular a la pregunta: ¿quién soy? Significa también ayudarle a realizarse, permitirle percibir su “hoy” en relación con “ayer” y “mañana”, ser consciente de sus recursos y fortalezas, de sus fuerzas y sus carencias, y sentirse mientras avanza por un camino, que es su camino. El niño, la niña aprende principalmente de sus padres. La actitud de amor y respeto, de aceptación hacia el niño y niña es determinante en el desarrollo de su devenir relacional. Construimos nuestros hábitos emocionales en función de las emociones aceptadas o prohibidas por los padres, consciente y sobre todo inconscientemente, de los tabúes y secretos familiares, así como también de la cultura de diálogo respetuoso, amoroso, sincero, honesto y continuo (o, en su defecto, de su ausencia) que se ha experimentado en la familia y en los otros contextos relacionales.
Unos padres insensibles a sí mismos porque han sido insensibles con ellos no pueden ser sensibles a las necesidades afectivas de su hijo. Tienen tendencia a negarlas, a minimizarlas. Pueden infligirle heridas profundas con “la mejor voluntad del mundo”, de la misma forma que sus propios padres los hirieron “por su propio bien”. Cuanto mayor es la impotencia interior, más necesidad de poder sobre los demás se tiene. Cuando uno no se siente a la altura, no puede confesar debilidades que son impropias de su rol o función. Se aterroriza a los demás para tener menos miedo de uno mismo. (Ojo al sentido de los “chistes” y los “chismes” y el pasar hablando -sobre todo mal- de los otros como una estrategia para no hablar, con autenticidad, de sí mismos).
Crímenes que quedan en la impunidad: por ejemplo, los abusos sexuales a niños, niñas y adolescentes. Estos son crímenes que quedan en la impunidad por la complicidad de un sistema de opresión estructurado para silenciar, encubrir, negar y burlarse, sin vergüenza, del dolor de los niños, niñas y adolescentes. Dolor real por el maltrato, la violencia, el abandono, la negligencia, la descalificación de los adultos, hacia todo aquello que es importante para los niños. La capacidad de escuchar, de verdad, las necesidades legítimas de los niños, parecería alejarse de unos adultos encerrados en sus dogmas de educación, bloqueados en su comodidad y egoísmo, ignorando su propia historia de niños maltratados y abusados, convencidos que el vínculo de amor, confianza, seguridad y respeto, que demandan los niños, niñas y adolescentes es una amenaza para su poder y privilegios de adultos.
En realidad, los adultos temen el crear un vínculo relacional consistente con los niños y niñas, porque para hacerlo tendrían que despertarse, dejar la ceguera, elegir ver, y reconocer la verdad de sus carencias; (como bien lo explica Alice Miller) encubren los crímenes de los adultos, ante la inexistencia de los padres y madres que necesitaban: amorosos, respetuosos, comprensivos, empáticos, auténticos, pacientes, sinceros, congruentes, razonables, reflexivos, realizados, consistentes, que les encantaba estar con sus hijos, que no fueron crueles e injustos. Padres y madres así, no los tuvieron ni los tendrán jamás.
El trauma por el abuso sexual, el abandono, la negligencia no daña irremediablemente; lo que daña al niño, niña o adolescente irrespetados, abusados, maltratados es la falta de afectos en el trato familiar diarios; la falta de ternura, comprensión, respeto y confianza. La negligencia es la forma más grave y frecuente del maltrato físico, emocional, psicológico y existencial. La clave reside en los afectos, en la solidaridad, y éstos en el contexto de un buen trato humano real.
Alice Miller, propone estas preguntas liberadoras:
1) ¿Qué me atormentó durante mi infancia?
2) ¿Qué es lo que no me permitieron sentir?
Los adultos se niegan a prestar atención a los sentimientos de sus hijos porque han tenido que olvidar sus propios sufrimientos. Cuanto más hayan sufrido, más se negarán a identificarse con el malestar de la situación de vulnerabilidad y no querrán ponerse en contacto con el dolor. Negando su propio dolor, niegan el del niño, niña y adolescente. Repiten compulsivamente los comportamientos abusivos como para demostrarse que no obran mal. Mientras un padre o una madre no esté dispuesto/a a cuestionar a sus propios padres, no querrá recordar lo que ha vivido. Hay personas que no conocen sus verdaderas necesidades porque no han tenido derecho a tenerlas. Nunca les han dicho no a su madre o a su padre. No saben muy bien quiénes son o si tienen derecho a ser distintos.
Muchas veces, acceder a experimentar las emociones relevantes es salirse de las normas, es percibir cosas que los demás no perciben, que no quieren ver por miedo a tener que cuestionárselas. Cuando no se consigue expresar las frustraciones y las necesidades a medida que surgen, nace el resentimiento. Las cosas no dichas y los pequeños rencores se acumulan, y un buen día resulta que el vaso está lleno. El desafío es volverse realmente uno mismo. También es volverse cada vez más sensible a la injusticia, más reflexivo y creativo, sensible al sufrimiento del mundo, no ser cómplice de relaciones crueles e injustas, de perpetuar y multiplicar una cultura de mal trato relacional e injusticia social; para estar cada vez más vivo.
Dar sentido a las relaciones
Abundan las creencias irracionales que siembran nuestra vida cotidiana. Las creencias estereotipadas y convencionales sobre la educación (entendida como obediencia sin reflexión, disciplina abusiva, sometimiento a la jerarquía opresiva, homologación y deslegitimación de las diferencias, amaestramiento ideológico) de los hijos son las más dramáticas porque perpetúan el sufrimiento. Generaciones y generaciones que nunca se atreverán a decir que no a un superior jerárquico, amaestrados en la idolatría de las jerarquías, y que sólo se permitirán oponerse y criticar (y en tales casos quizá abusando) si se encuentran en situación de ejercer su poder sobre los demás.
Una emoción puede esconder otra. En cada familia se aceptan unas emociones y otras no. Educados para ocultar nuestro yo verdadero, descargamos las tensiones disfrazando las emociones. Además, podemos sentirnos tentados de mostrar determinados sentimientos si con ello obtenemos beneficios relacionales. La única forma de no transmitir a los demás nuestros terrores, frustraciones, rabias o desesperaciones es compartirlos.Compartir (con los hijos) no significa desahogarse para recibir de ellos consuelo. No, su papel no es ése. Compartir con los hijos es simplemente mostrarles nuestra vida interior (con pudor, de manera sincera y respetando su condición de hijos, que no son ni serán ni deben ser amigos, ni sustitutos de parejas) para que se sitúen en ella, para que aprendan a establecer la diferencia entre sus propias emociones y las nuestras y no carguen con estas últimas. Implica tener criterio: ser conscientes del contexto, importa la manera de expresar y manifestar lo que se siente y piensa, el respeto en el trato a niños, niñas y adolescentes, confiar en los hijos, en las relaciones y la apertura permanente y flexible al diálogo genuino con los hijos.
De la misma manera que la gente se pasa de mano en mano una patata caliente para no quemarse, también transmite emociones de una generación a otra. Pero la generación siguiente es incapaz de manejar unas emociones que no son las suyas. En consecuencia, se vuelve prisionera de ellas hasta que identifica su origen real. Muchísimas veces, con el pretexto de proteger a los hijos no les decimos nada de las preocupaciones, las inquietudes o los miedos que albergamos. Pero los hijos los perciben y, ante la imposibilidad de ponerles nombre, los asumen. Para su gran sorpresa, verá que sus hijos reproducen sus sentimientos ocultos, tanto las emociones que experimenta diariamente como las que guarda en su interior desde su más tierna infancia. Le muestran su reverso, aquello que no quiere mostrar o ver de usted mismo. Y si no lo hacen cuando son pequeños, lo harán cuando se conviertan en adultos. Así, los verá adquirir los mismos hábitos que usted, como si repitieran su vida, cuando quizá usted haya intentado hacer con ellos lo contrario de lo que sus padres hicieron con usted. La alternativa es enfrentar la herida para cicatrizarla, sacar todas las emociones que no fueron escuchadas, y atravesar el dolor poniéndole palabras a esa vivencia, dándole sentido a lo que sucedió.
Acompañar a crecer significa crecer nosotros mismos con los otros
El niño toma como modelos a sus padres, y tiene tendencia a seguir de forma espontánea este ejemplo más que los consejos. Los mensajes inconscientes son tan poderosos, o más, que los actos o las palabras conscientes. Acompañar a nuestros hijos a desarrollar su coeficiente emocional-relacional nos obliga a desarrollar el nuestro. Acompañar a un niño y niña a crecer significa crecer nosotros mismos con ellos. Nuestros hijos, espejos de nuestra realidad interior, nos enfrentan a nuestros límites y nos enseñan a amar, son excelentes guías espirituales por poco que los escuchemos. Poseer inteligencia emocional-relacional es saber amar y construirse a través de las experiencias difíciles y complejas de la vida.
Las emociones impregnan sutil pero inevitablemente nuestra vida mental. La vida emocional, consciente o inconsciente, actúa de filtro entre el exterior y el interior, dirige nuestras elecciones, puede alterar nuestra relación con la realidad y provocar tanto los éxitos como los fracasos. Las emociones son nuestro lenguaje común. Comprender mejor a los demás, reaccionar con empatía a sus necesidades y sentimientos nos permite tener menos miedo de ellos, sentirnos más cerca, más solidarios, y reforzar la cooperación.
Cuanto más conscientes son sus emociones, de más libertad goza en su existencia. Las emociones necesitan ser liberadas (en el contexto adecuado). Si las guardamos dentro de nosotros, nos oprimen. Negar las emociones favorece la pasividad, la falta de responsabilidad y el mantenimiento del statu quo. Las emociones asustan porque nos enfrentan a una realidad que se preferiría no ver, nos obligan a encarar la verdad. La vida emocional está estrechamente vinculada con la vida relacional. Compartir las emociones nos permite sentirnos cerca unos de otros.
El precio que se paga por esconder los afectos es una enorme tensión interna. El silencio es más traumatizante que el dolor compartido. Las emociones que no pueden ser expresadas cavan un foso entre las personas que se quieren. El hecho de que un sufrimiento no se vea no impide que exista, y puede hacer daño durante mucho tiempo cuando no tiene espacio para expresarse. La causa de la mayoría de los malestares es una emoción bloqueada. El dolor hace menos daño cuando podemos identificarlo, nombrarlo, conocer su origen, dialogar de manera reflexiva con otros.
Quien dice “yo no tengo problemas”, “todo bien”, “yo me ocupo solo de mis asuntos” está diciendo el equivalente a “no quiero hacerme preguntas”
Sin embargo, esa no es la mejor vía para encontrar nuevas posibilidades. Pese a las ideas comúnmente admitidas, y extendidas a través del cine, los que salen mejor parados no son los que se blindan, sino los que hacen caso de sus afectos. Se pueden silenciar durante un tiempo las angustias existenciales trabajando duro o consolándose en distracciones, pero antes o después nos atraparán para incrustársenos en el cuerpo u oprimir a nuestra descendencia. Los hijos se convierten entonces en síntomas de la “enfermedad” de sus padres. Se hacen portadores de las dificultades que sus progenitores se niegan a considerar, e intentan responder a las preguntas que quedaron en el aire en la generación anterior.
Para protegernos de los sentimientos, utilizamos el juicio o la crítica, nos colocamos en la posición de pobre víctima impotente o de salvador de la humanidad… Para recuperar su sentido profundo, más allá de cualquier imagen, permanezca siempre atento/a a sus sensaciones, emociones, pensamientos y comportamientos. Todo lo que intente construir sobre una base que se tambalea por ser mera apariencia, será precario. Para colocar unos cimientos sólidos hay que iluminar el pasado con paciencia, comprenderlo, poner nombre a lo innombrable y lo aterrador. Hay que autorizar a la persona a proclamar su sufrimiento, concederle ser escuchada, para que el niño herido que hay dentro de ella no crea que la culpa es suya, que es inadecuada, que hay algo “malo” en su ser, que no es lo que sus padres esperaban, que es tonta o fea, o que está loca.
Siguiendo los principios del amor inteligente y responsable puede ayudar a su hijo/hija a recuperar el derecho innato a la felicidad interior que no se tambalee ante las desilusiones e infortunios inevitables de la vida. Este objetivo es posible si establece con su hijo/hija una relación placentera en lugar de desatender sus necesidades privándole de su atención. El bienestar interno del niño, niña o adolescente se basa en la certeza de que él/ella ha hecho que a usted le encante cuidarle. De todos los regalos, éste es el más importante, pues constituye la base de toda felicidad y bondad, y el escudo protector contra la infelicidad autoprovocada. Una de las razones por las que puede confiar en este enfoque para tomar las decisiones diarias con criterio es que el amor inteligente considera la infancia desde el punto de vista del niño, de la niña, del adolescente. Esta es la postura que construye con inteligencia y ética relacional, la diferencia, los futuros posibles.
El maestro sufí contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían su sentido.
– Maestro -lo encaró uno de ellos una tarde-. Tú nos cuentas los cuentos, pero no nos explicas su significado…
– Pido perdón por eso -se disculpó el maestro-. Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno.
– Gracias maestro -respondió halagado el discípulo-.
– Quisiera para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?
– Sí. Muchas gracias -dijo el alumno-.
– ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo…?
– Me encantaría, …pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro…
– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte…Permíteme también que te lo mastique antes de dártelo…
– No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! – se quejó sorprendido el discípulo-.
El maestro hizo una pausa y dijo:
– Si yo explicara el sentido de cada cuento…sería como darles a comer una fruta masticada.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
BAJTIN, Mijaíl (1997) Hacia una filosofía del acto ético. De los borradores y otros escritos. Barcelona, España: Editorial Anthropos.
DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Félix (1997). ¿Qué es la filosofía? Barcelona, España: Editorial Anagrama.
DERRIDA, Jacques (2000). La Hospitalidad. Buenos Aires, Argentina: Ediciones de la Flor.
DOLTO, Françoise (1993) La causa de los niños, Ed. Paidós, Barcelona.
DOLTO, Françoise (2000) La dificultad de vivir vol. I y II, Ed. Gedisa, Barcelona.
FILLIOZAT, Isabelle (2001) El mundo emocional del niño -Comprender su lenguaje, sus risas y sus penas-, Ed. Paidós, Barcelona.
MILLER, Alice (2005) El cuerpo nunca miente, Ed.TusQuets, Barcelona.
MILLER, Alice (2020) Salvar tu vida, La superación del maltrato en la infancia, Ed.TusQuets, Barcelona.
TAPIA Figueroa, Diego (2002) Cambiar para crecer y ser felices, Ed. Abya Yala, Quito.
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