Arte y literatura

5 poemas de Rubén Darío (18 de enero de 1867, Ciudad Darío, Nicaragua – 6 de febrero de 1916, León, Nicaragua)

 

Amo, amas

Amar, amar, amar, amar siempre, con todo

el ser y con la tierra y con el cielo,

con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;

amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.

Y cuando la montaña de la vida

nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,

amar la inmensidad que es de amor encendida

¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!

 

Venus

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.

En busca de quietud, bajé al fresco y callado jardín.

En el oscuro cielo, Venus bella temblando lucía,

como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

 

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,

que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,

o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,

triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

«¡Oh reina rubia! -dije-, mi alma quiere dejar su crisálida

y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;

y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar.»

El aire de la noche, refrescaba la atmósfera cálida.

Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.

 

¡Aleluya!

A Manuel Machado

Rosas rosadas y blancas, ramas verdes,

corolas frescas y frescos

ramos, ¡Alegría!

Nidos en los tibios árboles,

huevos en los tibios nidos,

dulzura. ¡Alegría!

El beso de esa muchacha

rubia, y el de esa morena

y el de esa negra, ¡Alegría!

Y el vientre de esa pequeña

de quince años, y sus brazos

armoniosos, ¡Alegría!

Y el aliento de la selva virgen

y el de las vírgenes hembras,

y las dulces rimas de la Aurora,

¡Alegría, Alegría, Alegría!

 

Yo persigo una forma

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,

botón de pensamiento que busca ser la rosa;

se anuncia con un beso que en mis labios se posa

el abrazo imposible de la Venus de Milo.

Adornan verdes palmas el blanco peristilo;

los astros me han predicho la visión de la Diosa;

y en mi alma reposa la luz como reposa

el ave de la luna sobre un lago tranquilo.

Y no hallo sino la palabra que huye,

la iniciación melódica que de la flauta fluye

y la barca del sueño que en el espacio boga;

y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,

el sollozo continuo del chorro de la fuente

y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.

Yo soy aquel

Yo soy aquel que ayer no más decía

el verso azul y la canción profana,

en cuya noche un ruiseñor había

que era alondra de luz por la mañana.

 

El dueño fui de mi jardín de sueño,

lleno de rosas y de cisnes vagos;

el dueño de las tórtolas, el dueño

de góndolas y liras en los lagos;

 

y muy siglo diez y ocho y muy antiguo

y muy moderno; audaz, cosmopolita;

con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,

y una sed de ilusiones infinita.

 

Yo supe de dolor desde mi infancia,

mi juventud… ¿fue juventud la mía?

Sus rosas aún me dejan su fragancia…

una fragancia de melancolía…

 

Potro sin freno se lanzó mi instinto,

mi juventud montó potro sin freno;

iba embriagada y con puñal al cinto;

si no cayó, fue porque Dios es bueno.

 

En mi jardín se vio una estatua bella;

se juzgó mármol y era carne viva;

una alma joven habitaba en ella,

sentimental, sensible, sensitiva.

 

Y tímida ante el mundo, de manera

que encerrada en silencio no salía,

sino cuando en la dulce primavera

era la hora de la melodía…

 

Hora de ocaso y de discreto beso;

hora crepuscular y de retiro;

hora de madrigal y de embeleso,

de «te adoro», y de «¡ay!» y de suspiro.

 

Y entonces era la dulzaina un juego

de misteriosas gamas cristalinas,

un renovar de gotas del Pan griego

y un desgranar de músicas latinas.

 

Con aire tal y con ardor tan vivo,

que a la estatua nacían de repente

en el muslo viril patas de chivo

y dos cuernos de sátiro en la frente.

 

Como la Galatea gongorina

me encantó la marquesa verleniana,

y así juntaba a la pasión divina

una sensual hiperestesia humana;

 

todo ansia, todo ardor, sensación pura

y vigor natural; y sin falsía,

y sin comedia y sin literatura…:

si hay un alma sincera, esa es la mía.

 

La torre de marfil tentó mi anhelo;

quise encerrarme dentro de mí mismo,

y tuve hambre de espacio y sed de cielo

desde las sombras de mi propio abismo.

 

Como la esponja que la sal satura

en el jugo del mar, fue el dulce y tierno

corazón mío, henchido de amargura

por el mundo, la carne y el infierno.

 

Mas, por gracia de Dios, en mi conciencia

el Bien supo elegir la mejor parte;

y si hubo áspera hiel en mi existencia,

melificó toda acritud el Arte.

 

Mi intelecto libré de pensar bajo,

bañó el agua castalia el alma mía,

peregrinó mi corazón y trajo

de la sagrada selva la armonía.

 

¡Oh, la selva sagrada! ¡Oh, la profunda

emanación del corazón divino

de la sagrada selva! ¡Oh, la fecunda

fuente cuya virtud vence al destino!

 

Bosque ideal que lo real complica,

allí el cuerpo arde y vive y Psiquis vuela;

mientras abajo el sátiro fornica,

ebria de azul deslíe Filomela.

 

Perla de ensueño y música amorosa

en la cúpula en flor del laurel verde,

Hipsipila sutil liba en la rosa,

y la boca del fauno el pezón muerde.

 

Allí va el dios en celo tras la hembra,

y la caña de Pan se alza del lodo;

la eterna vida sus semillas siembra,

y brota la armonía del gran Todo.

 

El alma que entra allí debe ir desnuda,

temblando de deseo y fiebre santa,

sobre cardo heridor y espina aguda:

así sueña, así vibra y así canta.

 

Vida, luz y verdad, tal triple llama

produce la interior llama infinita.

El Arte puro como Cristo exclama:

Ego sum lux et veritas et vita!

 

Y la vida es misterio, la luz ciega

y la verdad inaccesible asombra;

la adusta perfección jamás se entrega,

y el secreto ideal duerme en la sombra.

 

Por eso ser sincero es ser potente;

de desnuda que está, brilla la estrella;

el agua dice el alma de la fuente

en la voz de cristal que fluye de ella.

 

Tal fue mi intento, hacer del alma pura

mía, una estrella, una fuente sonora,

con el horror de la literatura

y loco de crepúsculo y de aurora.

 

Del crepúsculo azul que da la pauta

que los celestes éxtasis inspira,

bruma y tono menor —¡toda la flauta!,

y Aurora, hija del Sol— ¡toda la lira!

 

Pasó una piedra que lanzó una honda;

pasó una flecha que aguzó un violento.

La piedra de la honda fue a la onda,

y la flecha del odio fuese al viento.

 

La virtud está en ser tranquilo y fuerte;

con el fuego interior todo se abrasa;

se triunfa del rencor y de la muerte,

y hacia Belén… ¡la caravana pasa!


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