Arte y literatura

5 poemas de Sylvia Plath (27 de octubre de 1932, Jamaica Plain, Boston, Massachusetts, Estados Unidos – 11 de febrero de 1963, Primrose Hill, Londres, Reino Unido)

 

Yo soy vertical

Pero preferiría ser horizontal.

Yo no soy el árbol con mi raíz en el suelo

Chupando minerales y amor materno

Así a cada marzo podría resplandecer en cada hoja,

Ni soy la belleza de un cantero

Atrayendo una estupenda porción pintada de Ahs,

Desconociendo que pronto puede que esté sin pétalos.

Comparado a mí, un árbol es inmortal

Y una corola no muy alta, pero más asombrosa,

Y yo quiero esa longevidad y aquella bravura.

Esta noche, en la infinitesimal luz de las estrellas,

Los árboles y las flores siguen propagando sus dulces olores.

Yo los he recorrido, pero ninguno lo ha reconocido.

A veces pienso que cuando estoy durmiendo

Seguro que debo parecerme a ellos-

Nociones evanesciendo.

Estar acostada me suena más natural.

Así que el cielo y yo mantenemos una charla,

Y eso será útil cuando yo duerma en fin:

Así que los árboles deberán tocarme por una vez, y las flores tendrán tiempo para mí.

Señora Lázaro

Lo hago otra vez

Un año cada diez

Lo logro-

Un tipo de movedizo milagro, mi piel

brilla como una lámpara nazi,

Mi pie derecho

Un pisapapeles,

Mi frente se parece a un fino y frío

Lino judío.

Despelléjate el pañuelo

Oh enemigo mío

¿Te agobio?–

 

¿La nariz, las orejas, la dentadura completa?

La agria respiración

Va a desaparecer un día.

En breve la carne

Que la caverna carcomió estará

En casa en mí

Y yo soy una mujer sonriente.

Sólo tengo treinta.

Y como el gato tengo nueve vidas.

Esta es la número tres.

Qué basura

Para devorar cada década.

Qué millones de filamentos

El maní mascado por la multitud

Empujando para verlo

 

Desfajando mis manos y pies-

El gran striptease.

Damas y caballeros

Estas son mis manos

Mis rodillas

Puede que sea hueso y pellejo.

Sin embargo, soy la misma mujer.

La primera vez pasó a los diez.

Fue un accidente.

En la segunda vez intenté

Que fuera por fin la última.

Rolé cerrada

Como una concha del mar.

Tuvieron que llamar y llamar

Y extirparme los vermes como perlas pingües.

Morir

Es un arte, como cualquier otro.

Yo lo hago estupendamente.

Así que se vuelve infernal.

Incluso real.

Dirías tal vez que tengo un don.

Es muy fácil hacerlo en una prisión.

Es muy fácil hacerlo poniéndose de canto

Es teatral

Vuelve en pleno día

Al mismo lugar, al mismo rostro, al mismo grito

Tosco y chistoso.

¡´Un milagro!

Que me deja mal

Hay que pagarlo

 

Para mirar a mis cicatrices, hay un precio

Para escuchar mi corazón-

Pulsa fuerte.

Y hay un precio, un precio muy grande

Para cada palabra o cada roce

O cada gota de sangre

O una mecha de pelos y prendas.

A ver, Herr Doktor

A ver, Herr Enemigo.

Soy tu opus,

Tu tesoro,

El bebé de puro oro

Que se disuelve en un chillido

Me vuelvo y ardo

No crea que subestimo su enorme celo.

 

Cenizas, cenizas-

Tú revuelves y atizas.

Carne, hueso, no hay nada ahí-

Una pastilla de jabón,

Un anillo de boda,

Un empaste de oro.

Herr Dios, Herr Lucifer,

Ojo

Ojo.

Renacida de las cenizas

Subo con mi cabello rojo

Y como al aire sorbo hombres.

 

 

 

El jardín solariego

Las fuentes resecas, las rosas terminan.

Incienso de muerte. Tu día se acerca.

Las peras engordan como Budas mínimos.

Una azul neblina, rémora del lago.

Y tú vas cruzando la hora de los peces,

los siglos altivos del cerdo:

dedo, testuz, pata

surgen de la sombra. La historia alimenta

esas derrotadas acanaladuras,

aquellas coronas de acanto,

y el cuervo apacigua su ropa.

Brezo hirsuto heredas, élitros de abeja,

dos suicidios, lobos penates,

horas negras. Estrellas duras

que amarilleando van ya cielo arriba.

La araña sobre su maroma

el lago cruza. Los gusanos

dejan sus sólitas estancias.

Las pequeñas aves convergen, convergen

con sus dones hacia difíciles lindes.

 

Carta de amor

No es fácil expresar lo que has cambiado.

Si ahora estoy viva entonces muerta he estado,

aunque, como una piedra, sin saberlo,

quieta en mi sitio, mi hábito siguiendo.

No me moviste un ápice, tampoco

me dejaste hacia el cielo alzar los ojos

en paz, sin esperanza, por supuesto,

de asir los astros o el azul con ellos.

 

No fue eso. Dormí: una serpiente

como una roca entre las rocas hiende

el intervalo del invierno blanco,

cual mis vecinos, nunca disfrutando

del millón de mejillas cinceladas

que a cada instante para fundir se alzan

las mías de basalto. Como ángeles

que lloran por la gente tonta hacen

lágrimas que se congelan. Los muertos

tenían yelmos helados. No les creo.

Me dormí como un dedo curvo yace.

Lo primero que vi fue puro aire

y gotas que se alzaban de un rocío

límpidas como espíritus. y miro

densas y mudas piedras en tomo a mí,

sin comprender. Reluzco y me deshojo

como mica que a sí misma se escancie,

igual que un líquido entre patas de ave,

entre tallos de planta. Mas no pienses

que me engañaste, eras transparente.

Árbol y piedra nítidos, sin sombras.

Mi dedo, cual cristal de luz sonora.

Yo florecía como rama en marzo:

una pierna y un brazo y otro brazo.

De piedra a nube iba yo ascendiendo.

A una especie de dios ya me asemejo,

hiende el aire la veste de mi alma

cual pura hoja de hielo. Es una dádiva.

 

 

Espejo

Soy de plata y exacto. Sin prejuicios.

Y cuanto veo trago sin tardanza

tal y como es, intacto de amor u odio.

No soy cruel, solamente veraz:

ojo cuadrangular de un diosecillo.

En la pared opuesta paso el tiempo

meditando: rosa, moteada. Tanto ha que la miro

que es parte de mi corazón. Pero se mueve.

Rostros y oscuridad nos separan

sin cesar. Ahora soy un lago. Ciérnese

sobre mí una mujer, busca mi alcance.

Vuélvese a esos falaces, las luciérnagas

de la luna. Su espalda veo, fielmente

la reflejo. Ella me paga con lágrimas

y ademanes. Le importa. Ella va y viene.

Su rostro con la noche sustituye

las mañanas. Me ahogó niña y vieja.


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