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Breves perspectivas subjetivas sobre la necesidad -y posibilidades, que se abren- de separarse y/o divorciarse

Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.

“…la nada anonada…”.

(Martin Heidegger)

La calidad de nuestras conversaciones

Los amantes, 1954-55, de Marc Chagall.

Desde esta postura relacional, construccionista social, se sostiene, que la calidad de nuestras conversaciones dice de la calidad de nuestra vida. Esta perspectiva es plenamente pragmática para las relaciones de pareja. La calidad de nuestras conversaciones en la pareja, con la pareja, dicen sin duda, de la calidad de la relación que se construye con esa pareja, del futuro posible que serán responsables de crear conjuntamente.

La investigación en terapia de parejas y la propia experiencia de las personas que deciden ser pareja, demuestran que uno de los asuntos que garantizan que esa historia tendrá fecha de caducidad segura, es que la idealización común del inicio de la relación, tiende a extenderse en el tiempo, a encubrir la pobreza del vínculo, la decadencia de la conexión y la agonía lenta y segura de un proyecto colonizado por una idealización que evita la humanización de la relación, la aceptación de la diferencia y la corresponsabilidad en la generación de un bienestar genuino.

El psicólogo John Bradshaw, definió como estrés posromántico, a la fase final en la que todo es perfecto, hay un entendimiento sexual y las mutuas vulnerabilidades se ignoran, matizan o se justifican.

En medio de la fase más crítica de la pandemia y también después, se publicaban investigaciones, que aseguraban que las separaciones y divorcios de las parejas estaban creciendo en una gran mayoría de países del ámbito occidental, en al menos un 30%. En nuestra consulta terapéutica (vía Zoom por pandemia y ahora también presencialmente), la cifra variaba, alcanzaba a un 50% de las parejas. Lo dulce se hizo amargo, el deseo rutina, la conexión mutó en resentimiento, el otro se convirtió en un peso, en tiranía y opresión.

En los procesos terapéuticos de estos meses, en especial mujeres, reflexionando sobre su deseo y necesidad de construir una nueva historia con sentido para sí mismas, nos piden dialogar sobre más argumentos que contribuyan a su decisión de liberarse de relaciones que les impiden ser las personas que les gustaría ser consigo mismas y con los demás.

Aquí recuperamos algunas reflexiones de nuestros artículos sobre parejas, relacionados con las separaciones y divorcios, con toda la relatividad y subjetividad, que es obvia.

La posibilidad de elegir es lo principal que aporta ser y estar con una pareja:

¿Qué queremos, cómo queremos vivir, y qué cosecha esperamos de esa siembra?

¿Hay alegría en nuestra vida?

¿Hay alegría en mi pareja, en la vida compartida?

¿Hay placer y gozo auténticos, sin herir al otro?

¿Qué pasaría si comenzáramos a decir SÍ, cuando de verdad quisiéramos decir SÍ, y a decir NO, cuando de verdad quisiéramos decir NO, independientemente de que guste o no a los otros, por importantes y queridos que sean?

Romance de Sol y Luna, 1949, de Marc Chagall.

Las parejas más consistentes crean conjuntamente estos contextos relacionales:

1)        Que cada integrante de la pareja se comprometa desde un lugar propio, asumiendo esta pregunta: ¿Qué responsabilidad tengo yo, para contribuir -sin prejuicios, desde ahora y permanentemente-, a construir la relación de pareja que me gustaría, deseo, necesito y merezco?

2)        Que el hombre pueda empezar a hablar de sus sentimientos en la relación de pareja. Que se exprese libre y abiertamente.

3)        Que la mujer, en lugar de dedicarse a perseguir a su pareja o ser su “media naranja”, pueda hablar diciendo “YO”, y tomar la responsabilidad, por sí misma, de su propia vida.

4)        Que los hombres participen activamente en el trabajo de la casa                     -democracia en la casa-. No estar en plan parásitos. Y, sobre todo, que participen en corresponsabilizarse de generar un diálogo abierto y continuo con su pareja, hijos e hijas.

5)        Que la pareja disfrute de una relación de intimidad placentera, también sexual. Todo lo que es consensuado en complicidad erótica, entre dos adultos, si no hiere al otro, es legítimo. Conscientes que la intimidad, significa especialmente, diálogo sincero, genuino, auténtico y oportuno.

6)        Que se autoricen a construir y escribir otra historia, propia, liberándose del “deber ser” familiar y social, de las lealtades invisibles a sus familias de origen, a sus parejas precedentes, a los estereotipos sociales.

7)        Que se diferencien asertivamente de las respectivas familias de origen. No tienen por qué repetir las historias crueles e injustas de sus padres, de sus madres o parientes; ni las coartadas manipuladoras para evitar elegir y decidir como adultos responsables un camino, un proyecto, un estilo de vida distinto, a favor de su bienestar y el de su nueva familia.

8)        Que logren consensos transparentes y justos sobre el manejo del dinero. A la vez, que ninguno sienta que el otro es un explotador cómodo y egoísta; un ser que no aporta -con su trabajo- en la construcción del bienestar común. Que no se cree un statu quo de alguien proveedor y alguien demandante y aprovechado/a al que hay que “pagarle” para que no se queje o aporte algo: compañía, placer, afecto, etc.

9)        Que hagan acuerdos -que respeten y los hagan respetar- sobre el tipo de educación y valores para los hijos (en la casa, y en sus estudios). Sobre todo, la educación en este sentido:

¿qué principios son importantes para vivir consigo mismos y con los demás?

¿qué ética relacional es la que nos importa que aprendan -porque como padres y adultos también la encarnamos- y vivan cotidianamente con alegría.

10)      Lo más importante es lo que pasa entre los miembros de la pareja; si la relación de los adultos es honesta, si hay plenitud entre sí y realizaciones conjuntas, los límites para los hijos, están claros.

11)      Por su salud integral, los hijos no deben estar en el centro de la vida de la pareja; deben permanecer en la periferia. Se debe dejar muy claro a los hijos/hijas, que la pareja emocional y sexual es el adulto elegido. Eso será, además un aporte para la futura vida de pareja – satisfactoria, libre y responsable – de esos mismos hijos e hijas.

12)      La diferencia que genera satisfacción en la vida de pareja, no está en que no existan problemas y dificultades, si no en la manera de afrontarlos; si existe o no un equipo -la pareja- para solucionar lo importante.

13)      El proyecto de vida, de construcción con la pareja, depende de la capacidad de comunicarse, conectarse, relacionarse dialogando, sin miedo ni culpas (construyendo confianza) y de la resolución inteligente de los conflictos.

14)      Comprometerse en nutrir la relación, soltando las idealizaciones tontas, agenciando una relación de pareja consciente, con intereses comunes, que evolucionan; reflexionar con el otro sobre lo que se necesita transformar para crecer juntos.

15)      Que se diga con claridad a la pareja, las expectativas propias (y se las actualice): lo que se quiere y lo que no se quiere, lo que se espera y necesita del otro y de la relación; de la vida juntos y del futuro nuevo que se desea construir. Que la pareja sea un lugar para la realización de los sueños propios y para concretar la realización de los sueños conjuntos.

Liberación, 1937 – 1952, de Marc Chagall.

Cuando el proyecto de vida común muere: ¿Qué hacer?

Un contexto que contribuye a la construcción de este bienestar conjunto en la relación de pareja, es, sin duda, el asumir y reconocer las propias responsabilidades; más aún en momentos de crisis. Significa decir la verdad, sin coartadas; dejar las mentiras y la hipocresía. Sobre todo: no jugar sucio.  Si ya no estoy comprometido con esta relación de pareja, lo honesto es soltar. Liberarme y dejar en libertad a la otra persona.

Un proyecto de vida en pareja, necesita una base de confianza y seguridad, que se logran tratando con respeto al otro, lo que significa hablar con palabras verdaderas, auténticas; sin manipular y estafar los derechos de la otra persona. Es un proceso, en el que dos adultos responsables eligen jugar limpio. Es la ética de la relación: mereces respeto, amor, buen trato, sinceridad, placer, justicia, seguridad, confianza, libertad, alegría; y, yo, lo mismo.

De allí, que aceptar y mantener relaciones de pareja en las que uno (o los dos) de sus integrantes no se siente amado y respetado de la forma que necesita y merece no aporta; una pareja en la que no existe respeto, deseo, amor, libertad y alegría recíprocos, significa perder el sentido del dialogo que construye una vida plena, positiva. Se trata de dejar de mendigar amor o de oprimir al otro con la coartada del “amor”.

La consecuencia de mantener y mantenerse en relaciones que han caducado es un empobrecimiento irresponsable de la propia existencia; el resultado: una experiencia cotidiana de miseria humana; sin importar las coartadas y justificaciones que se inventen tontamente. Es extraño ver a personas inteligentes que eligen vivir tontamente; desperdiciando su derecho a construir una buena vida -sin la presencia, que se va tornando indeseable, del otro-.

Cuando existe codependencia, la mutua esclavitud es evidente. Los adictos al amor se sienten atrapados a menudo por dos temores principales. El temor más consciente es el del abandono. Los adictos al amor tolerarán casi cualquier cosa con tal de evitar el verse abandonados, temor que procede de la clase de experiencias que vivieron en su infancia (no amor, no respeto, no protección, no aceptación, no comprensión).

El segundo temor es el miedo a la intimidad. Los adictos al amor no experimentaron suficiente intimidad (afecto, respeto, ternura, diálogo, confianza, seguridad) por parte de quienes los cuidaban, de modo que no saben cómo ser íntimos de una forma responsable.

No pueden marcharse porque temen el abandono, pero tampoco pueden quedarse y sentirse reconfortados y construir y vivir la conexión y el compromiso que trae la intimidad, ya que no ven satisfecho su deseo de ser reconocidos, cuidados, protegidos.

Decir que siguen “por los hijos”, es una farsa que, además, los hace sentir culpables de un asunto que debería ser resuelto y terminado por la pareja de adultos si existiese responsabilidad y ética relacional; devienen en hijos e hijas que se sienten culpables por delegación de sus padres y madres. En realidad, los adultos que se mantienen en relaciones que ya no desean, o aceptan seguir en relaciones en las que ya no son deseados/as, se nutren de veneno y lo contagian.

Existen contextos de familias ensambladas, en los que cuando el amor de pareja se extinguió, los hijos/hijas de la madre o del padre, o los hijos comunes, experimentan una condición de rehenes de la pareja y familia. Todos viven la relación impuesta, obligada y opresiva bajo el mismo techo como una farsa de la que están conscientes y la sufren, y de la que fingen indiferencia, o que no les impacta y lastima, cruel e injustamente. Esta situación los entrena para una vida como víctimas y victimarios.

El egoísmo, cobardía, irresponsabilidad, comodidad, ambiciones económicas o la tiranía de las apariencias de la pareja de adultos para cerrar un matrimonio muerto (los cadáveres que no se sepultan, se pudren, contaminan y envenenan a los vivos; y, explota emocionalmente a los más vulnerables: hijos/hijas), siembra síntomas de actuales y futuras dolencias y enfermedades psicoemocionales. Rompe la confianza y la seguridad en el presente y el futuro al que tienen derecho esos hijos/hijas; y los deja -con negligencia- en una condición de víctimas propiciatorias. Les roba su niñez y adolescencia. Es, en suma, una canallada.

Compartir la vida con otra persona significa compartir el tiempo. Tiempo que no vuelve. La vida, de carne y hueso -con respeto a toda creencia- es solo esta, y no hay otra. Y, es breve, efímera. De allí, que lo que hiere tan profundamente es la consciencia de haber malgastado tanto tiempo, permitiendo que nos lo roben, con nuestra complicidad.

Por ello, si el proyecto de pareja se tuerce, cada vez es más difícil cerrar con dignidad, respeto y elegancia un proceso vital convertido en un campo de batalla.

Sobre la ciudad, 1918, de Marc Chagall.

Lo que hiere profundo a los hijos/hijas es convivir con padres que no se miran con respeto y amor, que no se tocan con palabras y acciones de respeto y amor, que no dialogan. Parejas que se desprecian y se odian; quemeimportistas, indiferentes, cínicas ausentes. Parejas zombis.

Hay parejas que llegan a terapia porque sienten que ya no pueden más con sus emociones al mantenerse y aceptar una relación en la que ya dejaron de ser con el otro, de realizarse conjuntamente. Las frustraciones, impotencias, resentimientos, miedos, desconfianzas, inseguridades, angustias, sufrimientos, abusos, violencias, que les genera el seguir juntos, les impide ser. Con frecuencia, como no quieren asumir la responsabilidad de decir a su pareja que ya no desean continuar su relación, que se quieren separar definitivamente, divorciarse; como no asumen este hecho, y no respetan ni hacen respetar esta decisión, llegan a la terapia como coartada y decir: lo intentamos todo, hasta hicimos terapia y no se logró nada. 

Confían en dejar “parqueada/o” en la terapia a su pareja y escapar. “Ella/él es el problema, necesita terapia”. O, quieren delegar en el/la terapeuta, la responsabilidad de que “les den decidiendo”, que ya no deben seguir juntos. Si obtienen eso, declaran exitosa la terapia, si no, dirán que la terapia no les sirvió; y, continuarán sin asumir la parte de responsabilidad que tienen en ese estancamiento y desgaste.  Para ir después con otros terapeutas, hasta encontrar a quien dé la razón al cliente que paga y declare “enfermo/a” a su pareja, y por prescripción médica les “ordene” separarse.

Las parejas que se han desgastado encubriendo su malestar, con un estilo de pareja y de vida que no les satisface ya, llegan a la terapia inmersos en un contexto de “cuidados intensivos”. En fase terminal, cuando es demasiado tarde.

Si la pareja vive en el reproche provoca sólo más reproches reactivos; descalificaciones que humillan y maltratan, silencios que castigan con su furia reprimida; y, son una manifestación de la inexorable decadencia de la relación.

Seguir en una relación de pareja, sin desearlo, sin amor, sin alegría ni libertad, sin proyecto común de vida, sin que sea un vínculo de realización personal y conjunta, es una muy mala decisión.

Es importante comprender que mis emociones son consecuencia de mis acciones, de mi forma de vivir y de ver el mundo, de mi manera de relacionarme, de dialogar. Entonces, mejor intervengo sobre mis modos y estilos de vivir y de ver el mundo. Las emociones cambian por añadidura.

Si vives en la queja, saber qué necesitas te facilita salir de ahí. Si nunca lo haces, aprender a soltar y, no sostener todo tú, puede ser liberador. Aprender a tenerse en cuenta, a sí mismo y al otro, para ser libre y dejar ser libre: soltando. Decidiendo decir adiós y ser consistente.

La estafa de mantenerse en un proyecto de vida muerto y putrefacto, trae como consecuencia la constatación de algo definitivamente trágico: ¡cuánto tiempo perdido! Cuánto tiempo, alegría, energía y gozos perdidos, desperdiciados sin sentido. Abrir las manos, y verlas vacías, sentir cómo el agua se chorrea entre los dedos. Sentir el corazón frío, el cuerpo seco, la mente cansada. ¡Qué estupidez no haber elegido vivir de otras maneras! El punto es decidir (y actuar) comenzar este momento otra historia: si no ahora: ¿cuándo?

Es evidente que, para llegar a decidir la separación definitiva de la pareja, optar con honestidad por el divorcio, hay que estar conscientes que este llega, sobre todo, porque se experimentaba de manera constante, mutuamente, un pseudo apoyo del uno con el otro. Y, es el pseudo apoyo diario, cotidiano sentido por cada uno, en uno y mil asuntos, aspectos, situaciones, necesidades, experiencias, contextos relacionales, deseos, expectativas, sueños, lo que ha matado el amor y el deseo de seguir comprometidos en una relación con futuro.

La relación de pareja es estéril, sin gratificaciones genuinas. Solo se producen -y con esfuerzo- consolaciones momentáneas, que no cubren el vacío perpetuo de lo que implica seguir en una relación de pareja en la que el otro dejó de ser un interlocutor que se elige con entusiasmo cada vez, y al que se admira, respeta, ama. El otro significa y significará solamente un pseudo apoyo. De allí, la URGENCIA, de separarse y divorciarse, con inteligencia y ética relacional.

El gran circo gris, 1975, de Marc Chagall.

El divorcio

Si bien es un proceso doloroso, también es, en muchas ocasiones, la única y la mejor alternativa -solución responsable y digna- para una relación que ha dejado de ser fuente de crecimiento personal.

El divorcio es lo más sano e inteligente, cuando ya no se genera alegría compartida, que nutra emocionalmente a la pareja y a los hijos/hijas.

Es necesario empezar por esforzarse en aceptar que en la vida muchas veces nos toca perder, y tú no vas a ser una excepción; eso no significa que también puedes cultivar el optimismo y que en otras muchas ocasiones ganarás con otras relaciones.

Cuando sientes que es una relación que no te aporta. La investigación sobre divorcios, demuestra que los hijos, si bien, sufren por el impacto del divorcio de sus padres, luego, atravesada esta etapa de crisis, se sentirán liberados de un contexto opresivo y maltratante. Y, se sentirán contentos y orgullosos de unos padres que supieron asumir sus propias responsabilidades y decidir de forma consciente, sin tenerlos de rehenes emocionales en una relación no deseada, sin presente ni futuro.

Y, por supuesto no son los hijos -no es su responsabilidad- quienes deberán decidir si sus padres se divorcian o no. Hijos liberados de involucrarse (y desgastarse, en la triste agonía de esa pesadilla) en algo que no les corresponde, y sin tener que alimentarse día a día, de dolor, frustración, resentimientos, crueldades e injusticias, a las que los padres deben poner un fin, y evitar repetir. Los hijos e hijas no están para ser soldados del padre o de la madre en una guerra ciega y tonta, que anula futuros.

En el espacio terapéutico es evidente que existen muchas parejas que ya están divorciadas emocionalmente hace mucho, aunque sigan bajo el mismo techo y con rutinas familiares; y, solo falta hacerlo oficial, legal y asumirlo de manera socialmente responsable. Solo así (con un divorcio humano y sano -al que un proceso de terapia puede aportar-) los hijos e hijas, podrán, cuando sean adultos, elegir (sin falsas lealtades a la triste historia de sus padres) liberados de una historia que no es de ellos/as, si no de sus padres, podrán elegir una pareja que los ame y respete, y a quien amar y respetar para construir, con ética relacional, algo nuevo.

Quien no acepta la nueva realidad, parece no haber aprendido una “ley universal”: no podemos obligar a nadie a que nos quiera. Asumir responsablemente la propia libertad se aprende en dos sentidos: por una parte, comprender que no puedes obligar a nadie a permanecer en una relación que no aporta nada positivo y en la que se acabó el amor y respeto. Por otro lado, es recuperar la voluntad propia, así como la autonomía para seguir adelante con un proyecto de vida individual. Hacer otra historia, construir, de a poco, un nuevo proyecto de vida, distinto, en otro contexto.

Les Renoncules, 1973, de Marc Chagall.

Es el momento de decirse (y actuar en consecuencia), con valentía y templanza (e inteligencia): “Cada quien, en su propio mundo diferente, cada quien a construir con responsabilidad otros contextos relacionales, cada uno por su propio camino nuevo.”

Proponemos algunas preguntas honestas, que necesitan respuestas honestas. para ser el que decide con ética relacional y se divorcia, sin destruir ni autodestruirse; con dignidad:

¿Qué cosas, con sentido, me aporta esta relación, y que sea significativo?

¿Me conviene esta relación?

¿Quiero continuar en una relación en la que me siento irrespetado/a? Consciente que quien me irrespeta, no me merece.

Otras preguntas obvias son:

¿Qué habrá hecho esa persona, para que su ex pareja decida que ya no lo quiere más en su vida; para que decida que ya basta, que ya no quiere participar nunca más en algo opresivo, maquillado de amor y felicidad?

¿Qué responsabilidades tendrá “el bueno” o “la buena”, para que un proyecto de vida o una historia significativa, mueran?

Lo inteligente es voltear la página, por duro y difícil que sea, recuperar la mejor versión de uno mismo, construir otro camino. En estos procesos no hay “malos” ni “buenos”, hay corresponsables de no haber asumido el compromiso de nutrir con amor, buen trato, sinceridad y respeto la relación de pareja. El divorcio suele llegar, también, porque se esperaban relaciones en las que se les garantice ciegamente, porque se esperaba amor incondicional, afecto incondicional, atención incondicional, comprensión incondicional, un estar incondicional de los demás para ellos/as. 

Como sabemos esta incondicionalidad la pueden dar solo los padres y las madres, cuando los hijos son niños/as. Nadie más. Todas las otras relaciones (de pareja, de amistad, etcétera) esperan y merecen reciprocidad.

Necesitamos aprender que aun las buenas relaciones no necesariamente van o deben durar para siempre. Aunque lo queramos, no siempre es viable, y podemos aceptarlo.  Tiene más sentido: apreciar y valorar lo compartido, lo vivido conjuntamente. En lugar de quejarse y lamentarse, de agonizar en resentimientos y frustraciones que roban la propia existencia, de culpar y odiar: agradecer aquellas que fueron experiencias positivas, y aprender cosas nuevas y positivas de ellas (así como alejarse de las negativas, destructivas y crueles). Y, voltear la página: a otras cosas, o construir una nueva historia, distinta.

Para los padres y las madres que se sienten culpables y hablan de fracaso porque se divorciaron, y piensan que dañaron irremediablemente a sus hijos/as porque se divorciaron, hay que invitarlos a salir de esa ceguera: que es importante que se liberen de la ideología de la culpa que hay atrás de ese lenguaje convencional y funcional al patriarcado; y, reconocer que lo que hace sentir a los hijos/hijas que tienen una familia, un hogar, no es que sus padres sigan o no juntos, si no que se los acepte. Significa, que si el padre y la madre ofrecen la aceptación del ser distintos-únicos de su hijo, de su hija, eso es darle un hogar real y que aporta a su devenir, el que necesita para construir un futuro propio. Y, lo hacen, como adultos responsables, ya sea estando con su pareja o separados–divorciados de su pareja. Y, es también aceptar la pérdida, hacer el duelo y continuar. Como dice Harlene Anderson: “El hogar es aceptación”.

Algunas preguntas que hacen transparentes, auténticas y honestas las relaciones de pareja:

¿Para qué elegimos ser pareja; y, para qué traemos hijos al mundo?

¿Qué podemos hacer con nosotros para ayudar a nuestros hijos?

¿Cómo quiero ser con los otros? Y

¿Cómo quiero que sean ellos conmigo?

Que cada integrante de la pareja se comprometa desde un lugar propio, asumiendo esta pregunta: ¿Qué responsabilidad tengo yo, para contribuir -sin prejuicios, desde ahora y permanentemente-, a construir la relación de pareja que me gustaría, deseo, necesito y merezco?: y hacerlo con inteligencia, respeto, alegría, responsabilidad, confianza, autenticidad, placer, creatividad, buen humor, templanza, solidaridad, justicia, dignidad, espíritu crítico, ética y libertad.

¿Qué vida distinta quiero, desde este momento, para mí?

 ¿De qué forma la construiré con aquellos que elija como significativos en esta nueva historia?

El concierto, 1957, de Marc Chagall.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

Historias y diálogos terapéuticos

Amar en tiempos de incertidumbre, es decir, en nuestro tiempo (I)

Amar en tiempos de incertidumbre, es decir, en nuestro tiempo (II)

Procesos terapéuticos relacionales en construcción y devenir

Diálogo terapéutico desde el construccionismo social-relacional en nuestra práctica.

Procesos co-terapèuticos desde las posturas relacionales y las prácticas colaborativas dialógicas