(Cuenca-Ecuador, 5 de octubre de 1918 – Caracas, 2 de mayo de 1967)
Profesión de fe No hay angustia mayor que la de luchar envuelto en la tela que rodea la pequeña casa del poeta durante la tormenta. Además, están ahí las moscas, veloces en su ociosidad, buscando la sabor adulterina y dale y dale vueltas frente a las aberturas del rostro más entregado a su verdadera cualidad. El forcejeo con la tela obstructiva se repliega en las cuevas comunicantes del corazón o dentro de la glándula de veneno del entrecejo cuyos tabiques son verticales al Fuego y horizontales al Éter. Y la poesía, el dolor más antiguo de la Tierra, bebe en los huecos del costado de San Sebastián el sol vasomotor abierto por las flechas. Pero la voluntad del poema embiste aquí y allá la Tela y elige, a oscuras aún, los objetos sonoros, las riñas de alas, los abalorios que pululan en la boca del cántaro. Pero la tela se encoje y ninguna práctica es capaz de renovar la agonía creadora del delfín. El pez sólo puede salvarse en el relámpago.
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