Arte y literatura

César Vallejo 3 poemas (16 de marzo de 1892, Santiago de Chuco, Perú – 15 de abril de 1938, París, Francia)

Sombrero, abrigo, guantes

Enfrente a la Comedia Francesa, está el Café

de la Regencia; en él hay una pieza

recóndita, con una butaca y una mesa.

Cuando entro, el polvo inmóvil se ha puesto ya de pie.

Entre mis labios hechos de jebe, la pavesa

de un cigarrillo humea, y en el humo se ve

dos humos intensivos, el tórax del Café,

y en el tórax, un óxido profundo de tristeza.

Importa que el otoño se injerte en los otoños,

importa que el otoño se integre de retoños,

la nube, de semestres; de pómulos, la arruga.

Importa oler a loco, postulando

¡qué cálida es la nieve, qué fugaz la tortuga,

el cómo qué sencillo, qué fulminante el cuándo!

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Esto

Esto

sucedió entre dos párpados; temblé

en mi vaina, colérico, alcalino,

parado junto al lúbrico equinoccio,

al pie del frío incendio en que me acabo.

Resbalón alcalino, voy diciendo,

más acá de los ajos, sobre el sentido almíbar,

más adentro, muy más, de las herrumbres,

al ir el agua y al volver la ola.

Resbalón alcalino

también y grandemente, en el montaje colosal del cielo.

¡Qué venablos y arpones lanzaré, si muero

en mi vaina; daré en hojas de plátano sagrado

mis cinco huesecillos subalternos,

y en la mirada, la mirada misma!

(Dicen que en los suspiros se edifican

entonces acordeones óseos, táctiles;

dicen que cuando mueren así los que se acaban,

¡ay! mueren fuera del reloj, la mano

agarrada a un zapato solitario)

Comprendiéndolo y todo, coronel

y todo, en el sentido llorante de esta voz,

me hago doler yo mismo, extraigo tristemente,

por la noche, mis uñas;

luego no tengo nada y hablo solo,

reviso mis semestres

y para henchir mi vértebra, me toco.

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Ello es el lugar donde me pongo

Ello es que el lugar donde me pongo

el pantalón, es una casa donde

me quito la camisa en alta voz

y donde tengo un suelo, un alma, un mapa de mi España.

Ahora mismo hablaba

de mí conmigo, y ponía

sobre un pequeño libro un pan tremendo

y he, luego, hecho el traslado, he trasladado,

queriendo canturrear un poco, el lado

derecho de la vida al lado izquierdo;

más tarde, me he lavado todo, el vientre,

briosa, dignamente;

he dado vuelta a ver lo que se ensucia,

he raspado lo que me lleva tan cerca

y he ordenado bien el mapa que

cabeceaba o lloraba, no lo sé.

Mi casa, por desgracia, es una casa,

un suelo por ventura, donde vive

con su inscripción mi cucharita amada,

mi querido esqueleto ya sin letras,

la navaja, un cigarro permanente.

De veras, cuando pienso

en lo que es la vida,

no puedo evitar de decírselo a Georgette,

a fin de comer algo agradable y salir,

por la tarde, comprar un buen periódico,

guardar un día para cuando no haya,

una noche también, para cuando haya

(así se dice en el Perú —me excuso);

del mismo modo, sufro con gran cuidado,

a fin de no gritar o de llorar, ya que los ojos

poseen, independientemente de uno, sus pobrezas,

quiero decir, su oficio, algo

que resbala del alma y cae al alma.

Habiendo atravesado

quince años; después, quince, y, antes, quince,

uno se siente, en realidad, tontillo,

es natural, por lo demás ¡qué hacer!

¿Y qué dejar de hacer, que es lo peor?

Sino vivir, sino llegar

a ser lo que es uno entre millones

de panes, entre miles de vinos, entre cientos de bocas,

entre el sol y su rayo que es de luna

y entre la misa, el pan, el vino y mi alma.

Hoy es domingo y, por eso,

me viene a la cabeza la idea, al pecho el llanto

y a la garganta, así como un gran bulto.

Hoy es domingo, y esto

tiene muchos siglos; de otra manera,

sería, quizá, lunes, y vendríame al corazón la idea,

al seso, el llanto

y a la garganta, una gana espantosa de ahogar

lo que ahora siento,

como un hombre que soy y que he sufrido.

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