Arte y literatura

Charles Baudelaire (9 de abril de 1821, París, Francia – 31 de agosto de 1867, París, Francia)

“El amor es un crimen que no puede realizarse sin cómplice”

«Embriagaos»

Hay que estar siempre ebrio. Todo se reduce a eso; es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo, que os destroza los hombros doblegándoos hacia el suelo, debéis embriagaros sin cesar.

Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como os plazca. Pero embriagaos.

Y si alguna vez os despertáis en la escalinata de un palacio, tumbados sobre la hierba verde de una cuneta o en la lóbrega soledad de vuestro cuarto, menguada o disipada ya la embriaguez, preguntadle al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, canta o habla, preguntad qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj os contestarán: «¡Es hora de embriagarse! Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, embriagaos; ¡embriagaos sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como os plazca.»

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«Bendición»

Cuando, por un decreto de las potencias supremas,

El Poeta aparece en este mundo hastiado,

Su madre espantada y llena de blasfemias

Crispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada:

-“¡Ah! ¡no haber parido todo un nudo de víboras,

Antes que amamantar esta irrisión!

¡Maldita sea la noche de placeres efímeros

En que mi vientre concibió mi expiación!

Puesto que tú me has escogido entre todas las mujeres

Para ser el asco de mi triste marido,

Y como yo no puedo arrojar a las llamas,

Como una esquela de amor, este monstruo esmirriado,

¡Yo haré rebotar tu odio que me agobia

Sobre el instrumento maldito de tus perversidades,

Y he de retorcer tan bien este árbol miserable,

Que no podrán retoñar sus brotes apestados!”

Ella vuelve a tragar la espuma de su odio,

Y, no comprendiendo los designios eternos,

Ella misma prepara en el fondo de la Gehena

Las hogueras consagradas a los crímenes maternos.

Sin embargo, bajo la tutela invisible de un Ángel,

El Niño desheredado se embriaga de sol,

Y en todo cuanto bebe y en todo cuanto come,

Encuentra la ambrosía y el néctar bermejo.

El juega con el viento, conversa con la nube,

Y se embriaga cantando el camino de la cruz;

Y el Espíritu que le sigue en su peregrinaje

Llora al verle alegre cual pájaro de los bosques.

Todos aquellos que él quiere lo observan con temor,

O bien, enardeciéndose con su tranquilidad,

Buscan al que sabrá arrancarle una queja,

Y hacen sobre El el ensayo de su ferocidad.

En el pan y el vino destinados a su boca

Mezclan la ceniza con los impuros escupitajos;

Con hipocresía arrojan lo que él toca,

Y se acusan de haber puesto sus pies sobre sus pasos.

Su mujer va clamando en las plazas públicas:

“Puesto que él me encuentra bastante bella para adorarme,

Yo desempeñaré el cometido de los ídolos antiguos,

Y como ellos yo quiero hacerme redorar;

¡Y me embriagaré de nardo, de incienso, de mirra,

De genuflexiones, de viandas y de vinos,

Para saber si yo puedo de un corazón que me admira

Usurpar riendo los homenajes divinos!

Y, cuando me hastíe de estas farsas impías,

Posaré sobre él mi frágil y fuerte mano;

Y mis uñas, parecidas a garras de arpías,

Sabrán hasta su corazón abrirse un camino.

Como un pájaro muy joven que tiembla y que palpita,

Yo arrancaré ese corazón enrojecido de su seno,

Y, para saciar mi bestia favorita,

Yo se lo arrojaré al suelo con desdén!”

Hacia el Cielo, donde su mirada alcanza un trono espléndido,

El Poeta sereno eleva sus brazos piadosos,

Y los amplios destellos de su espíritu lúcido

Le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos:

-“Bendito seas, mi Dios, que dais el sufrimiento

Como divino remedio a nuestras impurezas

Y cual la mejor y la más pura esencia

Que prepara los fuertes para las santas voluptuosidades!

Yo sé que reservarás un lugar para el Poeta

En las filas bienaventuradas de las Santas Legiones,

Y que lo invitarás para la eterna fiesta

De los Tronos, de las Virtudes, de las Dominaciones.

Yo sé que el dolor es la nobleza única

Donde no morderán jamás la tierra y los infiernos,

Y que es menester para trenzar mi corona mística

Imponer todos los tiempos y todos los universos.

Pero las joyas perdidas de la antigua Palmira,

Los metales desconocidos, las perlas del mar,

Por vuestra mano engastados, no serían suficientes

Para esa hermosa Diadema resplandeciente y diáfana;

Porque no será hecho más que de pura luz,

Tomada en el hogar santo de los rayos primitivos,

Y del que los ojos mortales, en su esplendor entero,

No son sino espejos oscurecidos y dolientes!”

«La metamorfosis del vampiro»

La mujer, entre tanto, de su boca de fresa

Retorciéndose como una sierpe entre brasas

Y amasando sus senos sobre el duro corsé,

Decía estas palabras impregnadas de almizcle:

«Son húmedos mis labios y la ciencia conozco

De perder en el fondo de un lecho la conciencia,

Seco todas las lágrimas en mis senos triunfales.

Y hago reír a los viejos con infantiles risas.

Para quien me contempla desvelada y desnuda

Reemplazo al sol, la luna, al cielo y las estrellas.

Yo soy, mi caro sabio, tan docta en los deleites,

Cuando sofoco a un hombre en mis brazos temidos

O cuando a los mordiscos abandono mi busto,

Tímida y libertina y frágil y robusta,

Que en esos cobertores que de emoción se rinden,

Impotentes los ángeles se perdieran por mí.»

Cuando hubo succionado de mis huesos la médula

y muy lánguidamente me volvía hacia ella

A fin de devolverle un beso, sólo vi

Rebosante de pus, un odre pegajoso.

Yo cerré los dos ojos con helado terror

y cuando quise abrirlos a aquella claridad,

A mi lado, en lugar del fuerte maniquí

Que parecía haber hecho provisión de mi sangre,

En confusión chocaban pedazos de esqueleto

De los cuales se alzaban chirridos de veleta

O de cartel, al cabo de un vástago de hierro,

Que balancea el viento en las noches de invierno.

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«Los gatos»

Los férvidos amantes y los sabios austeros

en sus años maduros suelen ambos amar

a los potentes gatos, orgullo del hogar,

como ellos sedentarios y también frioleros.

Amigos de la ciencia y la voluptuosidad,

en silencio y horror tenebrosos se placen;

por fúnebres corceles Érebo los tomase

si, serviles, pudiesen domar su vanidad.

Con pose pensativa adoptan los nobles aires

de esfinges solitarias tumbadas al desgaire

que parecen sumidas en un sueño sin prisa;

chispas mágicas llenan sus entrañas fecundas

y láminas de oro y fina arena irisan

de un místico fulgor sus pupilas profundas.