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Dilemas sobre Cobrar y Pagar las Terapias

Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.

“…renuncia a la renuncia”.

(Walter Benjamín)

La risa, 1911, de Umberto Boccioni.

En los espacios de supervisión clínica en los que aportamos, distintos profesionales, de diferentes escuelas y modelos terapéuticos, en cierto punto, traen un tema recurrente. Al inicio con cierta reticencia, pudor y hasta vergüenza y luego con muestras de desasosiego, frustración, impotencia o enojo; y surgen preguntas de este tipo: ¿Cómo hacer para no tener sentimientos encontrados al cobrar las terapias y que los consultantes las paguen de manera justa, oportuna y respetuosa? ¿Cómo liberarse de una sensación de agotamiento (burnout) por no sentir que su trabajo profesional se respeta, valora y reconoce con un pago económico adecuado? ¿Qué les impide sentirse merecedores/as de recibir el pago acorde -se espera, un pago digno- por su trabajo profesional como terapeutas o psicólogos/as? ¿Cómo así no establecen una política económica que sea respetuosa de sus derechos como “trabajadores de la salud mental” y se sienten continuamente mendigando tarifas que escamotean sus consultantes? ¿Qué pasa con su ser terapeutas (su ser relacional), que no se autorizan a poner límites de autocuidado al cobrar, sin miedo y sin culpa, por su tiempo profesional, por su trabajo terapéutico, realizado con ética relacional?

Y, hechas las preguntas, en estos espacios de encuentro y diálogo conjunto entre terapeutas distintos, se produce más que una lluvia de ideas de los/las participantes. Se genera una tormenta, con catarsis de rabia y frustraciones incluidas. Las respuestas van variando, según los ciclos vitales de los participantes, los años de experiencia, los niveles socio-culturales-educativos, las clases sociales de los profesionales, las ideologías que eligen, los discursos y narrativas teóricos a los que adscriben, su epistemología y obviamente, sus propias historias de vida, con sus asuntos y  contextos relacionales no enfrentados (en los que no ponen palabras propias) y cuyos dilemas con respecto al dinero, el pago y cobro por su trabajo como terapeutas, se muestra como otra de las consecuencias de esa tiranía del deber ser, del servir, del salvar, curar y un gran etcétera.

En la cultura de la sociedad ecuatoriana y latinoamericana, hablar de dinero es considerado por muchos, como algo de mal gusto, posiblemente por miedo a quedar mal, a que se piense que son “carentes de recursos”, o unos interesados solo en “el vil metal”. Sobre todo, por la propaganda capitalista de que los trabajos del área social (cuidado de las personas, salud mental, atención familiar, educación, arte y cultura, etc.), deben hacerse por que se tiene “buen corazón” o por una idea de humanidad funcional a los intereses de quienes tienen poder y privilegios.

Lo más importante, en estos trabajos es el “capital humano” y una forma de cuidar este capital humano, para que sean consistentes, responsables, en el trabajo profesional que realizan, es recibir una remuneración justa, digna y coherente con la formación, el trabajo y responsabilidades que su labor implica.

Es extraño que profesionales, tan comprometidos en aportar de manera responsable, respetuosa y honesta en la construcción del bienestar de sus consultantes y sus familias, estén tan poco comprometidos con generar de manera consistente bienestar económico para sí mismos y los suyos. ¿Serán las ideologías religiosas del sacrificio y del servicio voluntario las que los tiraniza y deja expuestos a condiciones de vulnerabilidad social? ¿Experimentan el síndrome del impostor y de que no merecen cobrar por sus servicios profesionales?

Cobrar y pagar la terapia es, en sí mismo, terapéutico. Los consultantes pagan por un servicio profesional y tienen derecho a recibir un aporte que responda a sus necesidades concretas; el que paguen además garantiza su libertad, para que no se sientan en deuda ni real ni simbólica con los terapeutas y dejen de idealizarlos. Al pagar mantienen su independencia y autonomía, no deben nada a los terapeutas y se evita la complicidad con sistemas de abuso de poder, en el que alguien queda en deuda con el otro y le debe obediencia y subalternidad.

Los psicólogos/as y terapeutas, los escuchan de manera comprensiva, les dedican su tiempo vital y los acompañan en la co-creaciòn de nuevas posibilidades y significados, porque reciben una paga por esto. Es su trabajo, no es un favor que realizan ni lo hacen porque son “buenos/as”. El pagar la terapia simboliza compromiso responsable, valoración y legitimación y quien está, genuina y auténticamente, interesado en generar transformaciones que construyan bienestar común, paga y el que no, no. Es una falacia, creer que el trabajo de los terapeutas-psicólogos-psicólogas, es tan insignificante que no merecen cobrar y que pagarles es hacerles un favor, “ayudarles”. Venden la burda y mezquina concepción de que lo raro es recibir un pago a cambio del trabajo.

El auge en redes sociales, ha significado la “viralización” de todo tipo de gurús -para lo que se ofrezca- así como en la TV, radios y publicaciones light, que espolean la avaricia y tacañería -con sí mismos- de quienes necesitarían terapia (solo que prefieren ahorrarse el gasto de acudir a profesionales a los que hay que pagar) y encuentran en estos medios, los consejos a la carta, las recetas de la felicidad instantánea y los discursos repetitivos de lugares comunes comercialmente exitosos, de que todo es un asunto de comunicación y autoestima. El mismo recalentado de los mediocres y superficiales libros de autoayuda.

Con estas píldoras prefabricadas y con poco sentido crítico, se ahorran pagar un proceso de terapia y los/las conductores de esos programas de “ayuda”, venden publicidad y aumentan su prestigio con seguidores que dejan en reposo sus propias responsabilidades para resolver sus asuntos, dejan de pensar con su propia cabeza.

La importancia de pagar todo proceso terapéutico profesional sirve para democratizar la relación terapéutica, evitar la subalternidad con el supuesto/a experto/a, y facilita el ser interlocutores en condiciones de igualdad, en un estatus de derechos equilibrados, con experiencias distintas y saberes culturales diversos.

La ciudad se levanta, 1910, de Umberto Boccioni

Les proponemos fragmentos de una secuencia, en un encuentro hace algunos meses con un equipo de profesionales a los que acompañamos como supervisores clínicos en un espacio al que nos invitaron para esta actividad (nombres “artísticos”, diálogos y situaciones reales), “sesión” en la que se enfocó el tema del malestar por los cobros y los pagos, indicado al inicio de este texto. Por supuesto, les enviamos previamente a estos colegas sus fragmentos testimoniales, para que los revisen, aprueben, corrijan o modifiquen y solicitamos su autorización para compartirlos.

En supervisión-intervisión-covisión

Esther: Bueno. Los escucho y me quedo sorprendida, porque para mí, esta es una profesión que se hace por vocación, con espíritu de servicio, de ayudar a las personas para resolver sus problemas. Quien quiera hacerse rico como psicólogo o terapeuta debe cambiar de camino. Para mí es aprendizaje, pasión, crecimiento y realizaciones profesionales. No es un trabajo para quejarse de que paguen poco sus pacientes o que no les paguen. Remitan a las instituciones que ofrecen servicios psicológicos gratuitos y puede ser que necesiten reinventarse como psicólogos para ganar mejor.

Ruth: Me parece que hablas desde un lugar de privilegio. Por lo que has compartido aquí, tienes la vida resuelta. Vienes de una familia con muchos recursos, en los hechos, podrías hasta no trabajar, que con tu patrimonio estás “parqueada” esta vida y la siguiente. Tu esposo es dueño y gerente de una empresa exitosa. Vives viajando a congresos por el mundo, y de vacaciones cuando deseas, según lo muestras en tus redes. Bien por ti; sin embargo, la mayoría, trabajamos para mantenernos y mantener a nuestras familias. Y, en nuestra realidad social, no es nada fácil. Me parece ofensivo que digas que nos quejamos. Y, por último, tenemos al menos el derecho a la queja.

Alfonso: Por lo que hemos visto en estos encuentros, este es un espacio para expresarnos libremente, con respeto. Hablar de nuestras angustias económicas no significa ser más o menos profesionales, es poner palabras a nuestros contextos y buscar, tal vez, si no nuevas posibilidades, por lo menos una escucha comprensiva y respetuosa; algo de solidaridad humana.

Esther: Bueno. No es mi intención juzgarles ni criticarles ni desmerecer sus ansiedades. Tampoco me puedo hacer cargo de complejos o envidias, que no son de mi responsabilidad. En lugar de exponerse en este espacio, deberían trabajarlo en su análisis personal. Yo, estoy agradecida con mi familia y mis condiciones de vida, y produzco con éxito. Cada cual obtiene lo que se merece.

Arturo: Es relativo. Yo he tenido experiencias agridulces. En varias ocasiones, varios consultantes han realizado sesiones, entre dos y tres y luego desaparecieron sin pagarme. Pedían pagar luego y nunca lo hicieron. Una señora, cuando logré ubicarla por teléfono en su trabajo, para que pague las 3 sesiones que me adeudaba, ya que no contestó más en su celular, me respondió: “Deje de acosarme doctorcito. Si fuera un profesional con ética no estaría mendigando dinero. Ya me oyó mis historias, se supone que para eso está y no todos saben mis verdades”. Y colgó. Esta señora labora en una Fundación que trabaja a favor de los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Otra ocasión un señor, que trabaja en un Municipio X, y no pagó sus 2 últimas sesiones, cuando le escribí, me contestó: “ustedes los psicólogos son como las prostitutas, esperan cobrar por escuchar nuestras tristezas”. Y me bloqueó. En estas situaciones me he sentido maltratado, estafado, violentado e indignado, creo que con razón. ¿O no?

Elasticidad, 1912, de Umberto Boccioni.

Supervisor DTF: ¿Qué piensan los/las demás sobre estos asuntos, qué pensamientos internos tenían mientras escuchaban las opiniones de Esther, Ruth, Alfonso y Arturo?

Ruth: Quiero decir algo.

Supervisora MCB: Ruth, ¿podrías esperar a que las/los demás que aun no han compartido su opinión, hagan escuchar sus voces y luego agregar lo que consideres importante; es posible?

Ruth: Está bien. Aunque estoy bastante enojada.

Carlos: Me viene a la mente lo que conocemos todos. En nuestra realidad si tienes conexiones, contactos, relaciones con esferas de poder y privilegio, todo trabajo profesional se facilita y el dinero fluye, que es un contento, seas capaz o mediocre. Por ejemplo, yo tengo una clientela diferenciada. Atiendo a gerentes -como lo hace Esther-, que bien pueden pagar 100 dólares la consulta y que se ríen del precio porque cuando vivían o trabajaban en otros países, pagaban el triple o más por consulta. Tengo otro segmento que puede pagar la mitad y cada vez le cuesta más. Otro segmento, entre estudiantes de psicología y clase media pauperizada, que paga 25 o 30. Y finalmente, un segmento que de plano no podría pagar nada de esto. Con estos últimos, les pregunto directamente, desde que piden la cita o cuando llegan a la primera sesión: ¿cuánto pueden pagar? Que sea justo para ellos y para mí, y que se responsabilicen a pagar a tiempo. Y lo que acordemos, se respeta. Aclaro que el tiempo de todas las sesiones es el mismo. Perdón por alargarme.

Maricarmen: Como los dos supervisores nos han invitado a practicar aquí en algunas ocasiones, en los juegos de roles que hemos hecho, quisiera poder proponer algo similar con esto que estamos compartiendo. Me daría mucha curiosidad ver a Esther atendiendo a los consultantes de Ruth un día completo; y a Ruth a los consultantes de Esther. Para después preguntarles a los diferentes consultantes sobre sus percepciones de las diferencias, de las fortalezas y recursos que emergieron en las sesiones con psicólogas/terapeutas con esta diversidad. Me gustaría., que las dos escucharan las respuestas y nosotros también.

Felipe: Perdón que me demoré en enviarles mi experiencia, como vi publicado el artículo, se los comparto, porque noté que nadie mencionó algo de esto que yo he visto. Si quieren incluirlo estaría bien, si les parece que ya no es pertinente, lo comprendo. Por ejemplo, en varias ocasiones trabajando con adolescentes y jóvenes, con ideaciones suicidas o con depresiones severas y una vez que lográbamos desarrollar un proceso positivo para ellos o ellas, pero sin embargo, nos faltaba aun un buen tiempo, es decir, varios meses para que atravesarán lo crítico de su estado, sus padres decidían unilateralmente, que ya estaba bien de las terapias, sostenían que les significaba un gasto oneroso y que notaban mejorías en sus hijos o hijas y suspendían el proceso, dejando en el aire a estos chicos y jóvenes, que habían confiado en este trabajo terapéutico Al poco tiempo, en sus redes sociales, esos padres publicaban fotos de sus viajes a EEUU o Europa. O, luego de suspender, decían que debían hacerlo porque necesitaban ese dinero de la terapia semanal para esos viajes. Otra vez, fue para comprarse un nuevo auto. Increíble y triste, además de irresponsable; me parece. Lo que gastaban en la terapia semanal de sus hijas e hijos, mucho de esos padres, preferían gustarlo en comprar cosas suntuarias, que no necesitan de verdad y que costaban muchísimo más que varias terapias juntas o que todo el proceso terapéutico.

Visiones Simultáneas, 1912, de Umberto Boccioni.

Proponemos algunas ideas sobre estos asuntos

El pago es un tema de retribución en el contexto capitalista en que nos movemos (lo que no significa explotar a los consultantes ni explotar su vulnerabilidad), más allá de económica, que tiene que ver con lo que implica, también en costo material -valorar lo que se invierte-, comprometerse para hacer transformaciones significativas.

El trabajo de los/las terapeutas, de los/las psicólogos no consiste en vivir del aire, hacer favores y cobrar una miseria, de vez en cuando. Como todo tipo de profesionales, tienen (tenemos) cuentas que pagar, facturas que pagar, familias a las que aportar para su bienestar económico, para su devenir con dignidad; y (qué pena), trabajar gratis no es una opción, que eleve la autoestima de nadie.

El atender en terapia a personas, parejas, familias ha demandado largos años de estudio, formación, actualización profesional continua, capacitaciones; años de inversión emocional, económica, de tiempo, como en cualquier otra profesión. No somos “amiguis” de los consultantes y merecemos un pago digno por nuestro tiempo (nuestro tiempo es nuestra vida) y trabajo profesional ético. Un maltrato similar se produce con los artistas, a los que la ideología dominante, considera que no se les debe pagar nunca. Son seres “destinados” a la explotación.

Las conversaciones reflexivas distintas y significativas en el proceso terapéutico no son conversaciones entre amigos, parientes o conocidos, que contribuyen a mantener un statu quo. No son espacios de consejería llena de buenas intenciones (“más de lo mismo”) ni un lugar para la autocomplacencia en el dolor o las victimizaciones (a los/las interesados en expandir sus perspectivas sobre el sentido y significado de este diálogo transformador llamado terapia, les invitamos a mirar la bibliografía, donde enconcontraràn reflexiones teórico-prácticas sobre nuestra manera de trabajar relacionalmente).

Como la mayoría de consultantes (al menos en nuestro contexto cultural), están familiarizados con un modelo médico, acostumbran acudir donde un/una experto, que está acostumbrado a tener una jerarquía en la relación, que se otorga y le conceden el poder, medio o totalmente omnipotente, de diagnosticar y dirigir en unos 20 o 25 minutos lo que se supone solucionará el “mal” del paciente. Y, a las personas les parece bien pagar sin chistar la cantidad, frecuentemente alta de los honorarios de esos médicos y especialistas, clínicas y hospitales. Son expertos que llenan fichas en la computadora, no los miran, no les hablan, no interactúan con sus pacientes, no les interesa escucharlos -para qué si no saben nada- (con las excepciones habituales), sacan una receta y les despachan a la caja. Obviamente, nos consta, que también hay muchos psicólogos y psicólogas que trabajan y exprimen económicamente a sus consultantes con la misma postura jerárquica e irrespetuosa del experto omnipotente, que quiere enseñar a vivir a los demás y explotar la vulnerabilidad de quien atraviesa dilemas complejos y difíciles.

Parecería que en las cosmovisiones de muchos/as consultantes, la idea de un/a terapeuta profesional que los escucha (entre 50 minutos o una hora), que busca dialogar preguntando para comprenderlos, rebaja en su epistemología y cultura del maltrato, el servicio profesional, que este/a profesional está ofreciendo. Como que se dijeran: “pagar y pagar más o bastante a una persona que solo escucha, que sólo pregunta y que me interpela es gastar, desperdiciar”.

Estas son cuestiones sobre las que es importante reflexionar conjuntamente, que no sea un tema tabú ni que existan posiciones moralistas que impliquen maltrato ni para los terapeutas, psicólogos y psicólogas, como para los consultantes; para construir un proceso terapéutico que les abra las posibilidades de fortalecer y movilizar sus recursos internos, agenciando la capacidad de crear una nueva historia, adquiriendo nuevas comprensiones relacionales. Ser capaces de aportar con inteligencia e integridad para la construcción de nuevos significados, un proceso que sirva para generar bienestar común, futuros nuevos, desde una ética relacional.

Como decía Esther: Bueno.

Hay que continuar con estas reflexiones.

Cuídense.

Formas únicas de continuidad en el espacio, 1913, de Umberto Boccioni.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

Procesos terapéuticos relacionales en construcción y devenir

Diálogo terapéutico desde el construccionismo social-relacional en nuestra práctica.

Procesos co-terapèuticos desde las posturas relacionales y las prácticas colaborativas dialógicas

Inicio, desarrollo y cierre de procesos terapéuticos (primera parte)

Inicio, desarrollo y cierre de procesos terapéuticos (segunda parte)

Inicio, desarrollo y cierre de procesos terapéuticos (tercera parte)

Inicio, desarrollo y cierre de procesos terapéuticos (epílogo)

Las palabras del terapeuta

Desnudo Simultáneo, 1915, de Umberto Boccioni.