Arte y literatura

Jorge Carrera Andrade, 5 poemas (8 de septiembre de 1903, Quito, Ecuador – 7 de noviembre de 1978, Quito, Ecuador)

“Las cosas. O sea la vida.

Todo el universo es presencia.

La sombra al objeto prendida

¿modifica acaso su esencia?”


Amor es más que la sabiduría

Amor es más que la sabiduría:
es la resurrección, vida segunda.
El ser que ama revive
o vive doblemente.
El amor es resumen de la tierra,
es luz, es música, sueño
y fruta material
que gustamos con todos los sentidos.
¡Oh mujer que penetras en mis venas
como el cielo en los ríos!
Tu cuerpo es un país de leche y miel
que recorro sediento.
Me abrevo en tu semblante de agua fresca,
de arroyo primigenio
en mi jornada ardiente hacia el origen
del manantial perdido.
Minero del amor, cavo sin tregua
hasta hallar el filón del infinito.

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Biografía


La ventana nació de un deseo de cielo
y en la muralla negra se posó como un ángel.
Es amiga del hombre
y portera del aire.

Conversa con los charcos de la tierra,
con los espejos niños de las habitaciones
y con los tejados en huelga.

Desde su altura, las ventanas
orientan a las multitudes
con sus arengas diáfanas.

La ventana maestra
difunde sus luces en la noche.
Extrae la raíz cuadrada de un meteoro,
suma columnas de constelaciones.

La ventana es la borda del barco de la tierra;
la ciñe mansamente un oleaje de nubes.
El capitán Espíritu busca la isla de Dios
y los ojos se lavan en tormentas azules.

La ventana reparte entre todos los hombres
una cuarta de luz y un cubo de aire.
Ella es, arada de nubes,
la pequeña propiedad del cielo.

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Edición de la tarde

La tarde lanza su primera edición de golondrinas
anunciando la nueva política del tiempo,
la escasez de las espigas de la luz,
los navíos que salen a flote en el astillero del cielo,
el almacén de sombras del poniente,
los motines y desórdenes del viento,
el cambio de domicilio de los pájaros,
la hora de apertura de los luceros.
La súbita defunción de las cosas
en la marea de la noche ahogadas,
los débiles gritos de auxilio de los astros
desde su prisión de infinito y de distancia,
la marcha incesante de los ejércitos del sueño
contra la insurrección de los fantasmas
y, al filo de las bayonetas de la luz, el orden nuevo
implantado en el mundo por el alba.

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Nada nos pertenece

Cada día el mismo árbol rodeado
de su verde familia rumorosa.
Cada día el latir de un tiempo niño
que el péndulo mece en la sombra.

El río da sin prisa su naipe transparente.
El silencio camina a un inminente ruido.
Con sus deditos tiernos
la semilla desgarra sus pañales de lino.

Nadie sabe por qué existen los pájaros
ni tu tonel de vino, luna llena,
ni la amapola que se quema viva,
ni la mujer del arpa, dichosa prisionera.

Y hay que vestirse de agua, de dóciles tejidos,
de cosas invisibles y cordiales
y afeitarse con leves despojos de palomas,
de arcoiris y de ángeles.

Y lavar el escaso oro del día
contando sus pepitas cuando el poniente herido
quema todas sus naves y se acerca la noche
capitaneando sus oscuras tribus.

Entonces hablas, Cielo:
Tu alta ciudad nocturna se ilumina.
Tu muchedumbre con antorchas pasa
y en silencio nos mira.

Todas las formas vanas y terrestres:
El joven que cultiva una estatua en su lecho,
la mujer con sus dos corazones de pájaro,
la muerte clandestina disfrazada de insecto.

Cubres toda la tierra, hombre muerto, caído
como una rota jaula
o cascarón quebrado
o vivienda de cal de una monstruosa araña.

Los muertos son los monjes de la Orden
de los anacoretas subterráneos.
¿La muerte es la pobreza suma
o el reino original reconquistado?

Hombre nutrido de años y cuerpos de mujeres
cuando Dios te espolea te arrodillas
y sólo la memoria de las cosas
pone un calor ya inútil en tus manos vacías.

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Lugar de origen 

Yo vengo que la tierra donde la chirimoya,
talega de brocado, con su envoltura impide
que gotee el dulzor de su nieve redonda,

y donde el aguacate de verde piel pulida
en su clausura oval, en secreto elabora
su sustancia de flores, de venas y de climas.

Tierra que nutre pájaros aprendices de idiomas,
plantas que dan, cocidas, la muerte o el amor
o la magia del sueño, o la fuerza dichosa,

animalitos tiernos de alimento y pereza,
insectillos de carne vegetal y de música
o de luz mineral o pétalos que vuelan.

Capulí, la cereza del indio interandino,
codorniz, armadillo cazador, dura penca
al fuego condenada o a ser red o vestido,

eucalipto de ramas como sartas de peces
soldado de salud con su armadura de hojas,
que despliega en el aire su batallar celeste.

son los mansos aliados del hombre de la tierra
de donde vengo, libre, con mi lección de vientos
y mi carga de pájaros de universales lenguas.