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La importancia de decir adiós a un ser querido que fallece***

 

Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)

Maritza Crespo Balderrama, M.A. y Diego Tapia Figueroa, Ph.D.

 

La muerte en un caballo pálido, 1865, de Gustave Doré.

No se puede entender la vida sin la muerte.  Aunque para muchos hablar de ella es innecesario o un tabú, lo cierto es que la muerte nos acompaña desde el momento que vemos la luz, al nacer, silenciosa, invisible, pero constantemente.

Si duda, se hace más fácil hablar (o pensar) en la muerte de las personas mayores, porque se supone que han vivido lo que han querido o podido, porque ya pasó el tiempo por ellos y porque es inevitable; empero, cuando nos enfrentamos a la muerte de una persona cercana, y más aún si esta es joven, la muerte suele ser como una cachetada en el rostro, algo que nos invade como una marea espesa, haciendo patente nuestra propia finitud.

En el mundo occidental, en el que se nos impone el consumo de objetos y experiencias, la muerte no es un tema de conversación (solo cuando aparece entre conocidos o familia), como si el tiempo y la incertidumbre cotidiana no existieran, como si, por no hablar de ella o por no verla, no fuera a suceder.

Sin embargo, cuando la muerte llega, por cualquier razón o circunstancia, es algo que invade, al menos por un tiempo, toda la vida.  Una realidad de la que no se puede escapar.

Es evidente que la muerte nos toca de muchas maneras.  Por ello, en esta entrega, vamos a plantear algunas ideas de cómo afrontar los procesos (en plural) de duelo y cómo continuar con la vida, después de haber sido “visitados” por la muerte.

Muerte y vida, 1915, de Gustav Klimt.

 

El duelo: un camino que hay que recorrer

Si hay algo que este mundo vertiginoso todavía no ha logrado obviar es el dolor por la pérdida de un ser querido.  A ese dolor, muchas de las personas con las que trabajamos día a día, en la consulta terapéutica, lo describen como una intensa pena o, mejor, como una opresión en el cuerpo, como algo físico que se instala y que, de muchas maneras, ralentiza todo, a veces, hasta lo distorsiona.

Mucho se ha estudiado sobre el duelo desde perspectivas espirituales, culturales y científicas; se han determinado sus fases o los hitos que hay que alcanzar para superar el dolor.  Sin embargo, es importante decir que cada proceso es distinto y cada persona lo lleva de maneras diferentes.  Si bien, el sobreponerse a la pérdida que significa la muerte, es un recorrido, cada persona lo hace a su manera, a su tiempo y, en no pocas ocasiones, se precisa de ayuda y acompañamiento para poder transitarlo.

Lo necesario, lo que hay que procurar, es reconocer que la muerte de un ser querido no es un acontecimiento cualquiera, algo que sucede y ya, sino que implica, de maneras particulares, un paréntesis en la propia vida que, dependiendo de las circunstancias específicas, puede alargarse.  Por ello, se hace fundamental iniciar el camino que implica el proceso de duelo, paso a paso, lentamente, tomándose el tiempo que se requiera.

El duelo es un proceso particular y único que tendrá matices, dependiendo de las circunstancias de la muerte.  No es lo mismo vivir la muerte intrauterina de un hijo o hija, que el hecho de que haya sucedido, por ejemplo, un accidente o la persona haya sido víctima de un crimen.  Tampoco será lo mismo si no se puede estar presente en el momento de la despedida, por ejemplo, si el deudo está lejos (en algún otro lugar del mundo) o hay circunstancias que impiden que la despedida se dé (como en el tiempo de la pandemia por del COVID-19 en las que muchas personas no pudieron despedirse de sus familiares enfermos).

 

San Francisco de Borja y el moribundo impenitente, 1788, de Goya.

Un recorrido con etapas necesarias

El camino que implica el proceso de duelo no siempre inicia con la muerte de la persona amada.  Muchas veces, el duelo comienza antes del fallecimiento, por ejemplo, cuando el familiar o persona querida se enfrenta a una enfermedad terminal.  Quienes acompañan el proceso de cuidado, van viviendo las etapas de duelo de manera anticipada, no menos dolorosamente.

En términos generales, se esperaría que las personas recorran el camino del dolor por la pérdida de un ser querido pasando por algunas etapas que no siempre son consecutivas, pero suelen estar presentes:

  • Primera etapa – la negación: se trata de una sensación de irrealidad o incredulidad frente a la muerte. En muchas ocasiones, esta etapa se refleja como indiferencia o restar importancia a la pérdida, hacer como si no fuera tan importante o no hubiera pasado gran cosa.  Continuar “como si nada”.
  • Segunda etapa – la ira: por lo general, en algún momento las emociones suelen salir a flote y, entre ellas, la ira suele ser más evidente. La frustración e impotencia frente a una situación que no se puede cambiar se manifiesta con agresividad y reclamos (hacia el entorno o hacia la propia persona que ha fallecido).
  • Tercera etapa – la negociación: es el inicio del reconocimiento de la pérdida como algo real e insalvable y, en muchas ocasiones, la búsqueda de explicaciones, justificaciones o salidas que permitan procesar, desde la perspectiva racional, la ausencia.
  • Cuarta etapa – la tristeza: si bien la tristeza es parte constante del camino del duelo, con el paso del tiempo se va asumiendo que la pérdida no podrá repararse y que la ausencia no podrá ser llenada. La nostalgia, la tendencia al aislamiento y la pérdida de interés por la vida cotidiana pueden manifestarse de manera evidente y sostenerse en el tiempo. Se trata de inicio del reconocimiento de que se perdió algo importante y que no se podrá recuperar.
  • Quinta etapa – la aceptación: se trata de la recuperación, paulatina, de la calma y la comprensión emocional y racional de que la muerte es parte de la vida. Es importante reconocer que no se trata de superar la ausencia de la persona querida, sino de aprender a vivir con ella el resto de la propia vida.
El triunfo de la Muerte, c.1562 – c.1563, de Pieter Brueghel el Viejo.

No basta con sentirlo, hay que decir adiós

Todas las culturas, a lo largo de la historia de la humanidad, han incorporado rituales que ayudan a las personas a superar la pérdida que implica la muerte de alguien importante.  Los ritos mortuorios (velorios, rituales religiosos, encuentros comunitarios, etc.) permiten que las personas que están sufriendo el dolor puedan hacer más real la pérdida y, al mismo tiempo, sentir el apoyo y acogida de su comunidad (familia y amigos).  Ayudan, porque el dolor se comparte.

El rito, da inicio al camino que se va a recorrer en solitario; sin embargo, en nuestras culturas, se parte del “abrazo” comunitario simbólico, de la compañía de los otros, que se traduce en energía, fuerza y solidaridad, que, sin duda, serán necesarias durante el recorrido. De esta manera, la despedida no solamente es real (marcada por la ausencia de la persona amada) sino que es simbólica.

Siempre se puede pedir ayuda

En algunas ocasiones, la pérdida es tan dolorosa o tan difícil de procesar, que es importante tener en cuenta algunas de las siguientes pautas que podrían implicar que es necesario ayuda psicológica/terapéutica profesional para superar el dolor que ocasiona la muerte:

  1. La persona se siente bloqueada en el proceso de duelo; es decir, no se “está mejorando” a lo largo del tiempo.
  2. La persona “no siente nada” o dice que no siente nada; hay apatía, indiferencia a lo largo del tiempo, o evitación.
  3. Luego de pasado un tiempo todavía hay desborde de emociones (intensa pena, intensa ira o frustración) y estás son evidentes para su entorno.
  4. Incapacidad para continuar con la propia vida sin el ser querido.
  5. Luego de pasado un tiempo, dificultad para asumir la realidad de la muerte de la persona amada.

Las pérdidas no procesadas, no trabajadas y no aceptadas pasan una factura de mayor o menor gravedad, que no se deben banalizar ni ignorar; instalan un ruido constante en la existencia cotidiana, en las interrelaciones con los demás.

La única certeza humana es la conciencia de la propia finitud, el saber que todas y todos, dejaremos de vivir, moriremos; que este viaje humano es efímero; de allí que cada momento es único y último.

Cuando quien fallece ha tenido un propósito para su vida, cuando ha dejado una huella significativa en sus contextos relacionales, si eligió aportar con amor y ser amado, cuando se produce su muerte, hay un legado trascendente en los otros, que genera esperanza y hace que el adiós a ese ser querido sea un proceso humanizador y transformador para todos.

 

La fragilidad humana, 1656, de Salvator Rosa.

 

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https://www.maxionline.ec/la-importancia-de-decir-adios/


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