El jardín
No puedo hacerlo nuevamente, difícilmente soportaría verlo; bajo la tenue lluvia del jardín la joven pareja siembra un surco de guisantes, como si nadie lo hubiese hecho nunca: los grandes problemas todavía no han sido enfrentados ni resueltos. Ellos no pueden verse en el polvo fresco aún, empezar sin ninguna perspectiva, con las colinas al fondo, verdes y pálidas, nubladas de flores. Ella desea detenerse; él desea llegar hasta el fin, permanecer en las cosas. Mírala a ella tocar su mejilla, pedirle una tregua, los dedos ateridos por la lluvia primaveral; en el pasto tierno estrellan rojos azafranes. Aun aquí, aun en los comienzos del amor, su mano al abandonar la cara da una impresión de despedida, y ellos se creen capaces de ignorar esta tristeza. (del libro “El Iris Salvaje”)
El vestido
Se me secó el alma. Como un alma arrojada al fuego, pero no del todo, no hasta la aniquilación. Sedienta, siguió adelante. Crispada, no por la soledad sino por la desconfianza, el resultado de la violencia. El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo, a quedar expuesto un momento, temblando, como antes de tu entrega a lo divino; el espíritu fue seducido, debido a su soledad, por la promesa de la gracia. ¿Cómo vas a volver a confiar en el amor de otro ser? Mi alma se marchitó y se encogió. El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado grande para ella. Y cuando recuperé la esperanza, era una esperanza completamente distinta. (del libro ‘Vita Nova”)
Amante de las flores
En nuestra familia, todos aman las flores. Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas: sin flores, sólo herméticas fincas de hierba con placas de granito en el centro: las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras llena de mugre algunas veces… Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo. Pero en mi hermana, la cosa es distinta: una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo. Cada primavera, espera las flores. Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende que es mi madre quien paga; después de todo, es su jardín y cada flor es para mi padre. Ambas ven la casa como su auténtica tumba. No todo prospera en Long Island. El verano es, a veces, muy caluroso, y a veces, un aguacero echa por tierra las flores. Así murieron las amapolas, en un día tan sólo, eran tan frágiles… (del libro “Ararat”)
La primera nieve
Como una niña, la tierra se va a dormir, o al menos así dice el cuento. Pero no estoy cansada, dice, y la madre responde: Puede que tú no estés cansada pero yo sí. Lo puedes ver en su rostro, todo el mundo puede. Así que la nieve debe caer, el sueño debe venir. Porque la madre está mortalmente harta de su vida y necesita silencio. (del libro ‘Una vida de pueblo’) Puesta de sol
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