«Hay que ponerle pruebas al infinito,
para ver si resiste…»
No tenemos un lenguaje para los finales, para la caída del amor, para los concentrados laberintos de la agonía, para el amordazado escándalo de los hundimientos irrevocables. ¿Cómo decirle a quien nos abandona o a quien abandonamos que agregar otra ausencia a la ausencia es ahogar todos los nombres y levantar un muro alrededor de cada imagen. ¿Cómo hacer señas a quien muere, cuando todos los gestos se han secado, las distancias se confunden en un caos imprevisto, las proximidades se derrumban como pájaros enfermos y el tallo del dolor se quiebra como lanzadera de un telar descompuesto. ¿O cómo hablarse cada uno a sí mismo cuando nada, cuando nadie ya habla, cuando las estrellas y los rostros son secreciones neutras de un mundo que ha perdido su memoria de un mundo. Quizá un lenguaje para los finales exija la total abolición de los otros lenguajes, la imperturbable síntesis de las tierras arrasadas. O tal vez crear un habla de intersticios, que reúna los mínimos espacios entreverados entre el silencio y la palabra y las ignotas partículas sin codicia.
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