Arte y literatura

Poemas de César Dávila Andrade (5 de octubre de 1918, Cuenca, Ecuador – 2 de mayo de 1967, Caracas, Venezuela)

Canción a la cadena del blanco amor

Ayer te volví a ver, barrio de mis once años

y encontré la mitad de mi nostalgia

apoyada en una clara cruz de malva,

custodiando una sal de blanca usanza,

sobre el delgado muro de tu casa.

Miré tu monasterio en la colina,

con tres siglos de paz en los aleros

y con palomas que abren en el cielo

su corazón de musical garbanzo.

Oí cantar los gallos, como entonces,

con sus sombreros de oro y hojas frescas;

miré la casa en que moría siempre

por hambre, por olvido y por decoro,

caballero macilento y solo.   

Y vi un copo de lana que nevaba

en la biografía de la abuela.

El ángel de la rueca tenía sueño

y en sus alas de pana, la tristeza

había doblado en dos la antigua rueda.        

Cómo te recordé dulce Lucía muerta,

con tu cesto de pan fuera de tiempo,

llorando de vacío en la vereda…

Desde entonces estás blanca de enero,

perdida en la salud azul del cielo

y para ya no despertarte… sueño.

  •  

TAREA POÉTICA

Dura como la vida la tarea poética,

y la vida desesperadamente

inclinada, para poder oír

en el gran cántaro vegetativo

una partícula de mármol, por lo menos,

cantando sola como si brillara

y pinchándose en el cielo más oscuro.

Atravesábamos calles repletas de sal

hasta los aleros, y la barba

se nos caía como si solo hubiera estado

escrita a lápiz.

Pero la Poesía, como una bellota aún cálida,

respiraba dentro de la caja de un arpa.

Sin embargo, en ciertos días de miseria,

un arco de violín era capaz de matar una cabra

sobre el reborde mismo de un planeta o una torre.

Todo era cruel,

y la Poesía, el dolor más antiguo,

el que buscaba dioses en las piedras.

Otro fue

aquel terrible sol vasomotor

por entre las costillas de San Sebastián

Nadie podrá mirarte como entonces

sin recibir

un flechazo en los ojos.

  •  

ESPACIO ME HAS VENCIDO

Espacio, me has vencido. Ya sufro tu distancia.

Tu cercanía pesa sobre mi corazón.

Me abres el vago cofre de los astros perdidos

y hallo en ellos el nombre de todo lo que amé.

Espacio, me has vencido. Tus torrentes oscuros

brillan al ser abiertos por la profundidad,

y mientras se desfloran tus capas ilusorias

conozco que estás hecho de futuro sin fin.

Amo tu infinita soledad simultánea,

tu presencia invisible que huye su propio límite,

tu memoria en esferas de gaseosa constancia,

tu vacío colmado por la ausencia de Dios.

Ahora voy hacia ti, sin mi cadáver.

Llevo mi origen de profunda altura

bajo el que, extraño, padeció mi cuerpo.

Dejo en el fondo de los bellos días

mis sienes con sus rosas de delirio,

mi lengua de escorpiones sumergidos,

mis ojos hechos para ver la nada.

Dejo la puerta en que vivió mi ausencia,

mi voz perdida en un abril de estrellas

y una hoja de amor, sobre mi mesa.

Espacio, me has vencido. Muero en tu eterna vida.

En ti mato mi alma para vivir en todos.

Olvidaré la prisa en tu veloz firmeza

y el olvido, en tu abismo que unifica las cosas.

Adiós claras estatuas de blancos ojos tristes.

Navíos en que el cielo, su alto azul infinito

volcaba dulcemente como sobre azucenas.

Adiós canción antigua en la aldea de junio,

tardes en las que todos, con los ojos cerrados

viajaban silenciosos hacia un país de incienso.

Adiós, Luis Van Beethoven, pecho despedazado

por las anclas del fuego de la música eterna.

Muchachas, las mis amigas. Muchachas extranjeras.

Dulces niñas de Francia. Tiernas mujeres de ámbar.

Os dejo. La distancia me entreabre sus cristales.

Desde el fondo de mi alma me llama una carreta

que baja hasta la sombra de mi memoria en calma.

Allí quedará ella con sus frutos extraños

para que un niño ciego pueda encontrar mis pasos…

Espacio, me has vencido. Muero en tu inmensa vida.

En ti muere mi canto, para que en todos cante.

Espacio, me has vencido…

  •  

ENCUENTROS

Nuestros encuentros no tienen mundo.

Se hacen

de pensamiento a pensamiento

en el éter

o en la vivacidad de los sepulcros,

a mil insectos por centímetro.

Nuestros encuentros se sirven

de microorganismos

y partículas de cobre.

Podemos esperar mil años, y aún más.

Nuestros encuentros se realizan en el Iodo

o entre el rumor de herraduras y lienzos

que precede

a las grandes migraciones:

Nuestros encuentros se hacen

en el ser instantáneo

que pasta y muere,

-como pastor y bestia-

entre surcos y siglos paralelos.

Nuestros encuentros no tienen

número ni punto.

  •  

INFANCIA MUERTA

Aquellas alas, dentro de aquellos días.

Aquel futuro en que cumplí el Estío.

Aquel pretérito en que seré un niño.

Desierto, tú quemaste la quilla de mi cuna

y detuviste a mi Ángel en su Agraz.

La madre era ascendida al plenilunio encinta,

y en un suceso cóncavo

trasladaba sus hijos a sus nombres

y los dejaba solos,

atados a los postes de los campos.

Arrimada a su paño de llorar,

venía la Nodriza,

tan humilde

que no tenía derredor ni Dios.

Yo le besé en la piel los labios más profundos

de su cuerpo,

y desperté en el fondo de su vientre

al Niño sucesivo que no muere.

  •  

EN QUÉ LUGAR

Quiero que me digas; de cualquier

modo debes decirme,

indicarme. Seguiré tu dedo, o

la piedra que lances

haciendo llamear, en ángulo, tu codo.

Allá, detrás de los hornos de quemar cal,

o más allá aún,

tras las zanjas en donde

se acumulan las coronas alquímicas de Urano

y el aire chilla, como jengibre,

debe de estar Aquello.

Tienes que indicarme el lugar

antes de que este día se coagule.

Aquello debe tener el eco

envuelto en sí mismo,

como una piedra dentro de un durazno.

Tienes que indicarme, tú,

que reposas más allá de la Fe

y de la Matemática.

¿Podré seguirlo en el ruido que pasa

y se detiene

súbitamente

en la oreja de papel?

¿Está, acaso, en ese sitio de tinieblas,

bajo las camas,

en donde se reúnen

todos los zapatos de este mundo?