Arte y literatura

Sylvia Plath, 6 poemas (27 de octubre de 1932, Jamaica Plain, Boston, Massachusetts, Estados Unidos – 11 de febrero de 1963, Primrose Hill, Londres, Reino Unido)

RESOLUCIÓN

Día de neblina: día empañado

con manos

inservibles, aguardo

el furgón de la leche

el gato con una sola oreja

lame su pata gris

y arde la cocina de carbón

fuera, las hojitas del seto

amarillean

una capa de leche

opaca las botellas vacías en el alféizar

la gloria no desciende

dos gotas de agua suspendidas

en el verde tallo curvo

del rosal de mi vecino

oh, combado arco de espinas

el gato desenfunda sus garras

el mundo gira

hoy

hoy no voy a desilusionar

a mis doce inspectores vestidos de negro

ni voy a apretar los puños

ante el desprecio del viento.

***

ESTIRAMIENTO FACIAL

Me traes buenas noticias de la clínica,

Te quitas de golpe el pañuelo de seda, exhibes las apretadas

Blancas vendas de momia, sonríes: estoy bien.

Cuando yo tenía nueve años, un anestesista vestido de verde lima

Me dio gas banana a través de una máscara. La bóveda nauseabunda

Estalló en pesadillas y voces jupiterinas de cirujanos.

Después apareció mi madre como flotando, traía una palangana de hojalata.

Qué mal me encontraba.

Han cambiado todo eso. De viaje

Desnuda como Cleopatra con mi esterilizada bata de hospital,

Borracha de los sedantes y excepcionalmente graciosa,

Llego sobre ruedas a una antesala donde un hombre amable

Me cierra los puños. Me hace sentir que algo precioso

Se escurre entre mis dedos. Enseguida

La oscuridad me borra como tiza en la pizarra…

No me entero de nada.

Durante cinco días yago en secreto,

Con grifo como un barril, mientras los años desaguan en mi almohada.

Hasta mi mejor amiga cree que estoy en el campo.

La piel no tiene raíces, se despega fácil como el papel.

Cuando sonrío, se me estiran los puntos. Crezco hacia atrás. Tengo veinte años,

Ganas de hijos y falda larga sobre el sofá de mi primer marido, los dedos

Enterrados en el astracán del caniche muerto;

No tenía gato aún.

Ahora ha desaparecido la señora con papada

Que he visto instalarse, arruga tras arruga, en mi espejo–

Vieja con cara de calcetín, dada de sí sobre un huevo de zurcir.

La han atrapado en un frasco de laboratorio.

Que se muera allí, o que se marchite sin parar durante los

próximos cincuenta años,

Cabeceando y meciéndose y toqueteando su fino cabello.

Madre de mí misma, me despierto envuelta en gasa,

Rosada y suave como un bebé.

***

CUMBRES BORRASCOSAS

Los horizontes me cercan como haces de leña,

Inclinados y dispares, siempre inestables.

Rozados por una cerilla, podrían calentarme,

Y sus finas líneas chamuscarían

El aire hasta dejarlo naranja

Antes de que las distancias que unen se evaporen,

Aplastando el pálido cielo con un color más sólido.

Pero sólo se disuelven y se disuelven

Como una sucesión de promesas, mientras avanzo.

No hay vida por encima de la hierba

O del corazón de las ovejas, y el viento

Se derrama como el destino, doblando

Todo en una dirección.

Noto cómo intenta

Robarme el calor.

Si presto mucha atención

A las raíces del brezo, me invitarán

A blanquear mis huesos entre ellas.

Las ovejas saben dónde están,

Pastando en sus sucias nubes de lana,

Grises como el tiempo.

Las negras ranuras de sus pupilas me envuelven.

Me siento como remitida por correo al espacio,

Un mensaje corto y tonto.

Ahí están disfrazadas de abuela,

Sus pelucas de rizos, sus dientes amarillos

Y sus duros balidos de mármol.

Vengo a las roderas y al agua

Límpida como las soledades

Que se me escurren entre los dedos.

Los huecos umbrales de las puertas van de un prado a otro;

Con el dintel y el vano desgoznados.

De la gente el aire sólo

Recuerda unas pocas sílabas extrañas.

Las repite gimiendo:

Piedra negra, piedra negra.

El cielo se inclina sobre mí, yo soy lo único vertical

Entre todo lo horizontal.

La hierba agita la cabeza distraídamente.

Es demasiado delicada

Para una vida en semejante compañía;

La oscuridad la aterra.

Ahora, en los valles estrechos

Y negros como monederos, las luces de las casas

Brillan como calderilla.

***

ESPEJO

Soy plateado y exacto. No tengo ideas preconcebidas.

Cualquier cosa que veo la engullo inmediatamente

Tal y como es, sin rastro de amor ni desprecio.

No soy cruel, sino sincero–

El ojo de un pequeño dios, con cuatro esquinas.

La mayor parte del tiempo medito sobre la pared de enfrente.

Es rosa, con motas. La he mirado durante tanto tiempo

Que la siento parte de mi corazón. Pero ella parpadea.

Las caras y la oscuridad nos separan una y otra vez.

Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí,

Buscando en mi alcance lo que realmente es.

Luego se vuelve hacia esas mentirosas, las velas o la luna.

Veo su espalda y la reflejo fielmente.

Me recompensa con lágrimas y temblor de manos.

Soy importante para ella. Viene y va.

Cada mañana su rostro reemplaza la oscuridad.

En mí ha ahogado a una muchacha y en mí una anciana

Se eleva hacia ella día tras día, como un terrible pez.

***

AMAPOLAS EN OCTUBRE

Ni siquiera los cirros de la mañana saben manejar faldas así.

Ni la mujer en la ambulancia

Cuyo corazón rojo florece asombrosamente a través de su abrigo–

Un regalo, un regalo de amor

En absoluto solicitado

Por un cielo

Que, pálido y flamígero,

Enciende sus monóxidos de carbono, por los ojos

inmóviles y embelesados bajo los bombines.

Oh, Dios mío, quién soy yo

Para que estas bocas tardías griten abiertas

En un bosque de escarcha, en un amanecer de acianos.

***

MÍSTICO

El aire, remolino de ganchos:

preguntas sin respuesta,

relucientes, ebrias como moscas

cuyo beso punge insosteniblemente

en los úteros fétidos de aire negro bajo estivos pinares.

Recuerdo

el olor a muerto del sol contra chozas de leño,

la rigidez de velas, las largas sábanas curvas salinas.

Una vez visto Dios, ¿cuál es el remedio?

Ya aquilatado uno de pies a cabeza,

ni un dedo omitido, una vez usado,

totalmente usado en las conflagraciones solares, las manchas

que se alargan partiendo de catedrales antiguas,

¿cuál es el remedio?

¿La píldora comulgatoria,

la marcha junto al agua quieta, el recuerdo?

¿O ir recogiendo fragmentos lúcidos

de Cristo en los rostros de los roedores,

de los mansos mascaflores cuya esperanza

es tan nimia que no tiene inquietudes:

gibosa en su choza mínima, limpia,

bajo los tallos de la clemátide?

¿Es que no hay amor, sólo ternura?

¿Es que la mar recuerda

a quien la camina?

Goteras de moléculas. Las chimeneas

de la ciudad respiran, la ventana suda,

los niños saltan en sus cunas.

El sol florece, es un geranio.

El corazón no se ha parado.


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