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Aceptarse, respetarse, quererse y tenerse confianza: complejo proceso relacional para vivir con libertad

Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.

(junio, 2020) 

La desdicha produce dos efectos: a menudo extingue todo afecto hacia los desdichados, y no menos a menudo extingue entre los desdichados todo afecto hacia los otros…A menudo el que quiere consolar, ser cariñoso, etc., es en realidad el más feroz de los verdugos. Incluso en el afecto es necesario ser, ante todo, inteligente.” 

(Antonio Gramsci)

La capacidad de valorarse a sí mismo y tratarse con amor, respeto, dignidad, responsabilidad hace una diferencia cualitativa en la calidad de las conversaciones y relaciones que experimentamos. Hablamos del factor de sentirse bien que se basa en la confianza en uno mismo y seguridad en las propias capacidades y que es una condición básica de la vida digna. La creencia de que soy bueno como ser humano; sin desechar mis contradicciones, debilidades, vulnerabilidades.

Podemos notar que uno de los miedos más grandes que sentimos los humanos es el miedo a no ser amados, el miedo a dejar de ser amados. Tiene que ver con la idealización del otro, con la demanda de amor incondicional en las relaciones con otras personas (solo posible en la relación de los padres y madres con sus hijos; donde los hijos tienen el derecho de recibir ese amor incondicional que los protege y les permite ser, sin la obligación de ser recíprocos); dejando de cargar una mochila invisible llena de estereotipos, prejuicios, miedos, culpas e historias opresivas.

Este profundo temor a ya no ser amados significa: no ser aceptados, no ser respetados, no ser queridos, no ser escuchados, no ser interlocutores dialógicos para el otro. Esto es así porque somos seres sociales, que nos hacemos y construimos interconectados, y para ser, necesitamos ser con los otros. Estamos conscientes de la importancia de escuchar y compartir las historias de amor y dolor, esto nos une y construye los espacios de conexión y confianza generadores de humanidad y posibilidades.

¿Cómo quiero ser querido por los otros?: ¿por quién soy yo; o por lo que hago, obedezco, complazco, soy funcional al deseo o necesidad del otro?

Si elijo que me quieran, respeten o acepten por lo que hago, sentiré constantemente la inseguridad y desconfianza de que me quieren o aceptan sólo por lo que debo demostrar a los otros, o complacerlos, u obedecerlos o seguir su agenda de prioridades, deseos y necesidades. Que algo me falta hacer, que la carencia no termina jamás y que debo hacer y hacer siempre, porque tal vez lo que hago no basta, no es suficiente, ni perfecto o tiene errores y defectos. Porque no soy lo necesariamente inteligente o guapo o productivo o útil para los demás.

Círculos en un círculo, 1923, Wassily Kandinsky.

Y, me veo en la obligación de demostrar a cada instante y con angustia, que soy importante, que valgo; sintiendo culpa y vergüenza tóxica por no ser “perfecto”, pensando que hay algo que me hace menos que los otros; tratándome con crueldad y cinismo; esperando desde estas carencias, que los otros me hagan feliz obligatoriamente.

Desde esta esclavitud, buscan repetir los estándares impuestos socialmente. Bajo la tiranía de esta vergüenza tóxica, sienten esta desdicha sin fin, tienen expectativas irreales, idealizan e infantilizan las relaciones. Viven alimentándose de prejuicios; los límites relacionales éticos les parecen una evidencia más de la injusticia contra ellos/as. Se niegan a comprometerse en transformarse relacionalmente para generar la mejor versión de sí mismos/as.

Composición VIII, 1923, Wassily Kandinsky.

Otros caminos posibles

Reflexionar críticamente conlleva desafíos que, si queremos construir bienestar social, es una necesidad histórica; interpelar críticamente el sistema es también interpelar todas las prácticas sociales que lo sostienen y las consecuencias de sufrimiento emocional, psicológico y relacional que impone esta estructura política y económica; la anomia social que legitima las jerarquías que perpetúan inequidades e injusticias. Gramsci, nos invita a pensar: “La indiferencia es abulia, parasitismo y cobardía, no es vida.” ¿Qué nueva inteligencia social, cultural, política, filosófica necesitamos crear?

Si elijo, que me quieran, respeten o acepten por quién soy yo, asumo la responsabilidad primera, de amarme, respetarme, aceptarme, tenerme confianza; seré libre en mis relaciones con los demás y conmigo mismo; me encontraré en capacidad de disfrutar de la vida y las interrelaciones sociales de todo tipo. Darse el permiso de aceptar y decidir hacer algo útil con lo que uno siente, algo que te aporte y aporte a los demás. Sirve también el tenerse compasión (“sentir con”) a uno mismo, tratarse con gentileza y sintiendo que se es capaz de quererse a sí mismo. Reconocer todo lo bueno y positivo que uno piensa, dice y hace; hacer un hábito el decirse palabras amables a sí mismo que contribuyan a dignificar las propias emociones y experiencias. Repensar nuestras ideas autodestructivas, transformando un lenguaje descalificador por otro lenguaje, que nos hable a favor de nuestros derechos y bienestar. Soltar “nuestro banco de datos de ideas muertas”.

Eligiendo con templanza aceptar las pérdidas y soltar. Sin continuar con nudos existenciales y relacionales, desanudándolos con valentía y autenticidad. Aprendiendo a poner límites responsables y humanos que no me expongan a crueldades e injusticias, que preserven mi integridad y dignidad. Siendo el protagonista de la propia historia y contando con honestidad esa historia. Aprendiendo a abrazar la complejidad y a aceptar la incertidumbre. Siendo agradecido con la vida; transformando el significado opresivo de las experiencias, poniendo palabras a esas experiencias y sentimientos, construyendo nuevos significados. Encontrar un lugar propio para ser con los otros; decidiendo con creatividad al placer de estar y ser, de imaginar posibilidades y futuros con sentido.

Alegrarse de ser como se es, a pesar de las limitaciones a las que somos propensos todos. Afrontar la complejidad de la vida, sintiéndose seguro y confiado en sí mismo. Pase lo que pase en su vida exterior, sentirse con los recursos propios para crearse una vida mejor. Dejar de culpabilizar a los demás. Asumir nuestra parte de responsabilidad en los estilos de vida y contextos relacionales en los que participamos y contribuimos a construir y mantener. Empezamos a recuperar alegría y libertad cuando somos capaces de proyectarnos hacia el futuro. Lo que es posible solo cuando hay un auténtico proceso de aceptación. Es una relación más íntima con la propia humanidad. Dejar la guerra permanente contra sí mismo, decidiendo atravesar el dolor y aceptarse, escogiendo el ser libre de ser como uno es. El discurso hace ser. El ser que se afirma en la complejidad: el ser capaz de tocar al otro, cuestionar lo establecido, dinamitar el statu quo (la violencia, la crueldad, la injusticia, el abuso de poder, la explotación, la miseria humana); el ser que se maravilla ante la posibilidad de dialogar con el misterio del otro: en una intimidad compleja, libre, alegre y responsable.

Sólo sabiendo quiénes somos -y, más importante aún, quiénes queremos ser, en quiénes nos queremos convertir, cómo nos gustaría ser con los demás- estaremos en condiciones de aceptar y de disfrutar el vivir con los otros, aún si son muy distintos a nosotros. Llevar al mundo, a las interrelaciones con los demás, en los diálogos-encuentros-experiencias con los otros, la persona que quiero ser. Aprender con los otros, en el diálogo con los demás, que la vida creativa se erige fuera de las convenciones.

Porque con el diálogo vamos diseñando posibilidades de crear espacios que nos permitan conversar reflexivamente sobre nuestras diferencias, respetándonos en la relación y siendo responsivos, que significa mantenerse en el diálogo. Ser responsivo, por lo tanto, significa entender dialógicamente y asumir el tipo de relación y conversación que quiero sostener con el otro. ¿Cómo crear diálogos y construir significados nuevos de una manera significativa? Invitando al entrecruzamiento de la ética entre las personas.

Amarillo, rojo y azul, 1925, Wassily Kandinsky