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Construccionismo social-relacional. Construcción conjunta, significativa y creativa de procesos de transformación en el proceso terapéutico, en la formación de profesionales y en la supervisión clínica. (10)

Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)

Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.

““En el instante en que proferimos una palabra, en el instante en que nos expresamos, nos convertimos -somos-”.

Tom Andersen (2005)

La ronda de noche, 1642, de Rembrandt van Rijn.

Nos basamos para esta serie, en esta tesis, de la que extraemos -adaptándolas- las propuestas e invitaciones a una postura relacional distinta para la construcción del proceso de diálogo terapéutico transformador.

¿Cómo el construccionismo social y las prácticas colaborativas y dialógicas son útiles para la co-construcción relacional de un espacio de formación y supervisión terapéuticas? Tapia Figueroa, Diego, Tesis (2018) para el Ph.D. con la Universidad Libre de Bruselas (VUB) y el TAOS INSTITUTE de Estados Unidos

Prácticas terapéuticas postmodernas

Se trata de la complejidad e incertidumbre de entender que cada conversación es un recorrido en el que seremos transformados y nos encontraremos con la otredad que nos habita y nos relaciona con la voz de lo que no se conoce aún y se crea conjuntamente.  El lenguaje nos humaniza y crea formas, estilos y proyectos de vida.  ¿Cómo construimos, a partir de estos lenguajes, nuevas posibilidades relacionales? ¿Cómo generamos procesos sociales liberadores, con palabras liberadoras, en procesos de construcción social?  Nos lo aclara Harlene Anderson (1999, p. 267) “El lenguaje es el vehículo de nuestra existencia y de nuestro compartir con otros y con nosotros mismos… Obramos y reaccionamos por el lenguaje, lo usamos para relacionarnos, para influir y para cambiar”.

Logramos comprender, y al hacerlo entendemos y legitimamos, cuando participamos en la construcción de los diferentes campos de sentido y somos responsables, con el otro, en la generación conjunta de nuevos significados. 

En este sentido, Manuel Cruz (2005, s.n), filósofo español, sostiene:

“Llegar a ser el que eres”, dice Nietzsche.  Afirmación suprema: que lo viejo, decadente, convencional, ignorante, opresivo que hay en tu espíritu, muera, para que lo que hay de vivo en ti, viva auténtico y libre.  El costo: muriendo varias veces: que muera todo lo que nos hace esclavos: los prejuicios, la ideología de la culpa, el pecado y el castigo.  Que mueran muchas veces la repetición enajenante y las represiones tontas, para que florezca nuestra espontaneidad vital. Para vivir en el placer gozoso de la alegría sin miedo, para llegar a ser el que se es o lo que se es.

Es un proceso permanente de aprendizaje que implica la vida, enriquecida por esta postura socioconstruccionista y de prácticas colaborativas y dialógicas y generativas, porque, también se contagia positivamente en los contextos relacionales, estimulando a que surjan voces auténticas y responsables en esas interrelaciones.

Me relaciono desde el diálogo con los otros (con un sentido estético, opuesto a la vulgaridad y a los prejuicios), con respeto y afecto (compartiendo); aprendo de sus palabras libres, de sus silencios (de su misterio). 

 Se trata de recuperar y potenciar nuestra capacidad de asombro, de maravillarnos en cada encuentro, en cada conversación; del placer de transformarnos conjuntamente, porque así lo coordinamos y porque esta es la forma en que cuidamos nuestras relaciones. Lo hacemos desde una posición de permanente irreverencia:

Gianfranco Cecchin (1998, pp. 333-345) afirma:

Por irreverencia me refiero al constante cuestionamiento y a la permanente curiosidad acerca de los modelos, las creencias y las formas particulares de las prácticas. El terapeuta irreverente siempre está evitando la certidumbre de las verdades últimas…Adoptar la posición de irreverencia equivale a ser levemente subversivo respecto a cualquier verdad reificada.

En esta posición de irreverencia, seremos capaces de valorar los propios logros quitándoles el carácter de la omnipotencia, con una actitud modesta, que hace posible el poner en cuestión, cada vez, aquellos logros coyunturales que no son otra cosa que las verdades y certezas en los procesos de investigación y también en los terapéuticos.

La rebeldía, la subversión, es algo que se construye con criterio y esto significa un continuo desplegar reflexivo de interrogantes en un ejercicio de autocrítica permanente, así como de una crítica consistentemente argumentada, de toda verdad científica, terapéutica o humanista.

El proceso de demolición conjunta de las viejas historias ofrecidas y de las narraciones oficiales, va a significar, en la práctica, un ejercicio consistente de desmontar el statu quo dominante.  Involucra confianza en los recursos de quienes son corresponsables de participar en el reconocimiento, a veces doloroso, de que se han cumplido etapas, ciclos y, de que hay un pasado que es inútil seguir aceptado y cargando. Que es momento de constatar su muerte y decidir su honorable entierro. Soltar, es también una forma de honrar esas historias. Por lo tanto, asumir, en un diálogo reflexivo, la necesidad de acciones significativas que generen lo distinto, vida nueva.

Siguiendo a Kenneth Gergen (1996), el construccionismo social busca explicar cómo la gente describe, dice o da sentido al mundo en que viven. El positivismo se basa en la certeza de que existen leyes generales de la ciencia válidas para todos los individuos, en todos los tiempos y culturas.  Su visión dogmática es reduccionista y establece jerarquías del saber del conocimiento y la coherencia de las acciones.  Desde las perspectivas construccionistas se reconoce que el conocimiento responde a la cultura y que está determinado históricamente; es producto de un contexto social y relacional.  Las generalizaciones, tanto en la investigación como en la terapia, se convierten, además de negar la diversidad y ser irrespetuosas con la alteridad, en una camisa de fuerza para entender los mundos sociales que habitamos.

El lenguaje y sus códigos con los que nos comunicamos, comprendemos, entendemos y relacionamos son construcciones sociales, artefactos sociales, y son generados en un tiempo histórico.  Si los queremos entender es necesario conocer el contexto que los hizo posibles, porque responden a una necesidad de quienes se relacionan socialmente en un tiempo determinado.

El entenderse mutuamente, conlleva el involucrarse y participar en juegos relacionales, comunicacionales y del lenguaje, en experiencias sociales que se coordinan y que permiten dar un sentido y cooperación y colaboración para que la vida social tenga un significado.

El impacto de las acciones particulares de los procesos sociales no depende de una suma de experiencias ni de resultados empíricos, sino, más bien, de la coordinación social construida en las interrelaciones y que pasa por distintas formas y contextos relacionales; dependerán y evolucionarán de acuerdo al tiempo histórico en el que tales coordinaciones se desarrollan y a la cultura local que las marca, orienta y acoge.

Rembrandt con su esposa Saskia como hijo pródigo, 1636, de Rembrandt van Rijn.

El proceso terapéutico está basado en la relación, confía plenamente en el diálogo

Harlene Anderson (1999, p. 21), nos explica de esta manera esta complejidad (reproducimos in extenso):

A través de la conversación formamos y reformamos nuestras experiencias vitales; creamos y recreamos nuestra manera de dar sentido y entender; construimos y reconstruimos nuestras realidades y a nosotros mismos. Algunas conversaciones aumentan las posibilidades; otras las disminuyen.  Cuando las posibilidades aumentan, tenemos una sensación de acción creadora, una sensación de que podemos encarar lo que nos preocupa o perturba –nuestros dilemas, problemas, dolores y frustraciones- y lograr lo que queremos –nuestras ambiciones, esperanzas, intenciones y acciones.

Es el diálogo colaborativo/generativo, la acción dialógica (las palabras son actos), la conversación significativa, la que nos va diciendo cómo somos y quiénes somos; cada nuevo encuentro conversacional nos constituye cada vez como nuevos interlocutores porque surgen y se generan significados impensados  Ya no somos los de la conversación pasada, estamos siempre en camino de ser, es el devenir del ser, posible solamente por la creación conjunta que da sentido a los discursos y que permite entender los contextos.  Nos construimos relacionalmente y relacionalmente nos transformamos.

Estos procesos lingüísticos crean mundos humanos compartidos, acontecimientos únicos en los cuales emergen las diferencias cualitativas gracias a las coordinaciones colaborativas en las que se comprometen responsablemente quienes eligen ser interlocutores para generar nuevas posibilidades relacionales. Al expandir estas posibilidades, las conversaciones, si bien se pueden interrumpir, se retoman con nuevas perspectivas, continúan y son infinitas.

Entregados al flujo conversacional, libres de diagnósticos patologizantes del experto y sin los reduccionismos que homologan las experiencias, ni protocolos, recetas, manuales, para tranquilizar las conciencias domesticadas; el diálogo que se propone para comprender es tal, porque la pregunta que le sirve al consultante nace como un acto creativo, precisamente de aquello que el propio consultante ha terminado de procesar reflexivamente.

Tom Andersen (1994, p. 176), dice: “…estar con el otro de tal manera que el otro sea la persona que quiere ser en esa situación y en ese momento”. Aquí tenemos la expresión encarnada de la gentileza relacional.  Esta voluntad de hablar con el otro, con una actitud de radical presencia y novedad, que se manifiesta en una generosa apertura para un proceso de diálogo en que se hace escuchar, una voz auténtica e invita a que sus interlocutores hagan igual.

Salimos de cualquier paradigma del experto o con carácter asistencialista y damos vida a la relación porque se construye el espacio conjunto del “con” y es, desde este “con” que se puede desplegar una ética relacional distinta.

La ética nos permite ofrecer una escucha profunda capaz de comprender las múltiples voces presentes en todo diálogo transformador que, al ser legitimadas (porque son incorporadas en el propio ser relacional), protagonizan el proceso dialógico.  Significa también el reconocimiento de que los recursos de los consultantes, sus saberes, enriquecen el proceso terapéutico, pueden imaginar alternativas creativas, proponer nuevos futuros posibles y desarrollar la capacidad de afrontar y resolver las dificultades que atraviesan.

Como lo ha explicado, Harlene Anderson (1999, p. 111) “La nueva perspectiva sugiere una colaboración entre terapeuta y cliente que tiende a ser menos jerárquica, autoritaria y dualista, y más horizontal, democrática e igualitaria…es una conversación entre compañeros…”.

La concepción moderna del terapeuta como el experto en arreglar pacientes enfermos, con patologías, concepción que responde a un modelo mecanicista de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, es evidentemente inútil, contraproducente e irrespetuosa.  El concepto de un terapeuta interesado en preguntar para comprender y generar conocimientos distintos sobre cómo las personas se comprometen en sus relaciones y con sus vidas, establece una diferencia cualitativa en la producción de nuevos significados y, por lo tanto, en el estilo de prácticas sociales que se eligen.

Dora Fried Schnitman (1998, p. 27) afirma: “Los proyectos humanos tienen un asentamiento social que ya permite abrir el presente hacia la construcción de futuros posibles. Devenir un ser humano consiste en participar en procesos sociales compartidos en los cuales emergen significados, sentidos, coordinaciones”.

El proceso terapéutico está basado en la relación, confía plenamente en el diálogo y va articulando posibilidades en estos intercambios, que buscan la construcción conjunta de significados generadores de sentido frente a la complejidad de los contextos relacionales, privilegiando la sensibilidad y la innovación.

La pregunta, por parte del terapeuta, y el preguntarse del consultante, una y otra vez sobre un hecho, sobre una relación, le permite la deconstrucción del texto de su historia, tal como se la ha contado hasta ahora, validando lo que considera importante, “…lo importante es el proceso por el cual uno habla acerca de algo, no su contenido…” (Anderson, 1999, p. 134).

Esta relación o alianza terapéutica que se crea entre el terapeuta y el consultante es, entonces, un aprendizaje mutuo: sin dar interpretaciones, ni instrucciones, ni juicios de valor, ni transmitir nuestras creencias como verdades sanadoras de lo que a ellos les aqueja.

Filósofo en meditación, 1632, de Rembrandt van Rijn.

Construir relaciones creativas

La novedad puede surgir generando procesos nuevos.  Dialogamos para encontrarnos con quienes nos podemos convertir en un futuro; luego del diálogo, cada pregunta regresa como una nueva interrogación.  Desde una perspectiva distinta, con una actitud reflexiva que construye prácticas también diferentes, entregados a un proceso relacional comprometido en la expansión de múltiples contextos sociales, porque la novedad se produce en el diálogo colaborativo/generativo.

Con las preguntas y respuestas tejemos el diálogo en un entretejer relacionalmente el proceso terapéutico.  Nos planteamos (terapeuta y consultante) preguntas relacionadas con la cotidianidad del interlocutor.  La pregunta reflexiva es para enfrentar y abrir lo que el poder establecido, en cualquier contexto, impone y oprime.  Respetar y aceptar lo que el otro quiera comenzar a decir para proponer conjuntamente alternativas deseables y posibles, dignas de los participantes en estas interrelaciones.

No hay una guía de preguntas.  Cada pregunta resulta de un intento de entender lo que acaba de ser dicho y lo no dicho; cada una es un elemento del proceso conversacional general.  Las preguntas correctas son las que surgen cuando uno se sumerge en el mundo del consultante. Surgen del prestar atención cuidadosa e interesarse en aprender más sobre lo que le preocupa o hace sentir mal, más que perseguir ideas preconcebidas acerca de “patologías” e hipótesis. Son preguntas que hacen sentir al consultante y/o cliente la sensación de ser invitado a una conversación.

Las palabras son actos y los actos se convierten -y humanizan- en palabras, portadoras de sentido por su capacidad de evocar y convocar reflexiones críticas, en movimiento, en un darse nuevos significados, que humanizan las experiencias, les ponen voz, rostro, posibilidades, contexto.

Y, el trabajar los contextos, la comprensión respetuosa de cada contexto local fue importante en esta investigación; el contribuir de forma práctica a que los participantes de esos contextos, se apropien de los mismos, y decidan iniciar un proceso de forma distinta, a partir de las reflexiones surgidas sobre la forma de hacer terapia y relacionarse con las familias.

En palabras de Kenneth Gergen (2016): Lo que está en juego no es reparar la mente, desde una perspectiva relacional, sino la transformación relacional. (p. 420)

Sólo preguntas, opiniones, explicaciones, sugerencias y posibilidades se mezclan en un intercambio dialógico, en un juego de lenguaje en el que hay respeto y colaboración. Una danza, con sus pausas, su ritmo, su tiempo. El gran escritor Thomas Bernhard (1998, p. 85) decía: “La inteligencia no vale nada mientras no se convierte en palabra, porque inteligencia hay por todas partes. La inteligencia sólo vale algo cuando se convierte en palabra, y más bien en palabra hablada, porque vive”. Somos seres en relación y somos aquello que los otros narran sobre nosotros; y a la vez, nos convertimos en aquello que decimos a los otros, acerca de nosotros. Esta metamorfosis de sentidos, significados y construcción de historias crea una multiplicidad de posibilidades acerca del ser con los otros.  Las perspectivas en las que se configuran las interpretaciones varían de acuerdo a las percepciones y a los contextos culturales y relacionales que dicen, responden, interpelan y se transforman transformándonos ad infinitum.

La relación terapeuta-consultante, antes que nada, es una manera de estar en relación, de forma auténtica, natural y espontánea, siendo, por lo tanto, única para cada persona y para cada discurso.  Reconocemos nuestro saber como saber local, de carácter provisional, que debe ser desafiado por el saber del consultante, único especialista en su propia experiencia.

La experiencia nos demuestra que lo principal para que la psicoterapia tenga éxito para los consultantes, depende de la alianza, el vínculo relacional, la calidad de la relación entre consultante y terapeuta.  Es la alianza respetuosa, el vínculo de confianza no patologizante de los terapeutas con los consultantes, lo que realmente importa en este proceso; lo que hace posible que se movilicen los recursos propios de los participantes.

Es decir, que más que técnicas, modelos, experiencia, prestigio, conocimientos, etc., lo que cuenta de verdad es la relación entre consultante y terapeuta (el ser ético, respetuoso, comprensivo, inteligente, y responsable).

En la perspectiva construccionista la búsqueda comprometida de la diferencia, involucra la concepción diferente del encuentro dialógico. No es un intercambio jerárquico entre un saber experto y un paciente a diagnosticar. Se construye como un lugar privilegiado, en el que cada consultante es un universo único, diverso, especial.  Y, no existen otros universos iguales, que merezcan que se ignore e irrespete su particularidad.

Las maneras en que el terapeuta escucha para comprender, lo desafía a la autorreflexión y autocrítica constantes, en las que a la vez que se deja tocar por aquello que le es narrado, deja que surjan preguntas incesantes y cuestionadoras, que podrán compartir con los consultantes, si esas interrogantes favorecen el proceso de transformación de quienes se acercan a terapia. (Marilene Grandesso2006).

El proceso de este diálogo colaborativo es liberador porque genera nuevos significados para la propia vida y la vida social.

Cristo en la tormenta en el lago de Galilea, 1633, de Rembrandt van Rijn.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

Andersen, T. (2013). Una oración en cinco líneas.  Sobre la producción de significados desde la perspectiva de la relación, el prejuicio y el embrujo.  En Deissler, K. & McNamee, S.  (Ed) Filo y Sofía en diálogo.  (pp. 76-83) Ohio, USA: Ed. Taos Institute Publication.

Andersen, T. (2005). “Yo solía pensar…”. Recuperado de https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-47157-2005-02-12.html

Andersen, T. (1994). El equipo reflexivo: Diálogos y diálogos sobre los diálogos. Barcelona, España: Editorial Gedisa. 

Anderson, H. (1999). Conversación, lenguaje y posibilidades.  Un enfoque posmoderno de la terapia. Buenos Aires, Argentina Editorial Amorrortu.

Bernhard, T. (1998).  Un Encuentro. Conversaciones con Krista Fleischmann. Barcelona, España: Editorial TusQuets.

Cecchin, G. (1996).  Construcción de posibilidades terapéuticas.  En McNamee, S & Gergen, K. La terapia como construcción social. Barcelona, España, Editorial Paidós.

Cruz, M. (2005).  Las malas pasadas del pasado: identidad, responsabilidad, historia. Barcelona, España: Editorial Anagrama.

Fried Schnitman, D. (1998). Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad.  Buenos Aires, Argentina, Editorial Paidós.

Gergen, K (2016).  El Ser relacional. Más allá del Yo y la Comunidad. Bilbao, España: Editorial Desclée de Brouwer, S.A.

Gergen, K (1996).  Realidades y relaciones.  Aproximaciones a la construcción social. Barcelona, España. Editorial Paidós.

McNamee, S. (2013). La poesía social de la investigación comprometida con la relación.  La investigación como conversación.  En Deissler, K. & McNamee, S.  (Ed) Filo y Sofía en diálogo: la poesía social de la conversación terapéutica (pp. 102-109). Ohio, USA: Ed. Taos Institute Publication.

Tapia Figueroa, Diego, Tesis (2018) para el Ph.D. con la Universidad Libre de Bruselas (VUB) y el TAOS INSTITUTE de EEUU.


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