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La salud en todas sus aristas

Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)

Maritza Crespo Balderrama, M.A. y Diego Tapia Figueroa, Ph.D. 

Paloma de la paz, 1949, de Pablo Picasso

El bienestar íntegro de un individuo va mucho más allá de la salud física.  

Si bien todos tenemos alguna noción de lo que implica tener buena salud, es importante comprender que esta no solamente está relacionada con no padecer enfermedades.

La vida diaria nos plantea situaciones que requieren de estar alerta y volcados en actividades de toda índole. Las demandas económicas, sociales y familiares implican que, sin importar las edades, cumplamos expectativas de los demás y propias y, todo esto, de una u otra manera, va afectando nuestra salud.

A continuación, plantearemos algunas ideas para poder llevar una vida sana de manera integral.

Salud: el bienestar integral de la persona

Cuando se habla de salud casi siempre pensamos en enfermedad. Salud y enfermedad, en la sociedad occidental, constituyen una dupla que no se puede separar y que normalmente ubicamos, prioritariamente, en el cuerpo. Es decir, se piensa que cuando no sentimos molestias o dolor en nuestro cuerpo es porque no estamos enfermos, entonces, estamos sanos.

El cuerpo es el medio que nos permite vincularnos con el mundo, el vehículo para relacionarnos con los otros y con lo otro. Es el testigo y la evidencia (al mismo tiempo) de nuestra historia, de la vida que hemos tenido y tenemos.

Nuestro cuerpo, también, es una “máquina” que contiene órganos que funcionan, que están en proceso y que requieren de cuidado y atención. El estilo de vida que hemos elegido -o el que nos ha tocado vivir- determina, de muchas formas, el funcionamiento de nuestro cuerpo y los órganos y procesos que lo constituyen. De ahí, la importancia que la sociedad le da a la salud física.

En un recorrido rápido por los medios de comunicación, las redes sociales o los contenidos habituales que consumimos, podemos darnos cuenta la prioridad que tiene, para el mundo contemporáneo, el bienestar físico. Lo que comemos, cómo lo comemos, el tipo de actividad física que se debe hacer, los cuidados que debemos tener con nuestro cuerpo son recomendaciones que inundan nuestros contextos y a las que hacemos más o menos caso, dependiendo de las circunstancias individuales.

Todo esto está relacionado con nuestra salud física, con el “mantenimiento” y cuidado de nuestro cuerpo. Sin embargo, es importante tener claro que cuando se habla de “salud” no solamente se trata de no tener enfermedades en el cuerpo. 

Pan y plato con frutas sobre la mesa, c.1909, de Pablo Picasso.

La salud mental cobró relevancia en nuestro país a partir de la pandemia y el aislamiento al que la humanidad entera se vio sometida.  No tener contacto con seres queridos, el volver a convivir con personas con las que teníamos relaciones lejanas (aunque vivieran bajo el mismo techo), el teletrabajo y el contexto de dolor y muerte que el COVID 19 nos impuso, hizo que todos comenzáramos a pensar en la salud mental como una prioridad.

Estar sano mentalmente, es, de alguna manera, una utopía. A diferencia de lo concerniente a la salud del cuerpo, el “bienestar mental” es una cuestión individual y relacional, en la que los parámetros de “salud” o “enfermedad” son un poco confusos. No se puede ni debe estandarizar. Cada ser humano y su historia se comprenden en sus contextos relacionales. 

Lo más común es escuchar que la salud mental está relacionada con la capacidad de adaptación y funcionalidad de cada persona en sus contextos particulares. Sin embargo, es evidente que una persona puede aparentar estar adaptada y ser perfectamente funcional en sus contextos y llevar una “procesión” distinta por dentro.

Podríamos decir que la salud mental y el bienestar mental tienen que ver con cómo nos vemos a nosotros mismos, lo que sentimos en relación con nosotros y los otros y la capacidad que tenemos para expresar nuestros malestares de manera asertiva. En esto, los “permisos” que nos demos para poder decir lo que sentimos, lo mismo que la apertura que tengamos para pedir ayuda profesional (de terapeutas) son elementos que hablan bien de nuestra salud mental.

Reconocerse como seres vulnerables, con necesidades de afecto, escucha, respeto, expresar lo que necesitamos y escuchar lo que los otros que nos rodean necesitan y actuar en consecuencia es básico cuando hablamos de salud mental.

Un tercer elemento, no menos importante, es lo que se denomina salud espiritual. En este campo hay una variedad de posibilidades y dependerá de lo que cada uno piensa, sienta y quiera, para hablar de salud y bienestar.

Habitualmente, el bienestar espiritual está vinculado con la necesidad de trascendencia que los seres humanos experimentamos. Se trata de cuánto queremos aportar al mundo en el que vivimos, a las personas con las que nos relacionamos. Cuánto de esto tiene que ver con nuestra noción de “bien”, “bondad” o “deber ser”, es algo que cada persona define. 

En general, la salud espiritual podría ubicarse como la importancia que le damos al vínculo con la naturaleza (la relación con la Pachamama, el planeta), el cómo nos comprometemos en la construcción del bienestar común y al aporte que cada uno ofrece para que la humanidad viva en con dignidad, armonía y paz.

Lectura, 1932, de Pablo Picasso.

En este contexto, la espiritualidad trasciende los ritos o la religión y está más cercana a una mirada integral de uno mismo en relación con los demás y lo otro, lo que no soy yo.

No podemos ser “nosotros” sin ser “con” el otro/lo otro.

Nuestras acciones individuales impactan a los demás, y también al planeta.

Vida saludable, significa vida consciente, responsable, con libertad.

Vivir la vida de manera saludable es, sin duda, uno de los objetivos que deberíamos plantearnos todas y todos.  Como hemos visto, tener una vida saludable es mucho más que tener una vida en la que no haya enfermedad.

Queremos invitarles a equiparar el concepto de vida saludable al de vida consciente.

Ser consciente significa estar presente, activamente, en el lugar y el tiempo en el que estamos. 

Aprovechar la oportunidad que tenemos de compartir y de experimentar con el/los otro/s de manera activa y participativa, contribuyendo, desde cada uno de los espacios en los que nos desenvolvemos, al mejoramiento de la calidad de vida de los demás y al de uno mismo.

La vida saludable/consciente, implica el reconocer que no podemos ser sin los demás, y que, además, vivimos en contextos, sociales y naturales, de los que somos responsables.  Mi participación en las distintas relaciones a lo largo de la vida implica una responsabilidad con los otros y con el planeta, una responsabilidad que se debe asumir con alegría, libertad y responsabilidad.

El autocuidado de nuestro cuerpo y también de nuestra mente y espiritualidad es parte de la vida saludable. También el cuidar de los demás, los más cercanos (nuestra pareja, hijos, padres y amigos), y de los otros con los que compartimos (compañeros de trabajo, miembros de comunidades, etc.) la vida.

Cuidar significa ser responsable, valorar la existencia de cada uno, reconocer su importancia y su impacto en la propia vida y, de la misma manera, reconocer el impacto que nosotros tenemos en la vida de los demás.

Una vida saludable es una vida consciente y responsable por el bienestar propio, el de los otros y el del planeta.

La alegría de vivir, 1946, de Pablo Picasso.

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