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Los micromachismos y la violencia (***)

Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)

Maritza Crespo Balderrama, M.A. y Diego Tapia Figueroa, Ph.D.

El árbol de la vida, 1960, de Leonora Carrington.

Son sesgos, muchas veces inconscientes, que se manifiestan en las relaciones de género y hacen que la mujer se vea afectada.

La violencia basada en género no surge en los últimos tiempos o por el auge de las telecomunicaciones. Es una realidad que ha ido creciendo y desarrollándose en nuestra sociedad a lo largo de los siglos y que se alimenta de concepciones culturales, creencias, ideología e, incluso, de la propia ciencia que muchas veces sostiene conceptos e ideas que han llevado a comportamientos y malos entendidos en los que la mujer queda en desventaja.

Este proceso de años es el caldo de cultivo de los llamados “sesgos inconscientes” que no son más que pequeños caminos que toma nuestro pensamiento para ayudarnos a definir determinada situación, persona o grupo de personas. Si bien los sesgos podrían facilitar y ahorrar tiempo en la comprensión y reconocimiento de situaciones del entorno, también pueden convertirse en la manera más fácil de sostener los prejuicios y, a la larga, de ejercer violencia.

Los sesgos de género

Los sesgos de género se manifiestan en las relaciones entre varones y mujeres en cualquier contexto, aunque suelen ser más evidentes en el espacio familiar y en el laboral.

Dentro de las familias, por ejemplo, suele ser común escuchar que las mujeres son más sensibles que los hombres, que son más detallistas y más protectoras y que, sin embargo, son menos decididas, menos ágiles o menos objetivas. Ideas como estas llevan a que las propias mujeres crean que no son capaces de tomar decisiones o a esperar o normalizar determinadas formas de actuación de los varones (las parejas, por ejemplo) que fortalecen el sesgo de género que da por hecho que una mujer es así por ser mujer y un hombre de otra manera por ser hombre.

En el ámbito laboral, los sesgos de género han significado que las mujeres tengan que hacer el doble de esfuerzo por llegar a una posición de poder similar a la de un hombre, entre otras cosas porque se cree que “una mujer no sabe liderar o poner límites”. También han implicado que las mujeres que están en una posición de poder deban asumir liderazgos marcados por características que la sociedad considera que son propias del hombre: fortaleza, verticalidad, intransigencia, radicalidad, inflexibilidad, etc.

Los sesgos de género están profundamente instalados en la manera de pensar de hombres y mujeres en la sociedad y están en la base de los distintos tipos de violencia a los que las mujeres están sometidas cotidianamente. La manera de superarlos radica, principalmente, en hacerlos conscientes y reflexionar sobre ellos, reconocer cuáles son los que determinan la forma de pensar sobre hombres y mujeres en los espacios relacionales y cómo esta forma impacta en el comportamiento propio y las concepciones sobre los demás.

Como hace el pequeño cocodrilo, 1998, de Leonora Carrington.

Micromachismos: la violencia en los actos pequeños

Si bien los sesgos de género están en la base de la forma de pensar sobre los hombres y las mujeres, los micromachismos son evidentes en sutiles acciones y palabras con las que las personas se relacionan en la vida cotidiana.

Se trata de pequeños y casi imperceptibles gestos, palabras, acciones u omisiones de ejercicio del poder en función del dominio de lo masculino en la vida cotidiana, que perpetúan la inequidad de género, limitan la autonomía y la libertad de las mujeres.

La característica fundamental de los micromachismos es que son de uso generalizado, incluso entre los hombres que no son violentos (al menos no explícitamente violentos) y no suponen, necesariamente, una acción voluntaria, planificada o intencionada por parte del hombre hacia las mujeres, sino que forman parte de cómo han sido educados los hombres y, en muchos casos, de hábitos sostenidos por la cultura y las propias familias.

Los micromachismos no se manifiestan como violencia física o sexual, pero tienen sus mismos objetivos: garantizar el control sobre la mujer y mantener la inequidad e injusticia en las relaciones, a favor de que el hombre siga detentando el poder por sobre ellas.

Los ejemplos son abundantes y los contextos de las relaciones de pareja y crianza de los hijos están plagados de ellos. Algunos de ellos, que permiten visibilizar la esencia del micromachismo, se exponen a continuación.

Fantasía, 1935, de Leonora Carrington.

Micromachismos “puertas adentro”

Dentro de los hogares los micromachismos, muchas veces, están sostenidos por las propias mujeres: el reconocimiento del hombre porque “ayuda” en casa, cuando es responsabilidad de ambos atender los quehaceres del hogar, o aquel que no se involucra en los quehaceres porque “no los sabe hacer” o porque la mujer los hace mejor, o mujeres que sobrevaloran los pocos aportes a los quehaceres que hacen sus parejas como si no fuera un tema de corresponsabilidad de quienes viven en el mismo espacio y bajo el mismo techo, sino un favor por parte del hombre.

Otro “clásico” entre los micromachismos es la división tradicional de colores para niños y niñas: “rosado” para ellas y “azul” para ellos, sumado a los mensajes que ubican la belleza o delicadeza y a las niñas como princesas frente a los niños que son valientes o campeones.

Finalmente, aunque los ejemplos abundan, el lugar común en la familia de que la madre es quien cuida, protege y sana, mientras que el padre es quien provee económicamente, cuando ellos también realizan acciones de cuidado, como cambiar pañales o preparar la comida de sus bebés. La familia los reconoce como excelentes padres mientras que dan por hecho que las madres son y hacen eso.

La giganta, 1947, de Leonora Carrington.

Micromachismos “puertas afuera”

El que, en la ventanilla de atención al cliente en alguna empresa, cuando se solicita el servicio de un mecánico o profesional, o, incluso, cuando el mesero lleva la cuenta a la mesa se dirijan al hombre y no a la mujer que está con él es un ejemplo evidente de micromachismo que, además, refleja la concepción cultural de que quien sabe o tiene la palabra y la razón (el dinero, el poder) siempre será el hombre.

Lo mismo sucede con la invisibilización, consciente o no, de las mujeres que están en alguna posición de poder (dirigiendo una empresa o con personas a su cargo), sobre todo cuando se trata de profesiones en las que hay mayor cantidad de hombres (ingenierías, ciencias, cargos ejecutivos, etc.) o cuando sutilmente se desautoriza a la mujer no tanto por su capacidad profesional sino por cómo se dirige a los demás, cómo está vestida o por su apariencia.

El hablar en diminutivo a una mujer o el usar términos que demuestren superioridad o condescendencia son otras muestras de los micromachismos comunes en nuestra cultural.

Para enfrentar esta cultura del maltrato y ser libres con los otros, veamos esta secuencia del proceso de diálogo (por ejemplo, como lo llevamos en nuestro trabajo terapéutico), que puede ser útil para construir una vida digna, con otros estilos relacionales:

  • Es recomendable asumir una postura permanente, genuina y auténtica, de respeto, curiosidad, apertura, flexibilidad y creatividad.
  • Transmitir interés, confianza y seguridad. Escuchar de manera paciente, atenta y activa (no interrumpir). Escuchar profundo, con todo el cuerpo.
  • Acompañar en silencio -sin ansiedad-, que se exprese libremente todo lo que necesite.
  • Estar radicalmente presente en la relación, en el diálogo, con los cinco sentidos, íntegramente y con integridad.
  • Se evitará dar respuestas rápidas y precipitadas.
  • Juzgarla, darle consejos o victimizarla con comentarios o expresiones que la descalifiquen.
  • Caer en mitos y estereotipos sobre la violencia de género o sobre las víctimas.
  • Justificar la violencia como un asunto privado, de conflictos de pareja.
  • Hacer que se resignen a vivir estas relaciones abusivas.
  • Minimizar los riesgos para su integridad física y emocional.
  • Se trabajará sobre su sistema de creencias, en especial acerca de sus ideas sobre los roles de género y el papel de la mujer en las relaciones de pareja y en el matrimonio. Cuestionar los mitos acerca de la necesidad de mantener a toda costa la relación.
  • Dialogar sobre el sentido y el significado de establecer límites que cuiden las relaciones.
  • Conversar sobre el significado de los derechos humanos: ¿cómo respetarlos y hacerlos respetar en todos los contextos relacionales?
  • Que potencie su autonomía, no su dependencia.
  • Apoyarlas a elaborar el duelo por las pérdidas: de la relación, de la ilusión de una familia, de un proyecto de vida, económicas, de la red social.
  • Invitar a reflexionar sobre los roles de género, sobre las convenciones culturales del “deber ser” mujer, pareja y madre.
  • Proponer un enfoque reparador (la mujer como sujeto de su recuperación) el buen trato, que incluya la protección responsable de los hijos e hijas frente a la violencia que no debe seguir ni encubrirse.
  • Fomentar que la persona descubra sus fortalezas, identifique sus habilidades para enfrentar el evento traumático, afrontar y atravesar la crisis.
  • Se genera una reflexión responsable, crítica, asertiva y positiva para que imagine escenarios diferentes de vida.
Les Distractions de Dagobert, 1945, de Leonora Carrington.

(***) Reproducción autorizada de la publicación, en la Revista Maxi Online:

https://www.maxionline.ec/los-micromachismos-y-la-violencia

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