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Premisas del construccionismo social

Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, MA

 “Todo lo que hago, lo hago con alegría.”

Michel de Montaigne (trad. en 2007, p.588) 

Venus de Milo, 130 y 100 a.C.

Las premisas básicas del construccionismo social, que forman parte de su propuesta para la terapia y la comprensión del mundo contemporáneo, son las siguientes: 

  1. La realidad es una construcción social; 
  2. La realidad es una construcción del lenguaje; 
  3. Las realidades son organizadas y mantenidas; 
  4. La realidad está hecha por narraciones o cuentos; 
  5. No hay verdades básicas o esenciales. 

Desde esta perspectiva no existe una realidad dada, objetiva, esencial ni verdadera sino que lo que acordamos socialmente como realidad es, precisamente, una construcción social y temporal. Lo que hemos convenido como realidad es tal, porque se ha construido en el lenguaje con los otros y responde a una construcción conjunta de significados. 

Estas realidades organizan los mundos sociales y contribuyen a hacerlos funcionar; de hecho, son organizadas social y culturalmente. Son las descripciones, relatos, narraciones y cuentos los que construyen realidad.

Al liberarnos de la metafísica modernista, reconocemos la ausencia de verdades únicas – válidas para todos, todo el tiempo y en todas las culturas-, de dogmas a seguir o de esencias inalterables; con un pensamiento crítico y reflexivo nos abrimos a la diferencia y a las posibilidades. Como personas, estamos hechos de historias -las que contamos sobre nosotros a los otros y las que los demás cuentan acerca de nosotros-; somos, en un entretejer narrativo y relacional que crea realidades. 

Se trata de construir nuevas realidades -a partir de poner en juego la palabra- en las que el interlocutor (terapeuta) está consciente que, para comprender, necesita preguntar con genuino interés humano y auténtica curiosidad. Acompañar la reflexión con la pregunta que instale y autorice la duda sobre los saberes preestablecidos, estimulando la búsqueda que nos acerca a saber más de nosotros mismos y de nuestros contextos relacionales. Poner todo en cuestión, instalar la voluntad de interrogarse; reflexionar críticamente sobre los preconceptos o prejuicios de todo tipo, en un diálogo capaz de aceptar las diferencias, de abrir un espacio que legitime a todas las voces presentes. 

El proceso de reflexión conjunta de las viejas historias y de las narraciones oficiales, significa, en la práctica, un ejercicio consistente que busca desmontar el statu quo dominante e involucra confiar en los recursos de quienes son corresponsables de participar en el reconocimiento, a veces doloroso, de que se han cumplido etapas, ciclos y de que hay un pasado que es inútil seguir aceptado y cargando. Que es momento de constatar su muerte y decidir su honorable entierro. Por lo tanto, asumir, en un diálogo reflexivo, la necesidad de acciones significativas que generen lo distinto: vida nueva. 

Harlene Anderson (1999, p. 167), define así la terapia:

Un proceso de formar, decir y expandir lo no dicho y lo que necesita ser dicho -un desplegarse por medio del diálogo, de nuevos significados, temas, narrativas e historias- por medio de las cuales nuevas auto descripciones pueden surgir.

Los encuentros en los que se articulan palabras y lenguajes diferentes en un contexto relacional en el cual el diálogo tiene un carácter transformador por liberador del ser; un ser que encuentra las condiciones para decir lo no dicho que es lo que tiraniza su existencia. En este intercambio de sentidos se generan nuevos significados que tienen consecuencias en la construcción de un nuevo estilo de ser uno mismo y en nuevos tipos relacionales.

 Kenneth Gergen (1996) afirma que el construccionismo social busca explicar cómo la gente describe, dice o da sentido al mundo en que vive. Por el contrario, el positivismo se basa en la certeza de que existen leyes generales de la ciencia válidas para todos los individuos, en todos los tiempos y culturas. Su visión dogmática es reduccionista y establece jerarquías del saber del conocimiento y la coherencia de las acciones. Desde las perspectivas construccionistas se reconoce que el conocimiento responde a la cultura y que está determinado históricamente; es producto de un contexto social y relacional. Las generalizaciones se convierten, además de negar la diversidad y ser irrespetuosas con la alteridad, en una camisa de fuerza para entender los mundos sociales que habitamos. 

El lenguaje y códigos con los que nos comunicamos, comprendemos, entendemos y relacionamos son construcciones sociales, artefactos sociales generados en un tiempo histórico. Para entenderlos es necesario conocer el contexto que los hizo posibles, porque responden a una necesidad de quienes se relacionan socialmente en un tiempo determinado. 

El entenderse mutuamente, conlleva el involucrarse en juegos relacionales, comunicacionales y del lenguaje, en experiencias sociales que se coordinan y que permiten dar un sentido de cooperación y colaboración para que la vida social tenga un significado. 

El impacto de las acciones particulares de los procesos sociales no depende de una suma de experiencias ni de resultados empíricos, sino, más bien, de la coordinación social construida en las interrelaciones y que pasa por distintas formas y contextos relacionales; dependerán y evolucionarán de acuerdo al tiempo histórico en el que tales coordinaciones se desarrollan y a la cultura local que las marca, orienta y acoge


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