Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, MA
“Todo lo que hago, lo hago con alegría.”
Michel de Montaigne (trad. en 2007, p.588)
Continuando con las reflexiones sobre la terapia, en esta segunda entrega queremos plantear el tema de los procesos terapéuticos colaborativos. En ocasiones -como se sabe- para explicar lo que es algo, hay que decir aquello que eso que queremos explicar no es. El construccionismo, la terapia colaborativa, lo generativo, lo dialógico no tienen que ver con las modas terapéuticas superficiales e irrespetuosas de fácil autoayuda, que venden catarsis y exhibicionismos histriónicos como el objetivo ideal, con gurúes expertos auto complacidos con su secta de creyentes codependientes atrapados en consolaciones que eviten reflexionar críticamente y con responsabilidad. La terapia consiste en sembrar incertidumbre en la certeza, reconocer que la complejidad implica incertidumbre. Abrazar la incertidumbre; construir confianza.
La dupla terapeuta-consultante, antes que nada, es una manera de estar en relación, de una forma auténtica, natural y espontánea y, por lo tanto, única para cada persona y para cada discurso. Es la alianza respetuosa, el vínculo de confianza no patologizante de los terapeutas con los consultantes, lo que realmente importa en este proceso; lo que moviliza los recursos propios de los participantes que están guiados por una pragmática reflexiva y responsable (¿qué aporta, es útil, distinto?). Es decir que más que técnicas, modelos, experiencia, prestigio, conocimientos, lo que cuenta de verdad es la relación entre consultante y terapeuta; la calidad de la escucha profunda (“cuanto más silencioso como terapeuta, más puedo escuchar”), la aceptación y legitimación de ida y vuelta.
Marilene Grandesso (2006, pp. 239-303) describe cómo el self (el ser, el sí mismo), es construido lingüísticamente en la práctica discursiva y es sujeto de transformaciones por medio del diálogo. Seguimos in extenso la reflexión que hace Grandesso (la traducción libre del portugués y la sistematización, sobre lo sostenido por esta autora, es nuestra): Hay un énfasis en el diálogo y en la conversación como prácticas sociales transformadoras, en cuanto procesos generadores de significado y legitimadores de los selfs en relación. Al reconocer y elegir el diálogo como la fuerza transformadora de las conversaciones terapéuticas, lo estamos situando como una práctica social conjunta en la que toma capital importancia aquello que nos responde, porque la respuesta ha sido movilizada por preguntas que serán significativas ya que generan reflexiones que llevarán a acciones sociales transformadoras.
La terapia es vista como una práctica colaborativa que se construye en el momento presente y a partir de la comprensión del propio contexto de los participantes. Los encuentros que se ubican y desarrollan en un presente contingente, responden a las necesidades de los contextos culturales-locales de quienes participan en las conversaciones. No existe un “antes” al encuentro presente y la terapia está protagonizada por personas que se relacionan en y por medio del lenguaje, alrededor de temas y problemas de diferentes complejidades que dan la sensación, a los consultantes, de restringir los caminos y alternativas para una vida plena.
Es el lenguaje, entonces, el que, por un lado, va creando la realidad del encuentro conversacional que es el diálogo terapéutico, promueve cocreación conjunta de significados y, también, lageneración de nuevas posibilidades narrativas relacionales. El lenguaje que se pone en juego acepta e interpela la complejidad y, al hacerlo, expande las restricciones y las repeticiones esclavizantes que mantienen el problema sin salida y sostenido en historias ya pasadas (arqueología intrapsíquica y descalificadora), con protagonistas que necesitan y merecen retomar en sus propias manos, con una visión no conformista ni fatalista, la responsabilidad sobre su propia existencia.
La conversación terapéutica está estructurada alrededor de los dilemas que viven las personas y tiene como propósito la creación de un contexto facilitador para la construcción de nuevos significados, basados en nuevas narrativas, ampliando su sentido de autoría y sus posibilidades. Cada encuentro dialógico va generando el surgimiento de otras alternativas y posibilidades. Esta definición de conversación dialógica y la capacidad para establecer nuevas relaciones entre eventos y de crear nuevos marcos de sentido, favorecen el que la terapia tenga una naturaleza transformadora.
Cuando las personas deciden acercarse a un espacio terapéutico se predisponen a expresar sus dilemas trascendentes, buscando solucionarlos. La terapia, entonces, concebida como diálogo, se presenta como el lugar en el que los relatos van a comenzar a proponerse en primera persona y, por lo tanto, el consultante es autor de la historia que elige contar, de su propia historia. Esta autoría rompe la hegemonía de la versión oficial y, además, la imposición de voces jerárquicamente dominantes, tanto en el contexto familiar como social.
Así, cada consultante es considerado único en sus circunstancias y, por lo mismo, cada proceso terapéutico y cada relación terapéutica será también particular. La experiencia que el terapeuta acumula es, entonces, la habilidad de deconstruir su escucha limitada, de estar en diálogo, de crear un contexto conversacional generador de nuevos significados más liberadores a partir de una actitud de respeto, curiosidad y humildad; y, de esto (la posición del terapeuta) hablaremos más profundamente en la siguiente entrega.
La terapia construccionista se puede entender como una continua colaboración en la construcción y reconstrucción de significados; una relación íntima -temporal-, un proceso en desarrollo que continuará en el futuro, una vez terminado el diálogo terapéutico. La perspectiva construccionista involucra la concepción diferente del encuentro dialógico. No es un intercambio jerárquico entre un saber experto y un paciente a diagnosticar. Se construye como un lugar privilegiado, en el que cada consultante es un universo único, diverso, especial, no existen otros universos iguales, que merezcan que se ignore e irrespete su particularidad.
Las maneras en que el terapeuta escucha para comprender, lo desafían a la autorreflexión y autocrítica constantes, en las que a la vez que se deja tocar por aquello que le es narrado, deja que surjan preguntas incesantes y cuestionadoras, que podrán compartir con los consultantes, si esas interrogantes favorecen el proceso de transformación de quienes se acercan a terapia. El proceso de este diálogo colaborativo es liberador porque genera nuevos significados para la propia vida y la vida social. Por esto concebimos la terapia como un encuentro con la alteridad de los consultantes, capaz de generar diferencias y posibilidades nuevas desde el respeto y la curiosidad; un lugar en el que se necesita estar presentes íntegramente y con integridad; es un diálogo abierto, conjunto, reflexivo, generativo, creativo, significativo y transformador. Los espacios terapéuticos son procesos de transformación ontológica: quien uno es se va creando y recreando en este estar con los otros; en un devenir infinito, ir dejando de ser para ser otro cada vez, siempre en proceso.
Descubre más desde Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.