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CULTURA DEL BUEN TRATO CON NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES: EL AMOR NUTRE Y NO MARTIRIZA, ILUMINA Y NO ENSOMBRECE, ES MOTIVO DE CELEBRACIÓN Y NO DE SUFRIMIENTO. EL AMOR ES JUSTO, NO ES INJUSTO; ES RESPONSABLE, NO ES CRUEL, NO ES MALTRATO.

Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)

Maritza Crespo Balderrama, M.A. y Diego Tapia Figueroa, Ph.D. 

El Universo -vitral-, 1982, de Rufino Tamayo.

“Dondequiera que mire encuentro el mandamiento de respetar a los padres y en ninguna parte un mandamiento que obligue a respetar a los hijos”.

(Alice Miller)

A lo largo de nuestra vida nos daremos y aceptaremos, en los diferentes contextos relacionales en los que participemos, el mismo trato que recibimos cuando éramos pequeños. Al niño/niña hay que respetarlo, amarlo profundamente y manifestárselo. Los padres y madres deben percatarse del significado que las cosas pueden tener para su hijo/a, y basándose en ello, hacer lo que sea más útil para todos.

La realización de padres y madres no es responsabilidad de los hijos o hijas. Los hijos/as no están para salvar a padres y madres infelices, frustrados e insatisfechos. Los hijos no son de la madre, no son del padre. Son en sí mismos. Y no le deben nada a nadie.

El niño/a no es un juguete ni un muñeco, no es un animalito doméstico, no es un enano amaestrado, no es un subalterno adiestrado, no es un parásito o un esclavo complaciente, no es propiedad ni extensión ni prolongación ni apéndice de sus padres, no es un ser de segunda categoría ni ciudadano invisible, no es un objeto con el que los adultos se pueden permitir cualquier cosa (con las coartadas del amor, la educación, la obediencia, la disciplina), sin consecuencias, en total impunidad.

El niño/a es una persona, un sujeto, un ser humano y merece respeto. Hay que considerar importantes las necesidades del niño, ponerlas en primer lugar. El niño, la niña merecen ser amados por el solo hecho de ser, de existir, sin necesidad de complacer, obedecer o “deber” algo a su padre o madre: merecen amor incondicional, que es el que les dará el derecho y responsabilidad de construir un futuro con bienestar para sí mismos y para los demás.

El mundo de los adultos -con poder-, con la coartada de supuestas buenas intenciones, creen que pueden hacer y decir cualesquiera cosas en sus interrelaciones con los niños, niñas y adolescentes (encubiertos por otros adultos cómplices, que los dejan impunes; de algo que debería tener, inclusive, consecuencias legales), y no asumen las consecuencias de un lenguaje y de unos actos, claramente irrespetuosos y violentos, con sus interlocutores y su contexto.

El amor nutre y no martiriza, ilumina y no ensombrece, es motivo de celebración y no de sufrimiento. El amor es justo, no es injusto; es responsable, no es cruel. El amor es respeto incondicional, aceptación de su ser distinto; no es abuso ni violencia ni maltrato.

Abuso sexual emocional de padres/madres con sus hijos/hijas

Cuando los padres se separan, se divorcian o viven en condiciones y en contextos envenenados en y con su comunicación y relación, suelen usar a sus hijos/hijas como soldados en una guerra del uno contra el otro, en una guerra interminable, destructiva, cruel e injusta. Cargan a sus hijos con las responsabilidades de ser adultos. Proyectan sus frustraciones en los hijos/hijas y los culpan por sus miserias humanas, que solo dependen de ellos mismos.

Los chantajean miserablemente a sus hijos/as exigiéndoles explícita o implícitamente que los elijan y destruyan y rechacen al otro padre o madre. Ponen a sus hijos/hijas en una posición de doble vínculo, que los hará -en el presente o en el futuro- enloquecer o los volverá adictos: hagan lo que hagan, pierden. Si eligen a mamá, pierden a papá, si eligen a papá, pierden a mamá. Cuando en realidad, esos hijos e hijas, tienen el derecho de recibir el amor de su padre y de recibir el amor de su madre, sin tener que elegir o preferir; y, a la vez, elegir amar libre y abiertamente a su madre o a su padre, sin ser castigados o culpados o descalificados por ejercer ese legítimo derecho humano.

Es abuso sexual emocional porque el padre o madre desarrolla un vínculo emocionalmente incestuoso con su hijo o hija, ubicándolo en el lugar de una pareja, que debe llenar y satisfacer sus carencias emocionales y/o físicas. Los vampirizan emocionalmente y saquean espiritualmente. El adulto, padre o madre abusivo, transmite la convicción de que el hijo o hija debe asumir la responsabilidad de estar y acompañar permanentemente al padre o madre, de llenar su tiempo y espacios, de dedicarse exclusivamente a complacerle, obedecerle y poner las necesidades y deseos de su padre o madre como prioridades absolutas de su vida. Una colonización abusiva, salvaje y opresiva de la subjetividad de ese hijo o hija.

Todo niño necesita como compañía un ser humano empático y no dominante. Quien es capaz de empatizar no tiene necesidad de reprimir la verdad. Sin una apertura total hacia lo que el otro nos dice es casi imposible hablar de auténtica entrega. Sólo si tiene a sus espaldas un adulto que no necesite de su dependencia el niño se siente plenamente libre para crecer. El crecimiento saludable del niño depende de que alguien lo ame y acepte incondicionalmente. Cuando esta necesidad infantil es satisfecha, su energía de amar queda liberada, de modo que él puede amar a otros. 

Los niños, niñas y adolescentes necesitan padres y madres, adultos responsables que garanticen su bienestar; necesitan sobre todo que los adultos estén disponibles para ellos; disponibles para darles atención, tiempo, escucha respetuosa, compromiso, que estén para compartir alegría, para reír junto a ellos; que los nutran con esperanza, que los autoricen a ser felices.

Se necesita adultos, que se autoricen a construir y escribir otra historia, propia, liberándose del “deber ser” familiar y social, de las lealtades invisibles a sus familias de origen, a sus parejas precedentes, a los estereotipos sociales. Que se diferencien asertivamente de las respectivas familias de origen. No tienen por qué repetir las historias crueles e injustas de sus padres, de sus madres o parientes; ni las coartadas manipuladoras para evitar elegir y decidir como adultos responsables un camino, un proyecto, un estilo de vida distinto, a favor de su bienestar y el de su nueva familia.

Necesitamos desarrollar una ética consistente: tener consciencia que las consecuencias de nuestros actos y de nuestras palabras, afectan a los demás; más aún si son personas, seres humanos vulnerables como los niños, niñas y adolescentes, que están construyendo su devenir como adultos.

Animales, 1928, de Rufino Tamayo.

Maltratar, golpear, violar, abusar físicamente, psicológicamente, sexualmente, verbalmente, emocionalmente a las niñas, niños y adolescentes es un crimen que no se debe hacer y no debe quedar en la impunidad.

En1990, se aprobó la Convención sobre Derechos del Niño con el compromiso de cumplir el principio del “interés superior del niño”, el cual establece que los derechos de niños, niñas y adolescentes no se subordinan a la autorización de los padres, sino que son un bien común a proteger por el Estado y la sociedad.

Papá y mamá son los referentes significativos afectivos fundamentales (después se suman, por ejemplo, los docentes) que estructuran, modelan y nutren a su descendencia. Su relación hace escuela en sus hijos. El deber más importante que tenemos hacia nuestros hijos, después de alimentarles y protegerles, es el de ser felices individualmente, y ser felices con la pareja (puede ser la misma o una nueva) con la que decidimos construir una historia y un proyecto de vida conjuntos.

La negligencia es la forma más grave y frecuente del maltrato físico, emocional, psicológico y existencial. La atmósfera de descalificación hacia el niño y el adolescente por parte de su padre, su madre o los adultos con los que vive, es lo que significará el desconocimiento de la legitimidad de ese niño o adolescente como ser humano, como persona. Pegar o humillar (en la casa o en el aula) a un niño o abusar sexualmente de él es un crimen, porque significa quebrarle espiritualmente. Con el pretexto y la coartada de la disciplina y la obediencia, de la educación, de poner límites, todo tipo de adultos “educadores” torturan a los niños; encubren su perversidad en justificaciones educativas; hallan complicidad en un sistema corrupto y privado de ética humana. Los adultos violentos/abusivos están convencidos de su dueñez sobre sus hijos e hijas. Son canallas que sostienen que es su derecho maltratar para poner límites. Imponen su miseria humana con el cuento del amor.

El trauma por el abuso no daña irremediablemente, si bien marca con fuego; lo que daña al niño o adolescente abusados es la falta de afectos en el trato familiar diarios. La clave reside en los afectos, en la solidaridad, y éstos en el contexto humano. El abuso está protegido por la ley del silencio, que mantienen al abusador en la impunidad y silencia a las víctimas. Cuando los “testigos” también deciden mantener el silencio cómplice, el sistema abusivo se mantiene, pudiendo quebrarse solamente cuando los “testigos” rompen la ley del silencio.

Si ciertos adultos minimizan, banalizan, ridiculizan o niegan los abusos de los que son víctimas niños y adolescentes, tal vez se deba a que -tristemente- pudieron ser víctimas de esos crímenes en su propia niñez (y resulta demasiado doloroso y amenazante enfrentarlos); o puede ser que sean los que están abusando de niños y adolescentes; o podría ser que tienen una ceguera igualmente criminal. Como explica Alice Miller: la crueldad infligida en la infancia engendra infelicidad, adicciones, esclavitudes; y, en casos más agudos, violencia social (delincuentes, asesinos, violadores, pedófilos, dictadores, torturadores, etc.).

Lo que hiere profundo a los hijos/hijas es convivir con padres que no se miran con respeto y amor, que no se tocan con palabras y acciones de respeto y amor, que no dialogan. Parejas que se desprecian y se odian; quemeimportistas, indiferentes, cínicas ausentes. Parejas zombis.

De las formas de relación que experimentamos solo puede ser considerado buen trato el diálogo como primera opción. Todas las otras formas de relación (que no construyen diálogo), son maltrato y significan exclusión.

Los miedos de los padres y madres pueden estresar, generar angustia en los hijos (el miedo paraliza, igual que la culpa), los padres deben hacerse cargo de sus propios temores (y resolverlos) y no proyectarlos en las vidas de sus hijos. Eso es respeto. Y, los adultos no deben confundir miedo con respeto; son opuestos y antagónicos.

Los niños, niñas y adolescentes son personas, son seres humanos distintos de sus padres desde el momento de su nacimiento (son otros) y esa diferencia es necesario que sea respetada toda la vida. Lo que necesitan de sus padres, madres, educadores y adultos con los que se relacionan es amor, respeto, escucha, comprensión, confianza, aceptación; necesitan límites que los adultos encarnan, límites que los contienen, guían, dan seguridad, dan confianza.

El abuso, la violencia física, emocional, psicológica, relacional con niños, niñas y adolescentes, es un estado de barbarie que no debe continuar ignorado, encubierto e invisibilizado -por cobardía, hipocresía, comodidad, negligencia-, y es un crimen que no deben seguir en la impunidad. La atmósfera de descalificación hacia el niño y el adolescente por parte de su padre, su madre o los adultos con los que vive, manifiesta el desconocimiento del derecho de ese niño, niña o adolescente a ser tratado como ser humano, como persona; a ser escuchado, comprendido, legitimado.

La Violencia: Es todo y cualesquier acto y palabra perpetrado contra alguien, que niega su autonomía, su legitimidad como ser humano; todo abuso de poder; toda acción, omisión y discurso que niega a la persona a ejercer su derecho y legitimidad; las acciones – y sus consecuencias – que impidan vivir con un mínimo de dignidad…Todo intercambio en el que un miembro ubica al otro en una posición o lugar no deseado; puede ser verbal y/o física, sexual, emocional y psicológica.

La investigación demuestra que los niños a los que se golpea, maltrata, humilla, descalifica son más propensos a sufrir abusos sexuales. El maltrato, la ausencia de diálogo, los insultos y castigos disminuyen la seguridad y confianza, y hacen que luego sea más difícil la defensa de sus derechos. Los niños menos propensos al abuso son aquellos con los que se conversa y reflexiona, los que se sienten amados, comprendidos, protegidos, respetados, aceptados. Si el niño se siente amado no caerá fácilmente ante conocidos que simulando el afecto que necesita, abusen de él.

Evitar toda forma de agresión (ej. tirar el pelo, o golpear, sacudir o hablarles de formas humillantes: “tonto”, “inútil”, “bruto”, “ignorante”; gritar, insultar, amenazar, chantajear). No verlo ni verse como víctima pasiva de abuso sino como alguien cuyo derecho ha sido violado (Convención de los Derechos del Niño, ONU).

La familia, 1987, de Rufino Tamayo.

La sobreprotección es una forma de violencia: invalida, descalifica; mata la confianza, la responsabilidad, la libertad y la alegría.

Una crianza sostenida en un trato irrespetuoso da pie a personas que se sienten poco merecedores de afecto o con una visión distorsionada de lo que representa el amor, tomando como demostración del mismo, el maltrato. La firmeza tiene que ver con la seguridad y la confianza. El límite no es un castigo, tiene que ver con una guía de cuidado, es responsabilidad de los adultos poner límites para no descuidar. La firmeza no significa ningún maltrato. Los límites deben (siempre, cada vez) explicarse reflexivamente. Es responsabilidad de los adultos poner límites consistentes, sin miedo, con respeto; no están para ser alfombras de sus hijas e hijas, ni para comprar su amor, siendo padres y madres pusilánimes. Límites humanos, congruentes.

En un sistema que tiende a la competencia y a “ganar” a como dé lugar, los padres se enganchan en ese estrés, lo fundamental es darles amor incondicional y confianza a los hijos; tener paciencia para respetar su propio ritmo y opciones de crecimiento; no cargarle con las exigencias del mundo adulto, sus ansiedades; no abrumar a los hijos con las expectativas adultas sino dejar que los niños se expresen y manifiesten libremente como ellos son.

Que papá y mamá les faciliten los instrumentos adecuados para ir creciendo en independencia y autonomía, eso hará que les vaya bien en la vida. Tener confianza en el criterio de los hijos; enseñarles a construir su propio criterio (y respetarlo), a saber elegir, discernir y discriminar. Que cuando los hijos elijan, los padres deben felicitarles, decirles: “me alegro, te felicito, confío en tu criterio, lo hiciste bien”.

La sobreprotección termina por convertir a las personas en seres con dificultades para valerse por sí mismos, no están preparados para su independencia y sienten la necesidad de vivir dependiendo de alguien que los controla. Es fundamental establecer una buena comunicación con los niños y niñas. Implica apertura, determinación, franqueza y un clima familiar que dé seguridad y confianza, que no dé miedo; que excluye sin excepciones: los golpes, los gritos, las amenazas, las humillaciones.

Tanto el no respetar el derecho de los niños y niñas a tener su propia voz, como el permitir que los hijos hagan lo que les parezca, son formas de dañar. Los hijos en edad de crianza están aprendiendo a ver el mundo y como padres, tenemos la labor de establecer límites sanos, que van a preservar su integridad, que les hablarán de respeto por ellos mismos y por los demás.

Como padres, usemos el amor como la guía para formar a nuestros hijos/hijas y entendamos que ellos no nos pertenecen, ni sus vidas, ni sus sueños, no están aquí para enmendar nuestros errores, ni son una segunda oportunidad para nosotros. Ellos tienen una vida propia y respetable y nosotros debemos cuidar sus alas, enseñarles a volar y apoyarlos cuando lo hagan. Límites sanos y humanos (que humanizan), que se dicen y practican, que se respetan y se hacen respetar, que se coordinan y construyen, con respeto, comprensión, inteligencia relacional y afecto.

Tenemos la responsabilidad ética de hacer y decir diferente, con consistencia, para que esta realidad humillante cambie con urgencia, para que los abusos y la violencia crueles e injustos contra los derechos humanos de niños, niñas y adolescentes no sean aceptados, ni tolerados, ni banalizados, ni encubiertos.

No a la barbarie con coartadas, pretextos y justificaciones familiares, culturales, educativas.

Que se haya hecho no significa que se deba seguir haciéndolo, que otros lo practiquen no significa que esté bien y que debamos aceptarlo, justificarlo y, mucho menos, repetirlo.  Todas las formas de crueldad y abuso con los niños y niñas y adolescentes, aunque se presenten con la manipuladora careta de lo cultural y de la idiosincrasia nacional o familiar, de supuestos límites formativos, son inaceptables; no se deben admitir como normales, naturales y eternos. Son ideas y prácticas abusivas, injustas, estúpidas y no deben ser aceptadas.

La extrema relativización de un comportamiento humano da espacio a la barbarie. Hay cosas que no se deben hacer, independientemente de la cultura, familia, la nacionalidad, etnia, idiosincrasia, clase social o género: pegar y abusar de cualquier forma a los niños, niñas y adolescentes es una de esas acciones criminales que no debemos legitimar con pretextos culturales, de supuestos “derechos y autoridad” de padres, madres y adultos. La falta de respeto y el maltrato es el arma de los débiles, es la salida de los cobardes y abusivos.

Para que exista un desarrollo emocional y mental saludable necesitamos comunicarnos y sentirnos conectados, necesitamos dialogar el uno con el otro, con autenticidad, respeto y comprensión.

“Usted no es solamente lo que está acostumbrado a ser; puede convertirse en quien tenga ganas de ser”. Respetar las emociones de un niño/niña significa permitirle sentir quién es, tomar conciencia de sí mismo aquí y ahora. Significa situarle en posición de sujeto, autorizarle a mostrarse diferente a nosotros, de nosotros. Considerarle como una persona y no como un objeto, darle la posibilidad de responder a su manera particular a la pregunta: ¿quién soy?

Significa también ayudarle a realizarse, permitirle percibir su “hoy” en relación con “ayer” y “mañana”, ser consciente de sus recursos, de sus fuerzas y sus carencias, y sentirse mientras avanza por un camino, su camino. El niño aprende principalmente de sus padres. La actitud educadora respetuosa y amorosa hacia el niño es determinante en el desarrollo de sus capacidades y habilidades emocionales y relacionales. Construimos nuestros hábitos emocionales en función de las emociones aceptadas o prohibidas por los padres, consciente y sobre todo inconscientemente, de los tabúes y secretos familiares.

Unos padres insensibles a sí mismos porque han sido insensibles con ellos no pueden ser sensibles a las necesidades psíquicas de su hijo. Tienen tendencia a negarlas, a minimizarlas. Pueden infligirle heridas profundas con “la mejor voluntad del mundo”, de la misma forma que sus propios padres los hirieron “por su propio bien”. Cuanto mayor es la impotencia interior, más necesidad de poder sobre los demás se tiene. Cuando uno no se siente a la altura, no puede confesar debilidades que son impropias de su rol o función. Se aterroriza a los demás para tener menos miedo de uno mismo.

Perro de luna, 1973, de Rufino Tamayo.  

Alice Miller, propone estas preguntas liberadoras:                                                                                            

1) ¿Qué me atormentó durante mi infancia?                                                     

2) ¿Qué es lo que no me permitieron sentir?

Los adultos se niegan a prestar atención a los sentimientos de sus hijos porque han tenido que olvidar sus propios sufrimientos. Cuanto más hayan sufrido, más se negarán a identificarse con el malestar de la situación de dependencia y no querrán ponerse en contacto con el dolor. Negando su propio dolor, niegan el del niño. Repiten compulsivamente los comportamientos abusivos como para demostrarse que no obran mal. Mientras un padre o una madre no estén dispuestos a cuestionar a sus propios padres, no querrá recordar lo que ha vivido. Hay personas que no conocen sus verdaderas necesidades porque no han tenido derecho a tenerlas. Nunca les han dicho no a su madre o a su padre. No saben muy bien quiénes son.                                                                   

Como explica Miller, un niño, una niña, desde que nace, necesita el amor de sus padres; necesita que éstos le den su afecto, su respeto, su aceptación, su atención, su protección, su cariño, sus cuidados y su disposición a comunicarse con él. Cuanto menos amor haya recibido el niño, cuanto más se le haya negado y maltratado con el pretexto de la educación y la disciplina, más dependerá, una vez sea adulto, de sus padres o de figuras sustitutivas, de quienes esperará todo aquello que sus progenitores no le dieron de pequeño. No significa que tengamos que pagar con la misma moneda a nuestros padres, ya ancianos, y tratarlos con crueldad, sino que debemos verlos como eran, tal como nos trataron cuando éramos pequeños, sin idealizarlos ni mentirnos, para liberarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos de ese modelo de conducta. Es preciso que nos desprendamos de los padres abusivos, irrespetuosos, crueles e injustos, que tenemos interiorizados y que continúan destruyéndonos; sólo así tendremos ganas de vivir y aprenderemos a respetarnos.

El niño, la niña toma como modelos a sus padres, y tiene tendencia a seguir de forma espontánea este ejemplo más que los consejos. Los mensajes inconscientes son tan poderosos, o más, que los actos o las palabras conscientes. Acompañar a nuestros hijos/hijas a desarrollar su coeficiente emocional-relacional nos obliga a desarrollar el nuestro. Acompañar a un niño y niña a crecer significa crecer nosotros mismos con ellos. Nuestros hijos/hijas, espejos de nuestra realidad interior, nos enfrentan a nuestros límites y nos enseñan a amar, son excelentes guías espirituales por poco que los escuchemos. Poseer inteligencia emocional-relacional es saber amar y construirse a través de las experiencias difíciles y complejas de la vida.

Es inútil que te sacrifiques por ellos; tu felicidad es uno de los elementos fundamentales de su pleno desarrollo porque les provocan ganas de crecer y les libera de la carga de hacerte feliz. Además, un padre y una madre felices, están más disponibles afectivamente para su hijo/hija. Lo que arma realmente frente a las experiencias no es la capacidad para someterse y obligarse, sino la aptitud para ver las cosas con buenos ojos, para reír, para movilizar los propios recursos y fortalezas, para inventar soluciones; y construir conjuntamente, nuevos futuros posibles.                                                    

¿Qué podemos hacer y decir de distinto con nosotros para acompañar con respeto, amor y alegría a nuestros hijos/hijas? ¿Cómo quiero ser con los otros? Y ¿Cómo quiero que sean ellos/ellas conmigo?

Que chicos y chicas, sientan esto: “estoy presente, estoy contigo, te valoro, te acompaño con afecto, conexión, comprensión y respeto, sin embargo, te acepto y te dejo ser”. Que los encuentros sean cada vez, entendimientos transformadores.  Valorar -decírselo- y confiar en las capacidades y habilidades que sí tienen niños y jóvenes. Aprender a reflexionar, a cuidar las palabras; cuidar a las personas que tienes al frente; y, cómo vas a presentar y decir lo que estás pensando. Tom Andersen: “Las palabras son como manos con las que tocamos el rostro de las personas. Y, a la vez, puedes ver a las personas ser tocadas por sus propias palabras”.

Confianza, aceptación y libertad en la crianza de los hijos (y en la relación educadores y alumnos): lo más importante y decisivo.  Al decir “libertad” lo entendemos (de acuerdo a la maduración de los niños y niñas) como brindar alternativas, con suavidad. No sólo prohibir algo sino ofrecer posibilidades para hacerlo: en otro momento, de otro modo, en otro lugar, etc. Invitando a la creatividad. “El hogar es aceptación”. ¿Qué significa para ti lector/lectora esta frase?

Confianza en sus propios recursos, Escuchar las necesidades de los hijos/hijas y ayudarlos, progresivamente, a que aprendan a pensar reflexivamente sobre sí mismos. Construir un contexto relacional seguro y confiable, para que los niños y niñas hagan escuchar su propia voz, y tomarla en serio, darle importancia.

El niño, la niña y el adolescente confía, y se siente seguro, cuando no se siente juzgado ni le delegan responsabilidades de los adultos. Lo que crea y lo que construye un vínculo significativo a favor del crecimiento de los niños, niñas y adolescentes, es expresarles con palabras justas los sentimientos; y, no juzgarlos, sino, aceptarlos como son. Con palabras, que aportan y contribuyen, guiadas desde el amor.

Lo importante: amarlos, respetarlos, aceptarlos, apoyarlos, preguntarles y escucharlos. Es, conversar, dialogar con ellos, de lo significativo, para ellos, y hacerlo disfrutando, como un placer. Es ubicarse como adultos con afecto, y ubicarlos como seres responsables. Legitimarlos como sujetos con derechos. En un acompañamiento respetuoso, que significa vivir la vida adulta, con autonomía e independencia; disfrutando de la propia vida -manteniendo la alegría, la dignidad, la solidaridad, la congruencia y la generosidad-; y, también, darles el permiso, a los hijos y niños, y estudiantes, para que hagan lo mismo.

El bienestar interno del niño, niña o adolescente se basa en la certeza de que él/ella ha hecho que a usted le encante cuidarle, compartir y acompañarle para su devenir, para que sea cada vez más autónomo e independiente. De todos los regalos, éste es el más importante, pues constituye la base de toda felicidad y bondad, y el escudo protector contra la infelicidad autoprovocada.

Mujeres alcanzando la luna, 1946, de Rufino Tamayo

La Ética Relacional

¿Qué impide que las personas en estos tiempos -niños, niñas, jóvenes y adultos- actúen con ética relacional, que cuiden sus relaciones para que cada involucrado en esos vínculos se convierta en la persona que le gustaría ser, que desarrollen su autonomía e independencia para lograr sus metas con grandeza espiritual; y, no sobre el cadáver de los demás?

Es común escuchar que las personas no expresan sus propios sueños y no actúan congruentemente y con un compromiso honesto para hacerlos realidad, desde una pragmática reflexiva. De la misma manera, es habitual no interesarse en preguntar al otro: ¿cuáles son los sueños que nutren tu existencia? Y, mucho menos, preguntarse a uno mismo: ¿Cómo puedo aportar de manera útil para que puedas concretar esos sueños tuyos? ¿Qué puedo aportar de distinto, de significativo, para construir las relaciones que me gustaría tener, experimentar, desarrollar? ¿Qué sueños comunes y significativos enriquecen nuestro estar con el otro, el seguir juntos, el compartir tiempos y espacios, con espontaneidad vital? ¿Cómo desarrollar de manera corresponsable un sentido compartido que incluya una mirada creativa del proceso, un sentimiento vivo, participando en la generación de posibilidades para prácticas relacionales distintas?

Esa actitud mezquina y cobarde de seguir instalados en el dogma de la privada verdad, a la que le importa solo y exclusivamente su propio ombligo, debe ser interpelada, cuestionada, sin que esta reflexión crítica implique una descalificación del otro, un ataque personal o la anulación de lo diverso; en lugar de encubrir la estupidez de los estereotipos y lugares comunes de la cultura dominante con sofismas de teorías e ideologías conformistas, que apuntalan el statu quo opresivo, cruel e injusto; que sostienen una cultura del maltrato.

Participar, desde la pragmática reflexiva y la ética relacional, con palabras y acciones distintas, para dejarnos mover por el flujo para desarrollar un sentido compartido de las circunstancias, acontecimientos y experiencias. Hacerlo, significa arriesgarse a participar diciendo, respondiendo y actuando con responsabilidad (responsabilidad significa responder), aportando algo significativo porque es transformador, porque es capaz de crear un propósito propio al ser en el mundo, al ser con los otros.

Dejar de pensar en aquello que no se puede hacer y comenzar a pensar en lo que sí se puede hacer. No engancharse en lo que no se puede, sino mirar las posibilidades y cómo crear y generar creativamente nuevas posibilidades. Estar radicalmente presentes con nosotros para reconocer nuestros límites y estar radicalmente presentes para reconocer las posibilidades de crear espacios dialógicos donde sea posible generar transformaciones en los contextos relacionales. La calidad de nuestras conversaciones habla/dice de la calidad de nuestras vidas.

Para ello aporta, además, la Ética Relacional: en lugar de encerrar y limitar aquello que estamos haciendo, abrimos las posibilidades de todo aquello que puede hacerse y que de manera conjunta podemos construir. De distintas maneras nuestros desafíos están en aceptar y abrazar la incertidumbre y dialogar desde la complejidad, confiando en las relaciones, en nuestra capacidad de transformar nuestros contextos relacionar e invitar a la construcción conjunta de futuros inéditos con bienestar común.

Dualidad, 1944, de Rufino Tamayo.

Bibliografía básica

DOLTO, Françoise (1993) La causa de los niños, Ed. Paidós, Barcelona.

DOLTO, Françoise (2000) La dificultad de vivir vol. I y II, Ed. Gedisa, Barcelona.

FILLIOZAT, Isabelle (2001) El mundo emocional del niño -Comprender su lenguaje, sus risas y sus penas-, Ed. Paidós, Barcelona.

MILLER, Alice (2005) El cuerpo nunca miente, Ed.TusQuets, Barcelona.

MILLER, Alice (2020) Salvar tu vida, La superación del maltrato en la infancia, Ed.TusQuets, Barcelona.

SATIR, VIRGINIA (2002) Nuevas relaciones humanas en el núcleo familiar, Editorial Pax México.

https://iryse.org/serie-a-favor-de-los-derechos-humanos-de-ninos-ninas-y-adolescentes-2/

https://iryse.org/construccionismo-social-relacional-construccion-conjunta-significativa-y-creativa-de-procesos-de-transformacion-en-el-proceso-terapeutico-en-la-formacion-de-profesionales-y-en-la-supervision-clinic-19/

https://iryse.org/serie-aportes-y-autores-significativos-en-el-socioconstruccionismo/

https://iryse.org/el-viaje-incertidumbre-caos-complejidad-de-john-shotter/

https://iryse.org/tom-andersen-las-transformaciones-se-producen-por-estar-en-conversacion/