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Violencia Relacional -basada en género, intrafamiliar-

 

Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)

Diego Tapia Figueroa, Ph.D. y Maritza Crespo Balderrama, M.A.

 

Susana y los viejos, 1610, de Artemisia Gentileschi.

 

Una de nuestras lectoras, persona a la que apreciamos y respetamos -existe, de verdad, no es un recurso para fingir que alguien plantea esto-, nos hace estas preguntas: “He leído varios artículos suyos sobre violencia, sería interesante más información sobre: ¿cuáles son los detonantes de violencia intrafamiliar/doméstica en nuestra sociedad? ¿Qué hace que un adulto, dentro del núcleo familiar, “permita” que el otro ejerza violencia en su contra o hacia los demás integrantes de la familia? Más allá del pretexto de los bajos recursos económicos que pueden atar a una persona a otra persona (dependencia).”

La Violencia: Es todo y cualesquier acto y palabra perpetrado contra alguien, que niega su autonomía, su legitimidad como ser humano; todo abuso de poder; toda acción, omisión y discurso que niega a la persona a ejercer su derecho y legitimidad; las acciones – y sus consecuencias – que impidan vivir con un mínimo de dignidad…Todo intercambio en el que un miembro ubica al otro en una posición o lugar no deseado; puede ser verbal y/o física, sexual, emocional y psicológica.

La violencia relacional-intrafamiliar se legitima y por lo tanto se perpetúa dentro de un sistema político-cultural que funciona encubriendo y entronizando la violencia social como modo de organización de la sociedad.

Este estilo de relacionarse socialmente, que busca justificar, encubrir, legitimar, invisibilizar y silenciar la violencia intrafamiliar, tiene que ver con la idea socialmente impuesta y aceptada de que los asuntos familiares, de pareja e hijos, forman parte del espacio de la intimidad familiar; de esta manera se da la coartada para legitimar los discursos y las acciones violentos, como la forma correcta y útil para educar, disciplinar, ser obedecidos, respetados, mantener el control, solucionar conflictos, enseñar a vivir dentro de un “deber ser”.

La violencia basada en género, la violencia intrafamiliar, es un ejercicio de abuso de poder; es un fenómeno ecológico justificado y encubierto por códigos culturales que la naturalizan, normalizan, multiplican, legitiman y eternizan desde los diferentes contextos sociales, familiares, educativos, de salud, de justicia.

La violencia basada en género se considera (porque lo es) un problema de salud pública. En Ecuador, 8 de cada 10 mujeres sufren algún tipo de violencia por parte de sus parejas: violencia física, violencia verbal, relacional, psicológica, sexual, emocional, patrimonial, vicaria.

En esta sociedad, la relación más peligrosa para las mujeres es tener pareja; una de las principales causas de muertes violentas de las mujeres en Ecuador, es porque son asesinadas por sus parejas; el femicidio aumenta mes a mes, año a año.

Como escribimos en un artículo del 30 de septiembre del 2022 -ver bibliografía-

En el trato cotidiano las relaciones -en esta sociedad patriarcal- se construyen desde una ideología y perspectiva jerárquica. Los hombres consideran que las mujeres son de su propiedad. Como los adultos, padres y madres consideran que los hijos son de su propiedad y que pueden oprimir e imponer, abusar y ejercer violencia cruel e injusta “por el propio bien” de los niños; igual, piensan los hombres: las mujeres les pertenecen, manejan un criterio de “dueñez” sobre la mujer, su cuerpo, su ser.

La cultura y la ideología patriarcal han convencido también a muchas mujeres que sus dueños son los hombres, que deben aceptar y resignarse a una posición y rol de subalternidad en su relación con los ellos y su poder. Las mujeres llevan al dueño adentro, en su propia relación consigo mismas y con las demás, por eso las manifestaciones externas de ese dominio no son fácilmente percibidas, son “normales”, son muestras de amor.

Esta cultura ha convencido a la mayoría de la población que las mujeres son un objeto, o cuando mucho, en un excesivo gesto de generosidad, seres de segunda clase, homologadas a los primitivos o a los animales y, por ello, sus reacciones son incontroladas e irresponsables –hormonales- y ameritan “ubicarlas”, controlarlas, darles lecciones (aunque esto implique un cuchillo en la garganta). El dogma de la ideología del macho se mantiene: la mujer es solo una vagina; es solo un objeto para su uso y abuso, en total impunidad.

La repetición del deber ser de la mujer, para controlarla y oprimirla para domesticarla socialmente (“ser y parecer”), hace que la mujer reproduzca la cultura de su propia opresión, además de tiranizarla con la culpa, el miedo y las diversas formas de violencia social y cultural.

Impera la convicción de que la mujer debe existir, solo y exclusivamente, en función de las necesidades de los hombres (quienes como cada día tienen más miedo de perder su poder y privilegios, practican más abuso y maltrato físico, sexual, psicológico, emocional contra las mujeres). Son las necesidades, aspiraciones, intereses, sueños y objetivos de los hombres los que realmente cuentan. Los otros, los de las mujeres no tienen sentido ni razón de ser respetados y compartidos. Es más, probablemente, no existen y en la “absurda” hipótesis de que alguien los reconozca, no tienen que ser considerados.

Judit decapitando a Holofernes, 1612-1613, de Artemisia Gentileschi.

Ideología patriarcal

Desde esta cómoda ideología patriarcal, el rol de la mujer es el de servir gustosa al hombre, complacerlo permanentemente (sin veleidades “tontas e inútiles” de rebeldía o crítica), ser su amiga-amante-madre-hermana-hija-adorno-esclava-reposo del guerrero. Su mayor felicidad y realización será la de obedecerlo, satisfacerlo y comprenderlo siempre; adaptarse a sus necesidades, renunciar a sus intereses y objetivos propios (juzgados como intrascendentes), abandonar y negar su derecho a su autonomía, independencia y dignidad. Ir por la vida, la sociedad y el mundo de los hombres, pidiendo perdón por existir.

Debe conformarse con cumplir con los deberes que la hagan digna de su amo, dueño y patrón y, mejor aún si aprende a mirarse (y enseña a las demás) con el ojo de quien la controla, ordena y manda (y mata). Sus derechos serán los que los hombres les concedan, sus obligaciones para con sus propietarios serán un derecho incuestionable, natural y eterno de los machos. Obviamente, cuando se “exagere”, cuando se le “vaya la mano” al amo, se hablará y esgrimirán sus derechos humanos, para encubrir los crímenes y a los criminales, se implementarán discursos y prácticas moralistas, políticamente correctas (se las aceptará como “víctimas”, que es una manera de no considerarlas interlocutoras al mismo nivel) y se instrumentalizarán y manipularán las rebeldías para que no amenacen la estructura patriarcal y mantengan, maquillado y mejorado, el statu quo imperante.

A la cultura de muerte que impone la sociedad patriarcal, le aterroriza el deseo libre de las mujeres, su autonomía, su solidaridad y su propio criterio para amar y ser amadas, para construir políticamente lo distinto, sin los prejuicios opresivos de la cultura, la religión, la familia, la educación y todas las instituciones que la quieren controlar, oprimir, explotar y enajenar.

La violencia sistemática (legitimada con la impunidad) contra las mujeres es un crimen que obedece a estructuras jerárquicas patriarcales, aquellas que reproducen una cultura opresiva donde las mujeres son consideradas y tratadas como objetos desechables, “creadas para complacer, obedecer, y para ser castigadas”

En Ecuador, entre 7 y 8 de cada 10 niñas y niños son maltratados física, emocional, psicológicamente, relacionalmente (sexualmente, los abusos son de entre 4/5 niños y niñas de cada 10; es decir, esta sociedad, es una sociedad de barbarie).

Todo este sistema de interacciones, en este contexto histórico cultural, relacional, social, estructural violento, abusivo y criminal, se invisibiliza, silencia y encubre por parte de las familias, los adultos, la sociedad, las instituciones educativas, el Estado.

Existe la creencia, que la violencia contra las mujeres, la violencia contra las niñas, niños y adolescentes es una herramienta útil para garantizar su control, obediencia, educación, disciplina; la violencia opresiva como castigo, que impone la culpa y el miedo, donde una persona domina y tiraniza y la otra es dominada y abusada, para imponer un “deber ser” socialmente aceptado. que provienen de prejuicios y creencias sociales

En la violencia con la pareja, existe lo que se conoce como el círculo de la violencia o el circuito de la violencia relacional, que suele tener estas características: a) dependencia mutua, desde el ámbito afectivo hasta los aspectos económicos que delimitan una relación amalgamada – conflictiva; b) un evento disruptivo que desequilibre esta homeostasis; c) un intercambio de coacciones que pueden ser gritos, amenazas, súplicas, el estallido de un acto violento, y finalmente; d) una fase de arrepentimiento. Para volver a comenzar en una escalada circular de amor romántico, idealización, lucha de poder, victimismo, auto victimismo, irrespeto, abuso y maltrato, palabras y actos violentos, culpas y promesas, etcétera, etcétera.

La persona abusiva-violenta, que irrespeta y vulnera, tiene arraigado el concepto de dueñez (se siente dueño de la abusada o del abusado), por lo que tiene la convicción de su derecho a la impunidad frente a sus palabras y acciones y sus consecuencias; a estar en el centro de la vida de la persona maltratada; a controlar su vida a tiempo completo; a mantenerse en una jerarquía, como autoridad de esta persona.

Se quiere, por parte de quienes tienen poder y privilegios, imponer la ideología que rumia la repetición acerca de que la violencia contra las mujeres, las niñas, niños y adolescentes es un asunto privado, de pareja, familiar, individual, al que se le asigna una etiqueta para justificarla, para lograr la aceptación resignada y silenciosa de que nada se puede hacer, porque es un tema entre privados -no de responsabilidad social-, o que es producto de una patología, o de crueles pasados que requieren arqueología intrapsíquica. Todas las coartadas que eviten comprender, enfrentar y transformar este fenómeno en sus contextos políticos, económicos, culturales, relacionales, de injusticia social, de falta de ética relacional.

Venus y Cupido, 130, de Artemisia Gentileschi.

 

En este artículo ya mencionado previamente, decimos:

En el feminicidio, el Estado y sus instituciones son cómplices, porque también consideran que la violencia contra la mujer es un tema subalterno; porque las políticas públicas que deberían ampararnos y generar sociedades seguras y respetuosas para las mujeres, no se dictan con prontitud; porque se invisibiliza y normaliza la violencia machista en la pareja, la violencia contra niños, niñas y adolescentes, con la idea      -violenta en sí misma- de que las mujeres no pueden, no saben, no son capaces de decidir, pensar y actuar sin una regulación o una mirada del hombre que las avale o acepte, que les dé permiso para existir.

En el Ecuador, y en otros países de nuestra comunidad, el feminicidio, no es resultado de la maldad de determinadas personas, sino que es efecto de las estructuras heteropartriarcales, machistas y misóginas sobre las que se sostienen los Estados, representados por hombres (y también por mujeres que siguen los mismos patrones) que sostienen la mirada, el discurso y los actos de sometimiento, opresión y violencia.

El feminicidio no habla solamente de la inoperancia, es, sobre todo, una acción voluntaria y explícita para minimizar, ocultar, devaluar la violencia contra las mujeres solo por el hecho, concreto y real, de que lo son. El feminicidio es el marco en el que el femicidio es posible, en el que la violencia, física, psicológica, patrimonial, sexual y un largo etcétera, es aceptada, aunque en los discursos -tibios, hipócritas, oportunistas y ambiguos- de las “autoridades” y de los líderes políticos de todo el espectro, se diga lo contrario.

El Estado feminicida mira a “los crímenes pasionales” como temas aislados, las muertes y desapariciones de mujeres a manos de quienes deberían amarlas y respetarlas como resultado de la “locura” momentánea o accidentes, al maltrato sistemático como herramienta para el control, el abuso y la subordinación; como parte de las estadísticas.

Es evidente que se trata de sociedades en las que, si no eres hombre, no tienes derechos.  Sociedades en las que quienes deberían proteger y respetar no lo ven como necesario; sociedades en las que el peor enemigo de las mujeres y las niñas está en los espacios relacionales más cercanos, avalados y encubiertos por quienes nos gobiernan, que en los papeles y discursos deben hacer respetar y respetar la Ley (una cínica farsa más, en la realidad).

Nuevamente: las causas se comprenden en contextos que son estructurales e históricos, la violencia social es su caldo de cultivo, son causas que responden a la lógica y funcionamiento de una sociedad patriarcal; crímenes que se buscan encubrir con estereotipos, lugares comunes y prejuicios sobre las actitudes y comportamientos femeninos; para banalizar, desprestigiar a las víctimas, generalizar y encubrir los feminicidios.

Los asesinos no lo son por “pasión” o “errores humanos” o “provocaciones de las mujeres”, lo son, porque así se les educa y “forma” en la sociedad patriarcal, en las familias, en las instituciones policiales, militares, eclesiales, educativas; generando contextos relacionales de maltrato, explotación, opresión, injusticia, abuso, discriminación, violencia, barbarie y muerte contra la mujer.

Entre las transformaciones, que se generan en el proceso del diálogo terapéutico con sobrevivientes de violencia algo fundamental es el generar una relación de confianza y seguridad para que las/los sobrevivientes de la violencia, hagan escuchar su propia voz a través de confrontar las dinámicas mistificadas de la historia de victimización, resignificar las historias, construir conjuntamente nuevos significados, restaurar la memoria y las posibilidades de construir nuevos futuros, de abrir las posibilidades de elegir con responsabilidad el protagonismo de su propia vida, así como de recuperar su dignidad, libertad y alegría.

Para lograrlo, se va desarrollando un conjunto rico de conexiones relacionales entre individuo y contexto, incluyendo el acceso a una diversidad de recursos asertivos de la red social-relacional, para comprometerse con su autonomía y su nuevo estilo de construir conexiones, relaciones y transformaciones.

El autorretrato como alegoría de la pintura, 1638 – 1639, de Artemisia Gentileschi.

 

Secuencia posible -abreviada- en el proceso terapéutico, en la postura de la terapia construccionista social-relacional:

Respeto; Curiosidad; Aceptación; Confianza-vulnerabilidad; Comprensión; Escucha profunda; Gentileza; Apertura a las diferencias;  Conversaciones reflexivas (terapia: diálogo transformador); Conversar a través de las preguntas, contextualizando la historia; Voz propia y multiplicidad de voces; Construcción conjunta de nuevos significados; Sin prejuicios ni respuestas estereotipadas; Ética relacional; Presencia radical (con, entre, relaciones, conexiones, co-creación de vínculos, tejidos, rizomas); Creatividad; Buen Humor.

En ese encuentro, en el diálogo con quien experimenta Violencia Basada en Género, es fundamental no patologizar ni etiquetar ni asumir un rol de omnipotencia. Procurar trabajar en equipo; buscar permanentemente hacer coterapia. Prevenir las revictimizaciones; concienciar sobre este riesgo. Saber remitir responsablemente a las víctimas de VBG, a las instituciones y profesionales más adecuados a este contexto. Procurar movilizar redes de apoyo, a favor de la víctima de la persona.

Una posición consistente a favor de los derechos humanos y frente (y en contra) a la VBG, a la crueldad, la injusticia, la explotación y el abuso.

Sintonizar con el dolor y dilemas de las consultantes (auténtico respeto e interés humano, y curiosidad genuina para colaborar en su recuperación, autoprotección y bienestar futuro). Que cada persona desarrolle el poder de una voz propia, que pueda dialogar y ejercer el derecho a que se escuche su voz. Luego de escucharlos, retroalimentarles de todas las fortalezas que tienen.

Postura permanente de connotación positiva, centrada en asumir las buenas intenciones de quienes experimentaron la VBG; legitimando el valor de sus percepciones desde la posición en que se encuentran. Ofrecer un espacio real para hablar al proceso de dolor y dilemas que la persona lleva dentro de sí misma. Que los adultos hablen y escuchen como adultos, y se hagan cargo de su propia vida.

La terapia (lo hemos dicho antes) es también confrontar las convenciones sociales, los lugares comunes y los prejuicios a favor del proceso del consultante; “perturbar” (introducir diferencias significativas que movilicen otras reflexiones, y los recursos de la consultante), perturbar el sistema relacional -si es cruel e injusto-. El perturbar es introducir complejidad e incertidumbre, cuestionar lo establecido, la ideología patriarcal, ampliar la cosmovisión, generar esperanza y futuros responsables.

La RELACIÓN existente entre nosotros: Para practicar el “construccionismo social/relacional” ponemos el foco de atención en la RELACIÓN existente entre nosotros, no en las cosas ni en nadie en concreto sino en lo que conjuntamente, fruto de la relación (del diálogo), podemos alcanzar.

Lo relevante: Que la persona reconozca que puede hablar. Que es validada. Que descubra y movilice sus recursos.

Contar la historia: Los eventos humanos solo se vuelven inteligibles tras haber sido historiados. Por medio de las conversaciones se forma y se reforma la experiencia de vida y los eventos relacionados con los sufrimientos. Se crean y se recrean los significados y las comprensiones, las construcciones y las reconstrucciones de las realidades y del ser. Ser un ser humano y profesional distinto, tener o tomar esta posición supone y significa ser más responsable. Ser responsable de las historias que generamos juntos supone ser crítico con responsabilidad.

Espacio de diálogos reflexivos: Abrimos (invitamos) un espacio de diálogos reflexivos y conversaciones significativas en contextos de crisis con comunidades, familias, niñas, niños y adolescentes en condiciones vulnerables.

Confianza en que tienen recursos propios: Un trabajo basado en la ética relacional, el respeto por las personas, y la confianza en que cada ser humano, cada familia, tienen recursos propios, que es importante movilizar de forma activa y creativa, para que puedan asumir de manera nueva y responsable sus propias vidas.

Nuevas posibilidades: Buscamos constantemente nuevas posibilidades, que construimos juntos a sabiendas de las limitaciones que haya, pero buscando superarlas mediante el diálogo, la escucha, la comprensión, la acogida mutua, y la visión asertiva de las interrelaciones.

Postura permanente: Asumir una postura permanente, genuina y auténtica, de respeto, curiosidad, apertura, flexibilidad y creatividad.

Pragmática reflexiva: Desde la pragmática reflexiva del construccionismo social/relacional, ponemos el foco en la relación existente entre nosotros, en el CON, que se entreteje relacionalmente. Co-construimos conjuntamente y expandimos las posibilidades con el diálogo para la co-creación de futuros nuevos.

Las preguntas sobre nuestros aportes en el proceso de terapia:

¿Aportan?

¿Importan?

¿Son útiles?

¿Qué es lo distinto, transformador y significativo que decimos y hacemos conjuntamente?

¿Cómo podemos cuidar nuestras relaciones, de manera que podamos crear conjuntamente vida, vida significativa?

¿Cómo utilizar estas ideas, no solo para liberarnos, sino para que sean útiles para la sociedad?

¿Qué sucedió, cómo se dieron las relaciones que generaron transformaciones?

¿A qué clase de futuro puedo contribuir?

Entendemos el diálogo como los procesos permanentes de aprendizaje, que necesitan de espacios de reflexión, de acompañamiento. Que ofrecen oportunidades de disfrutar, enriquecerse humana y relacionalmente, de transformarse, transformando los contextos relacionales.

Como explica el filósofo Jacques Derrida: en el diálogo no hay clausura, el diálogo que somos es un diálogo sin fin; ninguna palabra es la última ni la primera, ya que toda palabra es ya respuesta y siempre foco de nuevas preguntas.

Alegoría de la inclinación, 1615, de Artemisia Lomi Gentileschi.

 

Bibliografía básica:

Sociedad patriarcal -cultura de muerte- asesinadas por ser mujeres

https://iryse.org/sociedad-patriarcal-cultura-de-muerte-asesinadas-por-ser-mujeres/

Sociedad patriarcal -cultura de muerte- asesinadas por ser mujeres (con Adendum)

https://iryse.org/sociedad-patriarcal-cultura-de-muerte-asesinadas-por-ser-mujeres-con-adendum/

Cultura del buen trato con niños, niñas y adolescentes

https://iryse.org/cultura-del-buen-trato-con-ninos-ninas-y-adolescentes-el-amor-nutre-y-no-martiriza-ilumina-y-no-ensombrece-es-motivo-de-celebracion-y-no-de-sufrimiento-el-amor-es-justo-no-es-injusto-es-respons/

Construccionismo social-relacional. Construcción conjunta, significativa y creativa de procesos de transformación en el proceso terapéutico, en la formación de profesionales y en la supervisión clínica. (19/20)

https://iryse.org/construccionismo-social-relacional-construccion-conjunta-significativa-y-creativa-de-procesos-de-transformacion-en-el-proceso-terapeutico-en-la-formacion-de-profesionales-y-en-la-supervision-clinic-19/20

Proceso sugerido a seguir en la atención psicoterapéutica y psicosocial a víctimas de violencia basada en género

https://iryse.org/proceso-sugerido-a-seguir-en-la-atencion-psicoterapeutica-y-psicosocial-a-victimas-de-violencia-basada-en-genero/

 


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